Capítulo 1: Felicidades, capitán

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Sus opciones para esa noche eran limitadas, pero decidió hacerle caso a su jefe y disfrutar la velada de su promoción. No se le ocurrió mejor idea que invitar a sus compañeros más cercanos a un bar común del pueblo de Liverpool. Morris, tan puntual como siempre, fue el primero en llegar:

-¡Hermano! Ven y dame un abrazo -esbozó Morris, su mejor amigo, en lo que era uno de los saludos más cálidos en todos sus años de amistad-. Te lo has ganado.

Robin y Morris eligieron la mesa más cercana para sentarse, una de esas con sillones que van en círculo y parecen interminables.

-¿Quiénes vienen hoy, mi amigo? -preguntó Robin mientras se sacaba su gabardina.

-Los de siempre: Eduard, Jack, Alexander y Viena. Bueno, y Jack ha insistido en que invitemos a Doris.

Me parece bien. Siempre quise que se sumara a una de nuestras reuniones, al fin y al cabo, ya lleva más de un año en la Marina. Era hora de que fuéramos un poco más amistosos -respondió Robin mostrando su sonrisa completa, caracterizada por unos prolijos dientes blancos.

Sin dar tiempo a una conversación un poquito más relevante, el resto de los invitados al festejo aparecieron por la puerta del bar entre risas.

-Pero ¿qué puede ser tan gracioso? -preguntó solo por curiosidad Robin al mismo tiempo que se aproximaba a sus compañeros de la Marina con una renovada sonrisa. Morris lo siguió detrás.

Doris y sus memes de gatitos son algo que difícilmente puedes pasar por alto, colega -replicó Jack para entrar en otra ronda de abrazos y felicitaciones para el recién ascendido.

La relación que poseía el grupo ha pasado de ser de una estrictamente profesional a otra mucho más cercana. El tiempo que Robin compartió con Jack, Alexander, Eduard y Viena desde sus comienzos en la Marina ha sido mucho mayor que el tiempo que compartió con el resto de sus compañeros de trabajo. En tanto Morris ha sido el mejor amigo, incansable y presente compañía, que ha acompañado a Robin desde su difícil infancia con su tío tras la muerte de sus padres. De esa forma Doris, uno de los contramaestres más recientes del equipo, intentaba adaptarse a lo que era un grupo formado.

-Robin, estamos todos muy ansiosos por saber... -Viena realizó una pausa para observar de forma muy juguetona al resto-. ¿Permitirás tragos libres y fiestas en la sala de operaciones? ¿O serás más del estilo de capitán aburrido y tradicional?

-Si hay alcohol, yo me apunto -se apuró a contestar Eduard, que debido a su tosco cuerpo tuvo que moverse a un lugar más cómodo.

-Nada de fiestas privadas ni reuniones clandestinas -afirmó con seguridad Robin, echándole una mirada picarona a Viena. Parecía que, después de todo este tiempo, se estaba generando cierta química.

-¡Sus pedidos! -exclamó la camarera que traía una bandeja llena de cervezas. Todos tomaron la suya con apuro.

-Así que todos tendremos el placer de compartir esta misión bajo tu yugo -dijo Doris dirigiéndose a Robin mientras probaba su cerveza.

-Efectivamente, colega. Nuestro teniente Jack será el segundo al mando -contestó Robin rápidamente. Doris asintió satisfecho-. ¿Y tú que cuentas, Alex? No has dicho mucho hasta ahora.

Robin lo hizo una vez más. Esa necesidad impetuosa de incluir a todos en una conversación o grupo era algo de todos los días. No quería que ninguno se sintiera incómodo, y haría todo por evitar que eso pasara.

-Solo estoy contento por ti. Te mereces lo que recibes -respondió Alexander con voz bajita, casi inaudible. No todos lograron escucharlo, pero sabían que su compañero no era de muchas palabras. No forzarían la situación.

-¡Un brindis por nuestro capitán! -dijo Eduard elevando la voz. Aquel fortachón honorable era de lo más clásico y sensible.

Los siete se levantaron de sus asientos con energía y llevaron sus cervezas hacia lo más alto.

-¡Salud! -gritaron todos al unísono.

El festejo no tuvo mayores altercados. Los colegas de la Marina Real Británica bebieron a más no poder en rondas de tragos que parecían nunca acabar, rieron como nunca y utilizaron todo el tiempo a su favor para hacer de aquella noche un recuerdo único e inolvidable.

Como todo lo bueno empieza y termina, la reunión tuvo su fin pasadas un par de horas de la madrugada. Pero parecía que a Viena no le había alcanzado.

-¿Por qué no vamos para mi departamento? -le susurró Viena a Robin a la salida del bar cuando el resto ya marchaba hacia sus hogares. El contacto entre los dos fue fogoso, y los labios de Viena que casi rozaron la oreja de su compañero generaron una tensión sexual que no podría ser pasada por alto. Robin tomó sus manos con suavidad y, lentamente, caminaron juntos hacia su domicilio.

No tardaron mucho tiempo en encontrarse en la puerta del edificio, y menos en llegar a la puerta del hogar de Viena. Comenzaron a sacarse sus numerosas prendas de abrigo mientras se besaban apasionadamente y la excitación entre ellos crecía de forma gradual pero constante. Se revolcaron en la cama matrimonial y los dos sintieron por fin que estaban disfrutando aquel placer que, por cuestiones que ni ellos estaban al tanto, se habían negado por mucho tiempo.

Viena se abalanzó sobre el cuerpo marcado y musculoso de Robin sin pensarlo. Sus cuerpos pegados, el corazón a tope y el cerebro lejos. Olvidaron todo por un momento.

Entonces, de repente, Robin comenzó a recuperar la compostura:

-¡Robin, despierta! ¡Despierta, por favor! -gritaba Viena sin parar en un aullido temperamental lleno de preocupación.

-¡Robin, despierta! ¡Despierta, por favor! -gritaba Viena sin parar en un aullido temperamental lleno de preocupación

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Supervivientes #1 | La influencia del capitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora