-Capítulo 18-

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-Tendrás meses de vacaciones, ¿no es cierto?

-Sí, si se puede decir de ese modo... -respondió en voz baja posando su atención en Luna y Miel que jugaban con un pedazo de soga que Sebastián traía en la mano cuando llegó.

-Bella... -En cuanto la nombró así todo en su interior dejó de funcionar. Giró enseguida, nerviosa-. Debo irme, pero... si tú estás de acuerdo, ellas se pueden quedar un rato, lo hablé con Carmen y a Raúl, las recojo más tarde. ¿Te parece bien? -quiso saber señalando a los animales. Ella estaba completamente confundida, hubiera jurado que él empezaría a hablar sobre ese tema del que huía, pero no fue así...

-Sí, gracias. 

Su mirada atemorizada lo conmovió, sus ojos lucían tan fríos, tan distantes. Se le veía triste, esa chispa que la caracterizaba no estaba, se extinguió, comprendió con dolor. La notaba cautelosa y a la defensiva.

Antes de irse se acercó a su rostro peligrosamente y rozó con suavidad su mejilla absorbiendo su olor por unos segundos. La joven dejó de respirar el lapso que aquel gesto duró.

-Hasta luego, entonces -y se fue dejándola completamente desconcertada.

En cuanto Sebastián salió de su campo de visión y pudo pensar con mayor claridad comprendió su treta, no lo iba a permitir. Cuando fuera por Luna y Miel le dejaría todo muy claro, jamás se arriesgaría de nuevo, simplemente no podía.

El resto del día estuvo ansiosa, nerviosa. Sebastián no le dijo a qué hora las recogería y no quería hablarle para saberlo. Jugó con los animales lo que sus fuerzas le permitieron, pero al llegar Marco y Dana ya no tuvieron descanso, mientras Isabella los contemplaba sentada en un pequeño columpio, pensativa. Cuántas cosas habían pasado desde que se las dio aquella tarde. El nudo en la garganta seguía ahí, intacto, así como la pérdida, el daño.

Por la noche Carmen le informó que él había hablado para avisar que al día siguiente iría temprano por los perros. Asintió seria. Lo cierto era que quería golpearlo, gritarle. Todo el tiempo la mantuvo expectante y ansiosa, necesitaba que eso no volviera a suceder, le comunicaría lo que ya había decidido y debía lograr que lo comprendiera de una maldita vez. Entre menos trato existiera entre los dos mucho más sencillo iba a ser retomar su vida.

Durante la noche no logró descansar. Las pesadillas sobre sus recuerdos no le permitieron un sueño reparador, profundo. Más de una vez despertó con lágrimas en los ojos y sintiendo la desesperación de aquellos meses, ahogándose, consumiéndose. Miraba la cajita llorando aún más fuerte, lamentándose, hundiéndose. Jamás podría olvidar todo; esa pesadilla, su tiempo en el orfanato donde vivieron completamente privados de cariño y respeto, su niñez con una madre que además de maltratarla una y otra vez sin hartarse, la intentó vender y de alguna manera consiguió peleando y pataleando que no lo hiciera, después de todo si ella no cuidaba a sus hermanos ¿quién lo haría? Su aparición en el hospital... No había preguntado nada sobre el tema, por mucho que la odiase dolería por siempre que quien debía amarla, solo hubiese querido lastimarla y él, él había hecho los mismo.

Cuando por fin amaneció ya no intentó dormir más. Cada vez que cerraba los ojos todo se le venía encima como un tsunami que pretendía aplastarla, acabarla. Llorosa se duchó. ¿Por qué no podía dejar de sentir tanto dolor? ¿Por qué sentía su pecho tan pesado? ¿Por qué ya no encontraba motivos? ¿Por qué cada día se sentía más sumergida?

Cuando ya no aguantó el encierro, consciente de que debía distraerse un poco, bajó a desayunar.

-Hola, mi niña -la saludó Carmen dándole un beso en la frente mientras apresuraba a sus hermanos para que terminasen de comer. La mujer al ver su semblante, se detuvo y la observó más detenidamente-. Isa, hoy no traes buena cara... Mejor sube a descansar un rato más -Ella negó, nerviosa, abriendo demasiado los ojos.

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