—Bueno... —No quiere despedirse, pero no quiere ser el causante de su impuntualidad.

—Sí —acepta Raoul. Es hora de irse—. Supongo que nos volveremos a ver por aquí. El café está bueno, lo puedes apuntar en tu estudio.

—Lo haré —afirma con su sonrisa más luminosa.

Y está ahí, flotando entre el paladar y la punta de la lengua, un «Si quieres, intercambiamos los teléfonos» que se acaba tragando por culpa del miedo a sonar ridículo. Sonríe apretando las comisuras y Raoul se levanta sin que pueda evitarlo.

—Nos vemos —se despide, colocándose la tira del maletín.

—Sí. Seguro —sentencia Agoney, intentando convencerse a sí mismo al mismo tiempo. Van a volver a verse, tienen que hacerlo.

Raoul sonríe, pequeño. Se da la vuelta despacio y se dirige hacia la puerta. Camina tan lento que parece que se mueve a cámara lenta. Aunque lo que realmente querría es volverse a sentar en aquella mesa.

Es extraño. Raoul lo piensa durante el resto del día. La complicidad que ha sentido con Agoney durante aquellos minutos ha sido mayor que la que pueda tener con cualquiera de sus amigos. Con cualquier persona con la que haya interactuado jamás, en realidad. Se maldice por no haberse atrevido a pedirle su número. Pero ya no hay vuelta atrás, así que supone que le tocará volver a la cafetería todos los días para volverlo a ver.

No hace falta.

Después de un primer día intenso en el estudio de arquitectura, solo puede pensar en darse un baño interminable y ponerse alguna peli hasta quedarse dormido. Pero se prometió a sí mismo que iría a comprar el regalo de cumpleaños después del trabajo y sabía que no puede permitirse no hacerlo. La fecha está demasiado cerca.

Su móvil vibra en su bolsillo. Es su padre interesándose por su día y su nueva etapa. Ríen un rato, hablando un poco de todo, haciendo el paseo hasta el centro comercial un poco más ameno. Dobla una esquina, y a tres o cuatro personas de distancia, Agoney se gira hacia él con extrema rapidez. Raoul se para y le saluda con la mano, mientras intenta terminar la conversación con su padre sin ser demasiado obvio. Agoney va a su encuentro a la par que todas las mariposas de la tierra se mudan a su estomago, revoloteando sin parar.

—¿Me has escuchado? —se sorprende Raoul, cuando Agoney llega a su lado.

—No, pero te vi —explica con media sonrisa.

—¿Con los ojos de la nuca? —pregunta divertido.

—Con los de la mente —responde misterioso, alzando las cejas e inclinándose ligeramente hacia delante.

Agoney puede ver la pregunta formarse ante él. Sus labios carnosos se quedan abiertos, sus ojos se entrecierran y su ceño se frunce. Decide frenarlo.

—Si me dejas, un día te lo explico —propone, con la lengua asomando por el hueco entre sus paletas.

—Cuando quieras —acepta Raoul con una confianza que no sabía que tenía–. Tienes toda mi atención.

Y está ahí, al alcance de su mano, puede sentir la oportunidad rozándole la punta de los dedos, cosquilleando en el aire. Tiene la excusa perfecta para invitarlo a tomar algo, a conocerse mejor. Inspira profundamente y le sostiene la mirada todo el tiempo que puede antes de que los nervios le obliguen a apartarla.

—¿Dónde vas? —Cambiar de tema es más fácil.

—En busca del regalo perfecto —explica Raoul, intentando espantar la decepción—. ¿Y tú?

—A casa.

—¿Has estado escribiendo todo este tiempo? —pregunta fascinado.

—Estaba inspirado y no quería dejarlo pasar —le cuenta, encogiéndose de hombros. Lo cierto es que ha escrito más ideas y letras en una tarde de lo que había conseguido en los últimos seis meses–. ¿Cuál es la ocasión?

—¿Qué?

—El regalo.

—El cumpleaños de mi persona favorita del mundo —le dice, ensanchando la sonrisa.

—¿Tu...? —Y por un segundo, teme continuar. No quiere darse de bruces con una realidad que no había contemplado.

—Madre. Mi madre —responde con rapidez, aclarando cualquier duda.

—Ahh —responde, visiblemente aliviado. Raoul intenta esconder su sonrisa en vano–. Qué bien.

—¿Quieres acompañarme? —sugiere, esperanzado. Busca la piel seca de sus labios y tira de ellos con los dientes. Está muerto de nervios.

Agoney sonríe, y luego sonríe un poco más. ¿Pasar un rato con Raoul y sus figuras geométricas flotando a su alrededor? Tiene que ser muy tonto para desaprovechar una oportunidad así. Está deseando ver el mundo con sus colores.

—Me encantaría.

—Pues, vamos.

Ríen, nerviosos, aunque no haya motivo aparente. Pero ambos saben que hay algo ahí, cocinándose a fuego lento entre ellos. Apenas se empieza a calentar, pero saben que puede ser algo bueno.

—Vamos.


*

PoliedrosWhere stories live. Discover now