1. Todas.

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No sabría explicar muy bien cómo lo supe. Fue un presentimiento, un pinchazo en el pecho y un nombre en mi mente. Agarré a Jeys por el brazo, deteniendo su camino.

— Tía, acompáñame, por favor —dije, quizás con tanta angustia en mis palabras que hizo que no se lo pensara.

      Había pasado un día desde que las chicas nuevas habían llegado. No tenía la costumbre de socializar con nadie, pero entre compañeras todas nos apoyamos. Había conocido a un par de chicas, Yulian y Fox, que a fin de cuentas parecían ser las únicas que hablaran mi idioma con fluidez. Apenas había podido hablar con ellas, pero no importaba. No intercambiaríamos muchas palabras tampoco; ellas eran de otra planta.

Jeys y yo habíamos bajado a la calle a por tabaco y clientela. Saliendo del estanco, ella me paró en seco. Dos coches de policía bajaban la calle a paso tranquilo.

— Estarán patrullando —dije en un intento de calmarla.

— Pues deberíamos escondernos —contestó—. No es por nada, pero tenemos pinta de putas.

Rodé los ojos, esbozando una tonta sonrisa, medio dándole la razón medio mandándola a la mierda. Encendí mi cigarro, devolviéndole el mechero y comenzando a bajar la calle a paso lento. Mis tacones resonaban a mis pasos, marcando un ritmo. Hacía muchísimo frío, y si quedara algún pelo en mi cuerpo, estaría de punta. Mi nariz había tornado un tono rojizo, junto a mis orejas, y, si no llevara maquillaje, mis labios. Jeys me seguía de cerca, aunque a cierta distancia.

— Deberíamos ir a un casino —dijo—, podríamos ganar algo.

— Un borracho y una ets —respondí—, con la suertes que tenemos.

— Siempre tan dramas.

— Jeys, si no hay un casino en estas dos calles, jamás podríamos ir.

Ella se mantuvo en silencio. Era soñadora y ambiciosa, pero entre el estanco y el hotel había campo, y más allá, más campo. No sabíamos dónde estábamos, no íbamos a ir a ningún lado. Era otro punto para ellos.

El hotel olía a tabaco y whiskey, y aquella moqueta rojiza escondía rastros de sangre y vino. Las paredes, de un amarillo asqueroso y mugriento, y el techo, con dibujos de bebés gordos con alas en un cielo nublado. Jeys y yo subimos por el ascensor, sin nadie más, retocandonos el maquillaje. Las puertas se abrieron, y un hombre, el mismo que había pasado con Flor la noche de antes, pasó a la par que nosotras salíamos. Antes de cerrarse las puertas, eché la vista atrás. No me olía bien; olía a hierro. El hombre se estaba tocando la muñeca, frotándose. Entonces lo sentí. Un pinchazo en el pecho y su nombre, a la misma vez que las puertas se cerraban.

    La puerta de Flor estaba cerrada, y parecía no haber nadie en su interior. El pánico se apoderó de mi, y Jeys intentó calmarme. Giré el pomo miles se veces, pero no funcionaba. Golpeé la puerta como si no hubiera un mañana, y dejé mi garganta en su nombre. Jeys me apartó, tirándome al suelo, y golpeó el pomo con la plataforma de su zapato varias veces, acabando por tirarlo. La puerta se abrió a nuestro paso, al igual que un edor a metal.

El suelo.

Y las sábanas.

Y las paredes.

El espejo.

La mesa.

Las ventanas.

Hasta el techo.

Y ella.

Reposaba en la cama, completamente recta, con las manos en cruz y los ojos tapados. Estaba llena de sangre; tanto que no sabría decir dónde empezaban los cortes y acababa ella. La sangre no era el único fluido presente.

Salí de la habitación a tumbos, vomitando, llorando, sollozando y con el pecho en mil pedazos.

Prácticamente todas las chicas salieron de sus habitaciones, corriendo a contemplar qué había ocurrido.

Una más;

una menos.

En aquel momento, todas eramos una. Y esa una, era Flor.

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⏰ Ultimo aggiornamento: May 05, 2019 ⏰

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