—Sí, ¡son preciosos, Sebastián! —El pequeñín que ella traía le lamía el rostro, era el más inquieto.

—Son tuyas. —Sus ojos penetrantes y duros se volvieron a clavar en los de la joven.

—¿Mías?

—Sí, tuyas. Así que deberías pensar cómo las llamarás. —Al ver su reacción supo que había hecho lo correcto.

—No lo puedo creer, esto es demasiado. ¡Muchas gracias! —acercó los dos cachorros a ella y los observó detenidamente, al negro lo pegó más a su rostro estudiándolo con profunda inocencia–. Bien, tú te llamarás Luna —giró hacia el cachorro más claro–. Y tú, Miel. —Lo miró un segundo después agradecida reglándole otra sonrisa maravillosa–. De verdad muchas gracias, Sebastián, es el mejor regalo que he recibido jamás. ¡Dios, no lo puedo creer!, Marco y Dana se pondrán felices cuando las vean. —Se arrodilló y comenzó a jugar con los inquietos animales como si tuviera diez años.

—Apuesto a que sí. —No podía dejar de contemplarla, ahí, frente a él, jugando despreocupada, parecía demasiado infantil y a la vez, demasiado mujer. Desde que los vio en aquella tienda supo que tenía que dárselos, dos semanas sin verla fue demasiado y aunque la recordaba en todo momento, comprendió que la imagen que tenia de ella no le hacía justicia ahora que estaba floreciendo y se convertía en una exótica y hermosa flor.

—Bella, voy a darme una ducha, ¿te veo en la cena? —Sonó a una invitación, su voz era ronca y la observaba de una forma extraña.

—Sí —murmuró con las mejillas sonrojadas intentando ignorar lo que le hacía sentir y continúo jugando con los canes.

La cena fue muy agradable. Le habló sobre los países a los que viajó y respondía las preguntas que ella formulaba. Por lo mismo los describió detalladamente, disfrutando la expresión maravillada de Isabella. Esa joven era un misterio, una mezcla de inocencia y autosuficiencia que lo inquietaba, lo deleitaba y lo intrigaba. Se hallaban perdidos en una nube, en un mundo ajeno al de los demás, disfrutando de aquel momento de paz que la vida les regalaba.

Ciro salió de la cocina cuando estuvo seguro de que habían comido el postre.

—No deseo interrumpirlos, pero Isa tiene que ser muy constante con las instrucciones que dio Paco y una de ellas es no dormir menos de lo que necesita. —Isabella se sonrojó nuevamente. ¡Diablos!, que hiciera eso le perturbaba hasta el alma, lo hacía sentir un ser vulnerable y demasiado joven.

—Bella, Ciro tiene razón, ve a descansar, en otro momento continuamos, ¿está bien? —Ella se levantó sin muchas ganas, asintiendo, salió de ahí y caminó hasta las escaleras. Ambos la siguieron en silencio. Con gesto de cansancio y desilusión, ascendió sabiéndose observada.

—Buenas noches y... gracias.

Sebastián no podía quitarle la vista de encima. Hacía unos momentos parecía una mujer vibrante y plena, ahora una niña regañada y obediente. Lo estaba aniquilando.

—Es demasiado bonita para su propio bien —susurró el mayordomo notando la reacción de su patrón.

—Demasiado, Ciro, demasiado... —contestó en el mismo volumen, pero sin dejar de ver donde estuvo Isabella segundos atrás.

—Es una muchacha muy agradable, Sebastián. —Él giró sonriendo, regresaron al comedor.

—¿Todo estuvo bien en estos días? —quiso saber sentándose de nuevo, tomando un sorbo de su café.

—Sí, mejor de lo que esperé. Al principio pensé que me iba a ser complicada algunas veces, porque es evidente que tiene su carácter... —sonrió asintiendo–. Me equivoqué, sigue las instrucciones del médico al pie de la letra, es muy responsable y acomedida, desea ayudar en todo, aunque, como tú lo ordenaste, no se lo permití. De verdad es una jovencita respetuosa y sencilla.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Where stories live. Discover now