El Secreto de los Cristales (Prólogo y primer capítulo)

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Estaba en un bosque en mitad de las montañas, en algún lugar debía encontrar el cobijo de una cueva. Se desplazó hacia el sur con mucha dificultad, el viento empezaba a ensortijarse y cada vez era más difícil dar un paso sin que la vapuleara. A unos cien metros podía ver la parte rocosa donde se diseminaban las cuevas que los humanos utilizaban para vivir. Ella no conocía aquella zona, estaba a una hora a pie de su hogar y su madre jamás la dejaría alejarse tanto, así que no sabía si las cuevas estaban habitadas.      

Su única esperanza de salvación era llegar a la cueva antes que el huracán se desatara en su plenitud. Desafió el viento con pasos largos y poderosos que lograron eludir las embestidas y se deslizó zozobrando al interior de la primera abertura que encontró. Resolló un par de veces con las manos apoyadas en los muslos antes de sentarse a recuperar la respiración. Sus dos pupilas negras miraron en derredor para ubicarse. Era una cueva que parecía profunda. No era muy alta, por lo que necesitó bajar un poco la cabeza para recorrer el pasadizo que se internaba en las entrañas de la montaña. Como el huracán tardaría unas horas en alejarse, decidió investigar.

Anduvo a tientas unos doscientos metros por el túnel hasta llegar a una sala enorme que recibía luz natural a través de unos orificios que erosionaban el techo. La distancia con el suelo de la montaña no debía ser demasiado pronunciada, pues lo agujeros no eran muy profundos. El aire estaba viciado con un olor a humedad mezclado con un aroma mineral. Por un lado discurría un riachuelo subterráneo que proveía de agua a la laguna que se extendía ante su mirada. Nunca se encontró con una laguna tan extraña. ¿Cómo podía aparecer en medio de un rombo tan perfecto? Por un lado las dos paredes verticales del fondo de la sala formaban la mitad de la figura; por otro, el suelo donde se empotraba la charca dibujaba la otra mitad de aquel rombo y se unía a las paredes con trazos rectos y precisos. Eva se fijó en otra extrañeza: en cada uno de los cuatro ángulos brillaba una piedra rojiza.

Parecía como si las piedras la llamaran. Eva se acercó despacio a la laguna, con un nudo en el estómago, como si algo la estrujara por dentro y la impidiera respirar con normalidad. Cuando sus manos recorrieron la primera gema, se anuló su voluntad. Eva sintió enseguida las cosquillas que penetraban a través de la epidermis y se mezclaban con su torrente sanguíneo. Un calor eléctrico se extendió por las venas a una velocidad vertiginosa. Cuando llegó al cerebro fue como si una descarga acabara de enchufar las neuronas al halo misterioso que destilaba aquella cueva, y Eva se dejó hechizar por unos salmos que brotaban del mismo centro de la laguna.

Se adentró en la alberca en un estado místico, hasta situarse justo en el centro. Sus pies se hundieron en el agua hasta los tobillos. Los salmos continuaban manando del lugar como un manantial de palabras bisílabas con escasez de vocales y la envolvían en el primer trance de su vida. Cuando de los rubíes piramidales que decoraban cada ángulo salieron unos rayos lineales que los unieron, el tiempo se detuvo.

Eva se quedó de pie, con las manos levantadas sobre su cabeza, mientras recibía el poder que marcaría a su estirpe. 

APOHIS - Capítulo 1

27-28 de octubre de 2035

Calella de Palafrugell

       Ángela leyó las profecías de su madre hasta que los primeros rayos solares empezaron a trepar por el horizonte. Cada palabra la convencía más de que sus peores pesadillas estaban a punto de hacerse realidad; sabía que llegaba el momento de mirar a la cara a todas las dudas y los recelos que la habían mantenido alejada de esa realidad durante demasiado tiempo, pero no se sentía preparada para afrontarlo.

El asesinato de su padrastro Mick y de su madre se cometió dos días atrás. Ella fue quien encontró los cuerpos sin vida acostados en la cama de matrimonio, con una sonrisa en los labios, abrazados, muertos a la vez. Enfrentarse a aquella pesadilla que la perseguía desde la infancia la dejó sin aliento. Siempre se iniciaba con Mick y su madre de ancianos abrazándose en su roca de Calella de Palafrugell, frente a la casa de veraneo de la familia. En las imágenes, Marta recorría la distancia desde las rocas hasta la casa con un marcado dolor en las articulaciones, y recuperaba los ajados documentos del escondrijo. Mick la esperaba de pie en la calle adoquinada con maleta preparada para emprender el viaje de retorno a Barcelona donde verían a Ángela. La muerte los acechaba. No los dejaría en paz. Al llegar a la librería familiar se acercaron a su hija con un brillo especial en los ojos y le dieron los documentos sin pronunciar palabra, y Ángela entendió que era el momento del relevo. Se quedó unos minutos hojeando las profecías, hasta que el estallido de las balas la obligó a subir al piso de arriba, a la vivienda familiar, para enfrentarse con la imagen final.

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⏰ Última actualización: Oct 28, 2012 ⏰

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