—Pero yo quiero hacerlo —expresó haciendo un adorable puchero.

–No me lo tomes a mal, Bella, pero úsalo en algo importante, tú decide en qué... es más, ni siquiera me digas si no quieres, sé que encontrarás mejores maneras de emplearlo —la retó enarcando una ceja.

Isabella pensó unos minutos mientras él leía en su rostro cómo se iba formando otra idea en esa cabeza que trabajaba a mil por hora.

—De acuerdo —aceptó de repente con un nuevo brillo en los ojos.

–Y me imagino que no me vas a decir —conjeturó divertido.

—No... no ahora, pero tienes razón, creo que ya sé que haré —acunó su barbilla y la besó delicadamente.

Cada día la amaba más, era una mujer poco convencional y haría todo lo que estuviera en sus manos para hacerla la más feliz, para que a su lado borrara de su memoria todo aquello que la lastimó e hirió, llenaría su vida de recuerdos hermosos en los que sólo estuviera él y su necesidad avasalladora de tenerla siempre cerca. Los días a su lado eran siempre diferentes, constantemente se le ocurría algo, parecía disfrutar la vida sin tapujos ni problemas, tenía un carácter fuerte y defendía lo que creía con fervor, sin embargo, cuando no tenía la razón lo aceptaba humildemente. Estar con Isabella era fácil, podía ser él y ella lo amaba así, estaba seguro de que nadie lo conocía mejor.

—Todo está listo —afirmó Abigail, feliz por haber logrado lo que se propuso.

Se encontraba en el rincón de un exclusivo restaurante con cinco de los seis accionistas del conglomerado del que Sebastián era el dueño mayoritario, además de ser el Director General. Todos la observaron tranquilos y esperaron que se sentara. Llevaba un sobre color manila en la mano y se lo tendió al que le quedaba más cerca. Este lo abrió y sacó su contenido mirando atentamente.

–Muy bien, parece que hiciste un excelente trabajo, Abigail.

—No dejé ni un cabo suelto. El lunes por la mañana se lo entregaré a Sebastián y por fin esa trepadora saldrá de su vida —expresó orgullosa. Conforme pasaban los días creyó que no lo lograría, fabricar todo aquello supuso un esfuerzo mucho mayor del que imaginó, pero ahora que lo veía ahí, frente a ella, sabía que nada podría contra todo eso. Las cosas, estaba segura, saldrían como planeaba y muy pronto esa mustia regresaría a donde pertenecía: la calle.

—Eso esperamos todos, por tu bien y por el de la empresa, esa mujer no puede casarse con él por ningún motivo, no pertenece a nuestra clase, sería una vergüenza y nuestra reputación quedaría seriamente afectada —zanjó el hombre canoso que se encontraba a su lado. A ella le importaba poco los motivos de esos hombre soberbios y prepotentes, pero sin su dinero jamás lo hubiese logrado, así que les daba su lado.

—Y... ¿Estás segura que no habrá forma de que descubran nada? —preguntó nervioso otro de los accionistas. Abigail sonrió con suficiencia.

—Imposible. Este trabajo se hizo en los mejor lugares y con la mejor gente, confíen en mí, por eso tardó tanto y costó lo que costó. Todo está listo para comenzar la función, no existirá forma de que descubra la verdad, todos los involucrados están más que listos para cuando esto salga a la luz. Cuidé muy bien quienes participarían, no habrá falla.

—Eso esperamos, porque Sebastián nos puede hundir con un solo dedo si se da cuenta de algo —le recordó otro amenazando con la mirada a la mujer.

—Bueno, bueno —tranquilizó el más viejo de ellos–. El lunes le das el sobre a él y a esos periodistas, ¿está bien? Y si todo sale como esperamos, pronto te daremos la cantidad que prometimos.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora