-Capítulo 7-

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*MALENTENDIDOS*


Raúl e Isabella caminaron, serenos, de regreso a casa. El frío aumento de forma vertiginosa, como siempre ese mes al anochecer y ninguno de los dos iba preparado. La joven se sentía agotada, desganada y helada, la cabeza punzaba un poco y lo único que deseaba en ese momento era meterse bajo las cobijas para que ese maldito día terminara.

Al llegar a la acera se detuvo en seco, sus palmas teanspiraron y un fino sudor cubrió su pequeño cuerpo. Raúl siguió su mirada, de inmediato supo la razón; un auto estacionado, ambos supieron enseguida quién estaría adentro.

—Vamos, Isabella, debes hablar con él.

No se movía negando ansiosa, incluso retrocediendo. No quería verlo, no en ese momento, definitivamente no. El hombre sonrió con ternura. Así parecía una criatura frágil y vulnerable. Rodeó sus hombros infundiéndole seguridad.

—Si no deseas que sea hoy, está bien, sin embargo, algún día tendrás que hacerlo. Lo sabes, ¿cierto? —preguntó.

La joven asintió más tranquila. Algún día, ese no. Tenía mucho frío, los pies no los sentía al igual que las manos, pero sobre todo se encontraba tan cansada que no creía tener fuerzas suficientes para enfrentarlo una vez más el mismo día.

Entraron y escucharon voces en el cuarto de TV, ahí estaban los niños con Paco viendo un programa de comedia que los tenía muy entretenidos. Dana fue la primera que al ver a Raúl se levantó y lo abrazó.

–Estás muy frío —dijo. Enseguida miró a su hermana preocupada, no traía buena cara–. ¿Estás bien? —Y corrió a abrazarla.

—Anda, Dany, sube con ella y acompáñala hasta que se duerma. ¿Sí, hija? —ordenó Raúl. Isabella y Dana desaparecieron enseguida sin que apenas lo notasen—. Hola, Paco —lo saludó tendiéndole la mano.

–Qué tal, Raúl ¿Cómo va todo?

—Bien, gracias. ¿Dónde está Sebastián y Carmen?

—Abajo, en el sótano, han estado hablando un buen rato... —comentó Marco absorto en lo que veía. Raúl solo asintió y se dirigió hacia allá.

Bajó los escalones y enseguida pudo verlos, estaban conversando seriamente en la sala que se hallaba al lado de la mesa de billar.

—Hola —saludó serio. Ambos lo miraron, pero sólo Carmen le sonrió tendiéndole la mano para que se acercara y se sentara junto a ella.

—¿Estabas con ella? ¿Cómo está? —deseó saber su mujer notoriamente inquieta. Sebastián se encontraba casi en frente tenso en otro sofá, esperaba atento su respuesta. Lucía desaliñado y su semblante no era mucho mejor que el de Isabella. En qué problemas se metían por no poner nombre a los sentimientos.

—Está bien, aunque la vi muy cansada y... no quiere hablar contigo, Sebastián, por ahora.

—Lo imaginé, pero necesito verla, entiéndanme. —Raúl negó con firmeza.

–Mi marido tiene razón, además todo lo que te conté es porque me parece que debías saberlo, su pasado fue terrible y muy duro, por eso la admiramos y respetamos, porque jamás cayó bajo aun por sobrevivir, dale tiempo, recapacitará.

—Por otro lado lo que hiciste hoy, de verdad la lastimó más de lo que piensas. Y... aunque no me corresponde, tienes que saber de dónde saca el dinero antes que nada. Ella hace los trabajos y tareas a sus compañeros de la carrera que no desean desgastar el cerebro —Sebastián pestañeó confundido, intrigado.

—¿Qué, a qué hora? ¿Por qué? —No comprendía la razón, ella no tenía necesidad.

—Es lo mismo que le pregunté, Sebastián. Los hacía cuando podía, o desvelándose para acabar y cumplir.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora