Me levanto de la cama, revisando la hora en mi reloj de tocador. Es pasada de la una de la mañana, y tengo escuela temprano. Bueno, en un rato realmente. Ya es lunes. Lo odio.

Tomo un par de pantuflas de mi armario y abro la ventana. El aire de la noche es frío sobre mi cálida piel mientras salgo a la barandilla, tomando un respiro antes de deslizarme por la enredadera cuesta abajo.

Mis pies se dirigen hacia el patio trasero, con el pasto carraspeando mis tobillos. Llevo puesto mi pantalón de lana y una camiseta, mi cabello probablemente esté despeinado por haber estado acostada. Los árboles lucen amenazantes en la oscuridad cuando llego al sendero, extendiéndose hasta el cielo, como si sus raíces les impidieran llegar más alto.

Camino por el sendero con sólo la luz de la luna para alumbrarme.

Me detengo una vez llego al claro. Camino directo hacia uno de los columpios, pero después decido sentarme sobre el suelo. El pasto es frío y suave, lo jalo entre mis dedos como siempre lo hago.

Harry no está aquí. Debe estar en el cementerio.

Mientras pienso eso, él emerge de entre los árboles del otro lado del claro, su expresión es claramente de confusión en cuanto me ve.

—Hey—él dice, caminando hacia mí y sentándose a mi lado sobre el pasto—. ¿No puedes dormir?

Niego con mi cabeza.

—Únete al club—apenas sonríe.

Gesticulo una sonrisa de vuelta.

—Así que—habla, inclinándose hacia delante para descansar los codos sobre sus rodillas—. ¿Qué está molestándote?

Levanto una ceja.

—¿Por qué asumes que algo está molestándome?

Me mira.

Desvío la mirada hacia mi regazo.

—No puedo dejar de pensar en la pared.

Él asiente, apretando sus labios y dirigiendo su mirada hacia la mía.

—Tampoco yo.

Desvío mi mirada de la suya para enfocarla en algunas luciérnagas que merodean alrededor, en la otra esquina del claro. Hay un montón de ellas, bailando junto con el aire.

—Están aquí cada noche, sabes—dice Harry.

—¿Las luciérnagas?

—Sí. Quien sabe a donde van durante el día, pero en la noche, siempre están aquí.

Miramos los destellos de cada luciérnaga, casi como si fuera un elegante baile. Me pregunto cuantas veces Harry no ha tenido nada mejor que hacer que observarlas titilear erráticamente. Los días han de ser largos cuando ni siquiera cierras los ojos.

—¿Dónde está el collar?

Vuelvo a la realidad y llevo una mano hacia mi cuello.

—Oh—digo—. Mi madre no me deja dormir con él puesto. Ella piensa que me enredaré con él y me terminaré ahorcando.

Harry lucha por contener la risa.

—¿Cuántos años cree que tienes, cuatro?

—Y medio.

Reímos ligeramente. Se siente raro no estar usando el collar cuando estoy tan acostumbrada a traerlo siempre en mi cuello.

—Últimamente he querido preguntarte—digo, jugando con un mechón de mi cabello—. ¿Por qué me diste el collar en primer lugar?

Sonríe levemente.

—Bueno, quería asustarte un poco—admite.

Río, agitando mi cabeza.

—¿Enserio?

—Sí, pero esa no es la verdadera razón—dice, cambiando su gesto—. El collar es muy importante para mí. Era de mi abuela, como ya te había dicho. Ella murió por cáncer de pulmón cuando yo tenía dieciséis, era fumadora. Días antes de su muerte, ella me llamó a que fuera a su habitación, para darme el collar. No sabía por qué lo tenía, quiero decir, es de una calavera junto con un par de huesos cruzados. Usualmente no ves ese tipo de símbolo en joyería. Nunca la vi usarlo, y nunca habló sobre él. Me lo dio para que así pudiera recordarla, diciéndome que significaba mucho para ella.

—Lo mantuve guardado en mi habitación, en esa caja, la color negra que ahora tienes tú. Era cercano a mi abuela, más que nada porque ella siempre me daba buenos consejos. Nunca supe el por qué le tenía tanto afecto a ese collar, pero con tan sólo saber que le era especial lo hace especial para mí.

—Después de que mis padres se mudaran, me las ingenié para entrar a la casa, para ver lo que habían dejado. Encontré la caja con una fotografía mía y el collar en la barra de la cocina. Fueron las únicas cosas mías, las cuales ellos no vendieron o desecharon.

Él me mira.

—No sé exactamente el por qué decidí darte el collar. Sólo quería que lo tuvieras, supongo. ¿Qué iba a hacer con él de todos modos? estoy muerto—se encoge de hombros—. Me alegra habértelo dado. Luce bien en ti.

Le dedico una pequeña sonrisa, la brisa agita mi cabello sobre mi hombro. El aire se siente frío ahora, con él sentado junto a mí.

—¿Qué hubiera pasado contigo si yo nunca me hubiera mudado a la casa?—pregunto.

—Probablemente hubiera terminado como Em—dice—. Estancado.

—Pobre Em.

—Pobre Em—concuerda.

—¿Harry?

—Hmm.

—¿Qué si tu cuerpo está realmente detrás de esa pared?

Él me mira directamente. Sé que mis ojos están llenos de preocupación, estoy preocupada.

—Entonces...—se encoge de hombros. No parece tener una respuesta, y sé que le preocupa un poco a él también.

Miro hacia abajo.

Acerca su mano y toca mi mejilla ligeramente, girando mi rostro hacia él para mirarlo. El aliento se atora en mi garganta y siento mi corazón palpitar rápidamente. Mi piel se enfría como siempre cada vez que él me toca, sintiendo su frígida aura correr por mis adentros, correr por mis huesos.

—¿Puedo intentar algo?

Lo miro sin saber que responder, así que sólo asiento. Una pequeña sonrisa aparece en sus labios, junto con sus hoyuelos marcados a cada lado.

Se acerca a mí, descansando su frente junto con la mía gentilmente. Su otra mano empuja mi cabello fuera de mi rostro en un dulce gesto. Un millón de sensaciones corren por mi espina dorsal en este momento.

Y entonces él se acerca más y me besa.

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Créditos a quien haya hecho el manip (:

Phantom [h.s] •Completa•Where stories live. Discover now