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Detén tu vigilia, detén los motores, detén lo ya expuesto. Lento, respira lento, no animes la astucia de aquél implacable, no animes la búsqueda de lo memorable.
La mano en tu boca, reclama prudencia, reclama silencio, reclama la industria de un artesano que ahora maestro, fulgura sin vista y exclama sin verbos.
Detén ahora el paso, detén ya tu marcha, detén tus sentidos. La dulce palabra renueva y protege, es tuyo el silencio, es tuyo el abrigo; la fiel medicina que alivia las ansias penante reflejo que en trazos errantes evoca las pautas y el acto consagra, y al acto convoca.
El templo dispuesto, abrigo del sabio que escuda el reinado del cuerpo que late y deambula el antaño en paso discorde, la fuerza del hombre que se alza en herrumbre aquí no penetra, diluye coronas diluye las eras; el templo así anuncia el poder incompleto sutiles batallas sublimes guerreros, leones devoran el mismo elemento en eterna carrera no matan lo muerto; el templo no olvida las aguas pasadas, sentires de pueblos que en gloria se extinguen y en nada gobiernan, el agua evapora y el agua conserva; el templo perfecto culmina el ascenso prolonga lo etéreo, conecta lo visto y conecta lo hallado, los cuervos que ingresan del aire del cuerpo transforman sus alas, transforman su esencia.
Retén el silencio cuando abras los ojos, retén el silencio cuando abras sentidos; aquí la palabra se hace tu aliada, poderes completos en ti ahora hallan.
