Era lava.

Sentía mi piel arder, mi garganta rasposa intentando gritar y mi cuerpo intentando moverse sin lograr nada, traté de aguantar pero creía era peor escuchar a todos los demás sufriendo a solo escuchar mis quejidos. Me arrastré, la mitad de mi cuerpo ya era inútil y seguramente seguía viva por el simple hecho de estar en el infierno; al alcanzar la orilla me di cuenta que había un gran lago de magma de la cual no alcanzaba a ver dónde terminaba, vi gente tratando de nadar entre ella y otras cayendo de sus plataformas. Creo que sería mejor quedarme arriba.

Para mí pasaron años, mi cuerpo ya parecía ser de carbón, ya no sentía dolor. Pero en la vida, que habría hecho tan malo, por qué el elegir una vida feliz para mi familia me costó tanto y es que solo tenía buenas intenciones e igual ya no podría escapar, estaba pagando lo que hice.

Todo tembló, probablemente estaría por caer en la lava, las estalactitas temblaron de nuevo como si algo las estuviera desestabilizando, las pequeñas comenzaron a caer encajándose por mi cuerpo, me negué a gritar aunque deje caer las lágrimas, ahí descubrí que no estaba permitido el llanto, era como fuego siendo expedido por los lagrimales y quemaba a horrores, así que solo cerré los ojos esperando que cayera la que estaba sobre mi cabeza. Otro temblor, empecé a caer y aún así la estalactita llegó a mí, incrustándose en mi pecho al estar en diferente ángulo.

Caí sobre la lava, por el peso de la roca comencé a hundirme, no veía nada absolutamente nada, tal vez mis ojos hirvieron con la temperatura. Escuche el magma gorgotear al caer más rocas, pude reconocer las manos negras que hundían a los que se caían rodeándome, halándome al fondo; no opuse ninguna resistencia.

Me sentía vacía, rota y dañada. Lo que sentía era una extraña combinación, la lava correspondía a su temperatura, pero las manos estaban en extremo frías, apenas lograba sentir alivio por el contraste frío me volvía a quemar, todo era negro sofocante, los lamentos me hacían perderme en un mundo de torturas sufriendo lo mismo que las demás almas encerradas.

El dolor de la estalactita siendo arrancada de mi pecho me hizo arquearme, no sabía si era por la lava que ardió como si me estuvieran marcando con un herrete para cicatrizar. Sentí un brazo completo tibio pasar por mi cintura, las frías presionaron y halaron con más fuerza, pero sin demasiado esfuerzo la figura tibia me saco de ahí. El gruñir de la cueva volcánica me decía que algo no estaba pasando como era debido, pero aún así no podía ver nada.

Una consistencia terrosa raspaba cada milímetro de mi piel, pero no dolía, era más como un simple cosquilleo. Comencé a toser cuando mis pulmones agarraron el adorado oxígeno y comencé a ver a mi alrededor, estaba en mi departamento cubierta en un fluido negro y viscoso, además de que desprendía un aroma terrible. Apenas y sentía mi cuerpo, como si estuviera adaptándome a algo nuevo, apenas pude me levanté y corrí al baño, devolviendo pura bilis que se había acumulado en mi estómago. Abrí la llave de la ducha y sin esperar por qué estuviera tibia me metí y comencé a tallarme, gasté todo el jabón de ahí a que me quedara tranquila y sin ese hediondo olor. Al estar frente al espejo casi caigo del susto, mis ojos tenían un platino demasiado brillante y una marca obscura donde la estalactita se enterró, pero no era una cicatriz normal. Era un cráneo con dos guadañas cruzadas, y justo debajo de la mandíbula un par de alas.

¿Cómo cambiaron mis ojos de color y apareció la marca? Y más importante ¿cómo demonios sigo viva?

La marca en mi pecho comenzó a arder y giré antes de siquiera escuchar la voz.

Eso me lo debes a mí, terroncito. «

La marca en mi pecho realmente estaba ardiendo, quemaba más que de costumbre y eso significaba una cosa: venía enojado. Me levanté corriendo al baño, acomodé todo para que no se notará el ligero cambio en mis ojos y para cuando salí el ya estaba en mi habitación casi echando humo por las orejas.

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