Aquí, en Venecia

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Diavolo estaba nervioso, preocupado y debía actuar rápido. Fue el peor momento para ponerse caliente. Una pequeña sensación, una chispa se encendió y su mente quiso escapar con la excusa de ese placer. Cerró los ojos. Podría tomarse el tiempo. Pensó en hacerlo. No se tocó. Sus ocupaciones eran otras y ya llevaba parte del día perdido, disociando de la realidad.Al querer ponerse de pie notó una erección.


A veces le costaba "iniciar" una labor pesada, como sería en ese caso disponer de la vida de quien era su propia hija. De hecho quizá por ahí venía la raíz del placer- no encontraba sexualmente estimulante matar, pero si lo reconfortaba. Reunió fuerzas para pararse con la intención firme de ignorar ese estímulo que lo quería mantener otro rato -quizá media hora- distraído y no, mal autoengaño, ya habían ganado las ganas de masturbarse.


Se echó contra la pared y se abrió de piernas. Sus rodillas evitaban que la tela del amplio ropaje cayera hasta la entrepierna. No hacía frío. Ya tenía contemplado "salir de su capa protectora", del comfort de la cómoda bata si la intensidad de la sesión lo requería. A pesar de considerarlo, si decidió mejor no hacerlo, si prefirió comenzar a acariciar su abdomen cobijado, fue para llamar la atención de Doppio.


Si estaba muy enojado, si él lo llamaba, Doppio solía ayudarlo. Era la fidelidad y confianza hechas persona. Diavolo había notado que también solía tenerlo a su lado cuando estaba muy tranquilo o intentando tranquilizarse, si su piel tocaba cosas suaves, si pensaba en él.No era lo mismo que telefonearlo, aunque ojalá funcionase: Dia se concentró en su respiración, que fuera lenta y profunda. Se tocaba presionando al principio, luego relajando la mano y moviéndola hacia arriba. "Siente esto...", pensaba sin poder evitarlo. No quería pronunciarlo, no quería /marcar/, o el otro tomaría su cuerpo y entonces no sería Dia mismo quien guiara la sesión. Tendría que dar las órdenes y su antojo actual era tener a Doppio a merced. Sus labios oscuros se separaron. Quería decir su nombre y sonriendo, resistió.


Los primeros tocamientos sobre sus genitales sacudieron el estado alterado de la conciencia en que se encontraba Doppio.


Cuando no era requerido por el Don, él podía hacer otra cosa: imaginar, idear, planear, recordar. Los pocos estímulos físicos que llegaban a él parecían de un plano ajeno, estaban destilados hasta ser irreconocibles, parecían ser vistos a través de paredes casi opacas. Las sensaciones del momento sin embargo eran absolutamente reales. Se estremeció al caer en cuenta que las manos sobre su pene eran las del jefe. Los pezones de Diavolo se pusieron duros.- J-jefe... -dijo Dia, y nadie más lo escuchó.


Doppio intentó inferir la situación en que estaba.


Desnudo, sin duda. Dormido no, ¿sedado? Su superior no tendría que hacer eso porque la confianza era completa hacia su persona. Si Diavolo -y sí, conocía su nombre, se lo había dicho, pero él era leal y nunca lo vocalizaba- se lo indicaba él acataría las ordenes, ya fueran nunca mencionar que eran una pareja o alardear al respecto con los subordinados. No supo bien su situación en el poco tiempo que tuvo para pensar, solo creyó estar con los ojos vendados porque la oscuridad le parecía absoluta y no sentía los párpados para saber si estaban abiertos o cerrados.


Diavolo no sentía "en su mano" al estarse masturbando, más bien experimentaba, desde su cerebro, que alguien más le daba ese placer. Y entendió que él y Doppio compartían la sensación. Aún sin meter su miembro en ningún lado, sin besar o sin el calor corporal de otro, esto era mejor que el sexo regular de dos cuerpos entrelazándose. Él sentía, literalmente, lo que le estaba haciendo a Doppio. La excitación por la unión insuperablemente íntima podría haber embriagado sus sentidos (tal y como Doppio explicaría la experiencia después), solo que hizo un esfuerzo por mantenerse asentado en la realidad. El tacto con las fibras textiles en su piel, los suaves olores y ruidos lejanos que entraban por la ventana eran sus anclas.


Doppio no podía escuchar su pene sacudirse, pero lo sentía. Diavolo lo estaba haciendo. La cara era como que le fuera a reventar por el calor. El jefe dio golpecitos en el abdomen de Doppio con el pene de este. - Ahh... -suspiraron, sin darse cuenta que el otro lo hizo también. Sus testículos subían y bajaban con el movimiento frenético. La mano de Dia, al deslizarse arriba, acariciaba el glande con el pulgar. Doppio tuvo la idea ridícula de querer intimar más, cuando ya más no se podía. Su cuerpo pedía placer y solo debía provenir del jefe.


Diavolo se metió dos dedos a la boca. Doppio los lamió, mandando placer a la espina dorsal de su jefe, haciéndolo sentir sobre sus pectorales necesidad de estar siendo tocado. Por alguna razón que no lograba entender, a Doppio le faltaban manos para tocar ansiosamente su pecho y pellizcarse los pezones.


- Jefe, soy tuyo, te pertenezco -decía la voz más grave, en un acto sin sentido. Doppio continuó, -nada me llena tanto, nada... nadie es lo que tu, eres mi mundo -Dia se escuchaba, excitado, porque eso que había entre ambos era una señal de singularidad, una relación perfecta, espiritual, que solo podía alcanzar quién había nacido para ser el emperador.


Doppio se corrió en la mano de Diavolo. La izquierda seguía ensalivada, así que Dia la pasó por el mentón y el cuello de Doppio. Luego se acercó la derecha, llena de semen, y la lamió -Doppio saboreó su propio fluído, o el del jefe, el no estar seguro lo excitó. Recorrió lentamente con su lengua, sin detenerse, por todo lo largo. Luego de nuevo, ahora con el labio inferior y rozándola a ratos con la nariz también. Lamió cada dedo.


- Te amo -a Diavolo le pareció oír la voz de Doppio, y Doppio escuchó la de Diavolo sin duda. Respiró agitado. Dia descansó los ojos. El otro seguía sin ver nada, pero hizo como si se acercara para besar a su jefe. Se encontraron. Diavolo besó su propia mano, mientras Doppio sentía todo aquello que la lengua y labios de Dia creían besar. También Diavolo tenía la sensación de sentir el beso más desde la perspectiva del otro en vez de la suya propia. Su pensamiento era esta emoción de besarlo, besarse finalmente. El efecto era muy extraño.


- Un último beso -le pidió Diavolo.Aquí, en Venecia.

Aquí, en VeneciaWhere stories live. Discover now