El encuentro

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                                                                            Capítulo IV

                                                             La extinción del Plancton

Llevo horas caminando, sediento pero firme. Ante mí se abre un bosque de eucaliptus, tienen un color rojizo y sus hojas tan verdes las veo amarillentas. El contraste de colores me viene causando la sensación de que vivo o en un sueño o en otro planeta. Me detengo para beber lo que me queda de agua de una botella y echo un vistazo al mapa donde mi hermano trazó la huella que tengo que seguir. Según este mapa, hay un arroyo a cinco kilómetros de los eucaliptus. Me vuelvo a poner en marcha cuando noto la "presencia" sutil de alguien que me viene siguiendo. Desde que salí de la ciudad vengo con esa sensación persecutora. Cuando regresaba a casa después de las tres de la mañana tenía la inquietud de ser observado. Prefería ver borrachines en las esquinas o tirados en una plaza que no ver a nadie. Miro hacia los árboles y arbustos me quedo un rato así sin lograr descubrir nada. Agarro los nunchakus como para fortalecerme. Me arrepiento de haber empeñado ese revolver que Leo me dio por precaución. Al dueño de un negocio se lo cambié por las provisiones que traigo ahora. Todo menos mis nunchakus. Sigo caminando. Estoy alejándome del bosque, porque necesitaba llegar al arroyo antes de las seis de la tarde, cuando siento un peñascazo en la cabeza. Intuitivamente hago revolear los nunchakus y alcanzo a ver el cabello largo de mi atacante y otra piedra que me deja mal parado, haciéndome tambalear. Le di un golpe certero con uno de los palos y vi que no era uno sino dos y que no eran dos masculinos como creí en un momento. -¡quedate quieto pendejo! Escuché. Si no medía el peligro seguía intentando con mis nunchakus pero entonces tuve una reacción contraria. Delante de mí aparece una mujer de unos veinte y cinco años, de medianos cabellos rosados los que vi en primera instancia, morochita y de ojos verdes que resaltaban maravillosamente. Viste con una remera beis y pantalón de buzo similar al mío. Todavía me cuesta controlar mis impulsos, pero sé que a las mujeres no se les pega. – no te vamos hacer nada, vení Rut... ¿dónde te pegó? Dijo revisando a la otra chica que se sobaba el brazo. - ¡para qué me tiran con piedras, yo me voy a defender! Dije sobándome la cabeza. Demasiado nervioso estoy para tales encuentros. -¡hombres! ahora falta que te mueras por culpa de nosotras. Exclamó aquella mujer consolando a la otra chica a la que le pegué con el nunchakus. Suerte que no le quebré el hueso, de haberlo hecho me habrían aniquilado. La chica de nombre Rut se aguanta las lágrimas y solo se refriega el antebrazo. Me dirige una mirada de mil demonios y yo la contemplo sin decir nada. Tiene un parecido a la otra aunque más joven, lleva el pelo atado, tiene ojos enormes negros, piel blanca y petisa. Viste con una jardinera azul desgastada. No espero hacer mucho porque les desconfío, cuando la más grande me dice: - ¿te duele mucho? Dejame verte. Entonces yo retrocedo unos pasos sujetando el nunchakus. - ¡ah bueno, nos topamos con un...tipo agresivo! Exclama observándome con fastidio. Yo confieso que estoy tenso y nervioso. Me duele la cabeza es verdad, pero ni loco dejo que me toquen. Puede ser un engaño para robarme el cilindro de oxígeno. Mi hermano fue preciso al recomendarme: -ni un solo gesto de compasión, vos hacés la tuya hasta que estés a salvo. ¡Sí él me hubiera acompañado! Pero reprimo cualquier deseo. Tengo que ser cortante con las dos chicas. –yo me quiero ir y punto. Chau. Dije tartamudeando. Han pasado cuatro días que no sostengo una conversación, más que haber insultado ¡y cómo me ha perjudicado esta situación! porque tengo unas ganas incontenibles de hablar con estas chicas y por otro quiero irme cuanto antes. - ¡como todo hombre huyéndole a los problemas! Dice la más grande riéndose. Le hace un gesto a Rut y comienzan a juntar leña. La tal Rut saca la lengua y me desorientó. ¿Se estaban burlando de mí o es que habíamos cambiado nuestras formas de interactuar? No hice esta reflexión en ese momento porque comencé a caminar, todavía atontado por las piedras. Si no desmayé en el bosque fue de puro milagro. Mientras me alejaba, sentí el pecho oprimido. Es que he sido bastante social y más tratándose de mujeres. Octavio no me lo hubiese creído. Yo siendo tan descortés con dos chicas menores de veinticinco años (que rememorándolo ahora) bastante lindas, no es propio de mí. Caminé con esa claridad de un día nublado pero más denso y los colores rojizos de los árboles, me recordaron a una novela que me leyó mi hermano harán dos años atrás. ¡Ah, La guerra de los mundos de HG Wells! Es que fue todo por una discusión con mis compañeros de clases. Habíamos visto primero la película homónima de Spielberg y una viejísima de la época de mis abuelos. Uno de mis compañeros dijo que se trataba de un libro. Comenzamos a gastarlo diciéndole que era una película no un libro. Ni siquiera habíamos puesto atención a los créditos de las películas. Lo comenté en casa y fue donde mi hermano sacó de su flamante biblioteca una edición de los años noventa. Ahora se me venía a la mente las imágenes no de la película sino del libro, cuando la invasión marciana está en su punto culminante. Y es que los aficionados a temas extraterrestres lo dijeron así: los meteoritos fueron lanzados de un planeta no de Marte sino de Nibirus conteniendo micro bacterias para acabar con nosotros. La razón de todo es que hubo un impacto de diversos factores. Comparto la opinión de los científicos. Con el dolor de cabeza se me iban mezclando los pensamientos, lo único que cuentan cuando estás solo son tus pensamientos y me acobardé de no haber conversado un poco con esas chicas. Bebí la última gota de agua y comí apenas lo que quedó del picadillo. El hambre y los nervios me habían endurecido el estómago y si no comía no me daba cuenta. El paisaje es montañoso con árboles solitarios y arbustos. Hay mucha jarrilla, su olor es nauseabundo. A lo lejos alcancé a ver las diminutas siluetas de los pillos que vi al salir de las casas abandonadas. El sitio parece habitado por fantasmas o gente que debe estar resguardada en lugares ya preparados para el bajo ozono. Suerte tuve de llegar al arroyo. El agua se ve cristalina. Cada prueba que hago es un verdadero reto. En caso de ser subterránea contiene arsénico y creo que me mataría en cuestión de minutos. Pero Leonardo me ha dado las indicaciones para que sobreviva. ¡Extraño a mi hermano! Lo cierto es que el agua es dulce y la bebí con ansias. Tengo que seguir ese arroyo hasta un barranco. Ahí el ozono disminuye considerablemente. Me echo boca arriba sobre unos yuyos, contemplando el cielo anaranjado con algunos destellos interminables como si fuesen linternas que prenden y apagan. Ahora noto que la neblina ha disminuido en estas zonas. Desde que se formó, la neblina tiene un olor a alquitrán pero que en las ciudades sí es insoportable. Miro la hora, para calcular que a las seis de la tarde, aproximadamente a las seis, comienza a faltar el aire. El dolor de cabeza y las emociones del día me hacen adormecer. Sé que no es recomendable, pero no puedo mantener los ojos abiertos. Estoy cansado, he caminado demasiado, voy a un sitio que solo mi hermano ha conocido, ¿sobrevivir para qué? He perdido mis amistades, interrumpido las clases, el mundo se ha convertido en una úlcera gigante, nosotros padecemos su dolor, somos culpables o hay un Dios que no lo ve todo y mis años interrumpidos ¿qué momentos son los mejores que recuerdo? Con Antonella claro está, con mis amigos, con mi hermano. Me siento triste, he llorado mucho pero tengo que ser valiente, jamás renunciar a la vida, soy joven y como tal el mundo nos necesita...y siento esa intuición que no es solo femenina, de que otra vez me persiguen. Alcanzo a escuchar una voz ya conocida. - Rut revísale la mochila. Dice. ¡No puedo abrir los ojos y siento que me sujetan de los brazos! ¿Estoy atrapado en un sueño o qué? Es desesperante, trato de moverme de reaccionar y no puedo. ¡El ozono, el ozono! Ah, siento caliente la espalda y el ruido del cilindro cuando golpea con algo. -¡Nooo! Exclamo y esto me hace desprenderme de mi sopor y ver que me están robando el oxígeno. Estoy de costado con las manos atadas hacia atrás y una mujer me tiene agarrado del cuello, con la rodilla presionando mi espalda. Me muevo para zafar del brazo de aquella mujer, veo que la otra me desparrama las cosas que llevo en la mochila y que ya tiene el cilindro preparado para llevárselo. El reloj suena. Son las siete de la tarde. El ozono se ha retrasado una hora. Comienzan los gases asfixiantes y lo recomendable es echarse panza abajo y aspirar levemente y exhalar entre cortado. Algo similar que uno hacía con los amigos en competir por quien aguantaba más tiempo sin respirar. Pero ahora ya no es un juego sino un modo de supervivencia y hasta cierto punto. Las dos chicas se ponen nerviosas y gritan. - ¡me falta el aire! Yo estoy más atolondrado y adolorido y en la misma desesperación uno respira más y es peor. - ¡el tubo, el tubo! Digo y me logro levantar, algo que jamás debe hacerse en esas circunstancias. El ozono tiene un olor amargo demasiado fuerte, ese azul que lo distinguía en la atmosfera ahora es un anaranjado pálido por efectos de otras partículas. ¡Me dan tiritones y caigo al suelo, no puedo ni hablar, estoy sofocado, siento la garganta reseca y los pulmones a punto de estallar! Saco fuerza de dónde no tengo y voy por mi oxígeno. La tal Rut comienza a forcejear pero me impongo, no quiero hacerlo y termino por tirarla al suelo. El cerebro se embota como si estuviera borracho. Alcanzo a ponerme la mascarilla y abro la válvula. Inhalo ese porcentaje de oxigeno compuesto con dosis de asmavitan montelukast, dilata los bronquios obstruidos, rehabilitando la circulación sanguínea y una vez que esto ocurre se puede respirar por debajo de los veinte centímetros de altura, nada más hasta veinte centímetros. Las chicas comienzan con espasmos bronquiales, y sin pensarlo tanto me acerco primero a Rut y luego a Victoria suministrándoles el oxígeno del cilindro. En la ciudad fue espantoso ver los rostros desfigurados de la gente, como si se estuvieran ahogando. La desesperación de la asfixia hace que se entre en un estado paranoico y termina por suicidarse o por matar a otra persona. Las chicas se alivian y el ozono vuelve a su estado arriba de los tres o seis metros. Cierro la válvula y me quedo respirando levemente, tirado en el suelo. Por varios minutos solo se escuchan nuestras respiraciones entre cortadas y cómo el pecho se sacude. Se ha retrasado una hora, esto se debe según las depresiones de la zona, el barranco está cerca. El ozono no logra descender más allá de los veinte o treinta centímetros por su propia densidad. ¡Y quien iba a suponer que esa capa que nos protege de los rayos ultravioletas del sol nos estaría aniquilando ahora! Hago esta reflexión porque escuché a la mayor de las chicas decir: - ¡primero fue el agua ahora el aire, estamos muertos! Todo ha sido como dije antes a causa de diversos factores. La extinción del plancton tuvo mucho que ver en el desarrollo posterior de esta falta de oxígeno. Aquí en la carpeta reúno todas las pruebas que casi terminan con la vida en la tierra. Pero volviendo al arroyo y mi conmoción de haberme quedado dormido y encontrarme nuevamente con las dos chicas que vi en el bosque robándome, me levanté adolorido y traté de agarrar mi nunchakus. - ¡ey, ey, quedate quieto! Me dijo la mayor. - ¡me están robando! Grité agitado. – no te conocemos, necesitamos el oxígeno. Dijo con desesperada sinceridad. La miro extrañado. - ¿y así me lo piden? ¡Robándome! Grito enojado. – te seguimos y como dormías...dijo Victoria pasándose las manos por los cabellos grasosos. Veo mis cosas esparcidas, la carpeta con los recortes de diarios y revistas y hasta el cuaderno con estas notas. Me da bronca que sean tan idiotas para robarme. Mi nunchakus lo tiene Rut. Claro que no sabe cómo se utilizan, pero la verdad es que estuvieron por dejarme sin el oxígeno. Ya comienza a oscurecer y ni siquiera he buscado un refugio. Pienso seriamente ¿Qué harán ahora? Sigo en guardia, esperando que ellas se muevan primero. – Rut júntale las cosas de la mochila. Dice la más grande (y la única que habla hasta ahora). Rut hace un gesto de rabia y empieza a guardar mis cosas. Esto me está volviendo loco. La falta de aire, como la sed, provoca extremados cambios de humor. Yo les desconfío y pienso en los dichos de mi hermano. Nada me ata a ellas, salvo que me golpeen, como lo han hecho ya pero si quiero sobrevivir tengo que cuidar el oxígeno. Y cuidarme de las personas.

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⏰ Last updated: Jun 11, 2019 ⏰

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