Luna 1

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Tenía seis años cuando mis padres se separaron, ellos se sentaron conmigo y me explicaron la situación con la claridad suficiente para que pudiera comprenderlo. Mi vida de ahí en adelante se convirtió en un constante viaje de "hoy con mamá, mañana con papá" e inscripciones a clases extras para evitar quedarme sola, cuando ellos estuvieran ocupados.

A pesar de estar separados y tener diferencias había algo que tenían en común "nuestra hija tiene que ser la mejor". Fui inscrita a las mejores escuelas y procuraba siempre obtener los mejores resultados. Sin embargo, a la edad de doce años me di cuenta de que quería hacer algo diferente, me encantaba el arte y quería ser la mejor artista de todas, aquella cuyos cuadros tomaran vida propia, tan realistas y delicados como estos pudieran ser.

Cuando comenté eso a mis padres ellos accedieron a inscribirme a clases de arte, pero se negaron a la idea de que a eso se dedicara mi vida. Mi primera discusión con mis padres se dio y ahora había otra cosa en la que estaban de acuerdo "¡Alejandra no se va a convertir en artista!".

Mi padre es un respetado y reconocido abogado y mi madre una doctora especialista. Cuando tenía diecisiete debido a trabajo mi madre se mudó a otra ciudad a tres horas de donde vivía mi padre, ellos hablaron conmigo y llegamos juntos al acuerdo de quedarme a vivir con mi padre era lo mejor, ya que en esa ciudad es donde había crecido, tenía mis amigos, escuela y demás actividades por hacer. Además; mi madre, por su nuevo trabajo no lograría tener suficiente tiempo para mí. Por ello solo iría a visitarla dos veces al mes en su ciudad y solo lograría hacerlo en vacaciones o fines de semana.

El viaje en auto era duro, pero no tanto para Eros; mi perro shihtzu de un año, el viaje de tres horas en auto fue difícil para él, en casa de mi padre teníamos un amplio jardín y por ello no estaba acostumbrado a lugares cerrados, cuando llegamos a casa de mi madre él salto de mis brazos y salió corriendo por la casa. Mi madre no estaba muy de acuerdo con la idea de tener un perro pero fue mi regalo de cumpleaños el año anterior. La casa de mi madre era de dos pisos y contaba con tres habitaciones, dos baños, sala, comedor, cocina y lavandería. Una de las habitaciones era mía; desde que mis padres se separaron tenía dos habitaciones, una en casa de mi madre y otra en casa de mi padre.

Pasé un día agradable con mi madre conociendo la nueva ciudad, fuimos a museos, parques, tiendas y a comer helado. Estábamos de regreso en casa preparando la cena cuando mire a Eros ladrando y rascando la puerta; necesitaba ir al baño. Mi madre me dijo que podía llevarlo al parque que está a unas cuadras de ahí pero debía tener mucho cuidado ya que el lugar no era muy seguro.

El sol se había puesto y además de los faroles, la luz de la luna llena me iluminaba. Eros dio varias vueltas por el parque hasta que encontró su lugar perfecto; un gran árbol en una colina. El comenzó a orinar cuando escuche un quejido del otro lado del árbol.

-¡Hey!,¿Qué haces? – me asome rápidamente tomando a Eros. Sentado y sacudiéndose la mano debido a la orina estaba un chico. Tenía puesto solo una camiseta de resaque y unos pantalones de mezclilla rotos y manchados.

- Lo siento mucho, ¿estás bien? – El solo me miro. Era delgado pero tonificado, su cabello era de color castaño-rubio y sobre su rostro tenía un terrible moretón. Solté a Eros sujetándolo solo de la correa rosada y me acerque más al chico.

- ¿Qué fue lo que te paso? ¿estás bien? – le pregunte, intente acercarme para poder verle mejor, pero se retiró bruscamente hacia atrás.

- ¡Estoy bien! – parecía aturdido. – no necesito tu ayuda. – Respondió y se levantó rápidamente, al momento de dar un paso se tambaleo y alcance a sostenerlo.

- Cuidado, debes tener una contusión en la cabeza, ¿estás seguro que no quieres ayuda? No vivo muy lejos podría ayudarte – sabia muchos términos y estaba familiarizada con el ambiente medico desde pequeña y cunado tenia quince mi madre insistió en inscribirme a un curso de primeros auxilios, el chico no me parecía peligroso a pesar de haber actuado un poco brusco, si podía ayudarlo ¿porque no hacerlo? Insistí un poco más y el termino aceptando.

Caminamos junto con Eros hasta la casa de mi madre, pero cuando le invite a pasar él se negó y decidió esperar en la entraba sentado en las escaleras. Entre rápido quitando la correa a Eros y soltándolo.

- ¿Alejandra eres tú? – pregunto mi madre quien estaba viendo la televisión.

- Sí, soy yo. Madre voy a tomar el botiquín, encontré a un niño herido – mi madre se paró y me dio el botiquín. A su vez se ofreció a curarlo ella misma, pero le dije que no era necesario, ya que él no había aceptado entrar y parecía cohibido. Ella entendió y me dejo hacerlo sola. Tome el botiquín, algunos de los rollitos que habíamos hecho para la cena y una botella con agua.

Salí a la entrada y me alegró verlo todavía ahí sentado en las escaleras. Su cabello y manos estaban mojadas, se disculpó y me dijo que había tomado un poco de agua de la llave del jardín. Me senté con él y le ofrecí los rollitos. El los tomo y los comió con un poco de desconfianza. Pero no pude evitar sonreír cuando al dar el primer bocado abrió los ojos impresionado y apuró el resto del rollito.

- Empezare a curarte ¿está bien? – el chico asintió con otro rollito en la boca. Abrí una compresa fría instantánea y se la coloque sobre el moretón de su cara, al principio dio un pequeño salto y realizo una mueca de dolor y después pudo relajarse. Seguía moviendo la compresa hacia las áreas que creía podían necesitarla.

- Oye, ¿Cómo te llamas? –su pregunta me tomo por sorpresa, le había ofrecido ayuda y traído hasta mi casa sin siquiera decirle mi nombre ni preguntado el suyo.

- Lamento no haberme presentado antes, mi nombre es Alejandra y tengo diecisieteaños – lo mire esperando una respuesta.

- Javier, dieciséis – conciso pero suficiente para mí, hurgue más en el botiquín y saque unos analgésicos. – toma uno, ayudara con el dolor – él lo tomo y después le ofrecí la botella de agua. Estaba a punto de preguntarle cómo se había lastimado cuando se levantó.

- Muchas gracias, pero ya tengo que irme, mi padre debe estar esperándome – comenzó a avanzar con las manos en los bolsillos.

- ¡Espera! ¿estarás bien? Mi madre y yo podemos llevarte a tu casa – el chico miro al cielo para después volverme a ver.

- Estaré bien, hasta luego – dijo el chico al marcharse.

La octava luna (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora