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Cuando vi a Catherine por primera vez, ella lucía un vestido de color carmesí intenso y hojeaba nerviosamente una revista en mi sala de espera. Era evidente que estaba sofocada. Los últimos minutos pasaron por el pasillo, frente a los consultorios del departamento de psiquiatría, tratando de convencerlo. Fui a la sala de espera para saludarla y nos estrechamos la mano. Noté que las suyas estaban frías y húmedas, lo cual confirmaba su ansiedad. En realidad, he tenido que reunir valor durante dos meses para pedirle una cita, pese a dos médicos personales, hombres en quienes ella confiaba, le he aconsejado insistentemente que me pidiera ayuda. Finalmente, allí estaba. Catalina es una mujer extraordinariamente atractiva, De ojos color avellana y pelo rubio, medianamente largo. Por esa época trabajé como técnica de laboratorio en el hospital donde yo era jefe de Psiquiatría; También se ganaba un sobresueldo como modelo de trajes de baño. Me hice pasar por el diván. Nos sentamos frente a frente, separados por mi escritorio semicircular. Catherine se reclinó en su sillón, callada, sin saber por dónde empezar. Yo esperaba, pues prefería que fuera ella misma quien eligiera el tema inicial; No obstante, al cabo de algunos minutos empecé a preguntarle por su pasado. En esa primera visita, comenzamos a desentrañar quién era ella y por qué acudir a verme. En respuesta a mis preguntas, Catherine reveló la historia de su vida. Era la segunda de tres hijos, Criada en el seno de una familia católica conservadora, en una pequeña ciudad de Massachusetts. Su hermano, tres años mayor que ella, era muy atlético y disfrutamos de una libertad que no le gusta. La hermana menor era la favorita de ambos padres. Cuando empezamos a hablar de sus síntomas se puso notablemente más tensa y nerviosa. Comenzó a hablar más lejos y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en la mesa. Su vida siempre había estado repleta de miedos. Tenía miedo del agua; Tenía tanto miedo como las píldoras; también la asustaban los aviones, y la oscuridad; La aterrorizaba la idea de morir. En los últimos La hermana menor era la favorita de ambos padres. Cuando empezamos a hablar de sus síntomas se puso notablemente más tensa y nerviosa. Comenzó a hablar más lejos y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en la mesa. Su vida siempre había estado repleta de miedos. Tenía miedo del agua; Tenía tanto miedo como las píldoras; también la asustaban los aviones, y la oscuridad; La aterrorizaba la idea de morir. En los últimos La hermana menor era la favorita de ambos padres. Cuando empezamos a hablar de sus síntomas se puso notablemente más tensa y nerviosa. Comenzó a hablar más lejos y se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en la mesa. Su vida siempre había estado repleta de miedos. Tenía miedo del agua; Tenía tanto miedo como las píldoras; también la asustaban los aviones, y la oscuridad; La aterrorizaba la idea de morir. En los últimos La aterrorizaba la idea de morir. En los últimos La aterrorizaba la idea de morir. En los últimos tiempos, esos miedos habían comenzado a empeorar. A fin de sentirse a salvo solía dormir en el amplio ropero de su apartamento. Sufría dos o tres horas de insomnio antes de poder conciliar el sueño. Una vez dormida, su sueño era ligero y agitado; se despertaba con frecuencia. Las pesadillas y los episodios de sonambulismo que habían atormentado su infancia empezaban a repetirse. A medida que los miedos y los síntomas la iban paralizando cada vez más, mayor era su depresión. Mientras Catherine hablaba, percibí lo profundo de sus sufrimientos. En el curso de los años, yo había ayudado a muchos pacientes como ella a superar el tormento de los miedos; por eso confiaba en poder prestarle la misma ayuda. Decidí que comenzaríamos por ahondar en su niñez, buscando las raíces originarias de sus problemas. Por lo común, este tipo de indagación ayuda a aliviar la ansiedad. En caso de necesidad, y si ella lograba tragar píldoras, le ofrecería alguna medicación suave contra la ansiedad, para que estuviera más cómoda. Era el tratamiento habitual para sus síntomas, y yo nunca vacilaba en utilizar sedantes (y hasta medicamentos antidepresivos) para tratar las ansiedades y los miedos crónicos y graves. Ahora recurro a ellos con mucha más moderación y sólo durante breves períodos, si acaso. No hay medicamento que pueda llegar a las verdaderas raíces de estos síntomas. Mis experiencias con Catherine y otros pacientes como ella así me lo han demostrado. Ahora sé que se puede curar, en vez de limitarse a disimular o enmascarar los síntomas. Durante esa primera sesión yo trataba, con suave insistencia, de hacerla volver a la niñez. Como Catherine recordaba asombrosamente pocos hechos de sus primeros años, me dije que debía analizar la posibilidad de utilizar la hipnoterapia como una posible forma de abreviar el tratamiento para superar esa represión. Ella no recordaba ningún momento especialmente traumático de su niñez que explicara esos continuos miedos en su vida. En tanto ella se esforzaba y abría su mente para recordar, iban emergiendo fragmentos aislados de memoria. A los cinco años había sufrido un ataque de pánico cuando alguien la empujó desde un trampolín a una piscina. No obstante, dijo que incluso antes de ese incidente no se había sentido nunca cómoda en el agua. Cuando Catherine tenía once años, su madre había caído en una depresión grave. El extraño modo en que se alejaba de su familia hizo que fuera necesario consultar con un psiquiatra y someterla a electrochoque. Debido a ese tratamiento a su madre le costaba recordar cosas. La experiencia asustó a Catherine, pero aseguraba que, cuando su madre mejoró y volvió a ser como siempre, esos miedos se disiparon. Su padre tenía un largo historial de excesos alcohólicos; a veces, el hijo mayor tenía que ir al bar del barrio para recogerlo. El creciente consumo de alcohol lo llevaba a reñir frecuentemente con la madre de Catherine, quien entonces se volvía retraída y malhumorada. Sin embargo, la muchacha consideraba eso como un patrón familiar aceptado. Fuera de casa todo iba mejor. En la escuela secundaria salía con muchachos y mantenía un trato fácil con sus amigos, a la mayoría de los cuales conocía desde varios años atrás. Sin embargo, le resultaba difícil confiar en la gente, sobre todo en quienes no formaban parte del reducido círculo de sus amistades. En cuanto a la religión, para ella era simple y no se planteaba dudas. Se le había enseñado a creer en la ideología y las prácticas católicas tradicionales, sin que ella pusiera realmente en tela de juicio la verdad y validez de su credo. Estaba segura de que, si una era buena católica y vivía como era debido, respetando la fe y sus ritos, sería recompensada con el paraíso; si no, sufriría el purgatorio o el infierno. Un Dios patriarcal y su Hijo se encargaban de esas decisiones definitivas. Más tarde descubrí que Catherine no creía en la reencarnación; de hecho, sabía muy poco de ese concepto, aunque había leído algo sobre los hindúes. La idea de la reencarnación era contraria a su educación y su comprensión. Nunca había leído sobre temas metafísicos u ocultistas porque no le interesaban en absoluto. Estaba segura de sus creencias. Terminada la escuela secundaria, Catherine cursó dos años de estudios técnicos, que la capacitaron como técnica de laboratorio. Contando con una profesión y alentada por la mudanza de su hermano a Tampa, Catherine consiguió un puesto en Miami, en un gran hospital asociado con la Universidad de Miami. Ciudad a la que se trasladó en la primavera de 1974, a la edad de veintiún años. La vida de Catherine en su pequeña ciudad había sido más fácil que la que tuvo que llevar en Miami; sin embargo, le alegraba haber escapado a sus problemas familiares. Durante el primer año que pasó allí conoció a Stuart: un hombre casado, judío y con dos hijos; diferente en todo de los hombres con quienes había salido. Era un médico de éxito, fuerte y emprendedor. Entre ellos había una atracción irresistible, pero las relaciones resultaban inestables y tempestuosas. Había algo en él que despertaba las pasiones de Catherine, como si la hechizara. Por la época en que ella inició la terapia, Su relación con Stuart iba por el sexto año y aún conservaba todo su vigor, aunque no marchara bien. Catherine no podía resistirse a él, aunque también se tratara de sus mentes, sus manipulaciones y sus promesas rotas. Varios meses antes de su entrevista conmigo, Catherine había tenido una operación quirúrgica de las cuerdas vocales, con un nódulo benigno. Ya estaba ansiosa antes de la operación, pero al despertar, en la sala de recuperación, se encuentra absolutamente aterrorizada. El personal de enfermería se esforzó horas enteras por calmarla. Después de responder en el hospital, buscó al doctor Edward Poole. Edéame un bondadoso pediatra a quien Catherine había conocido mientras trabajaba en el hospital. Entre ambos surgió en un entendimiento instantáneo, que se convirtió en una amistad estrecha. Catherine habló francamente con Ed; Te contó sus temores, su relación con Estuardo y la sensación de estar perdiendo el control de su vida. Él insistió en que pidiera una entrevista conmigo, personalmente, no con alguien de mis asociados. Cuando me llamaron para ponerme al tanto de ese consejo. Sin embargo, Catherine no me llamó. Pasaron ocho semanas. Mi trabajo como jefe del departamento de psiquiatría me absorbe mucho, olvidé la llamada de Ed. Los miedos y las fobias de Catalina empeoraban. El doctor Frank Acker, jefe de Cirugía, la información superficial de los últimos años y solía bromea con ella cuando visita el laboratorio donde trabajaba. Él había notado su desdicha de los últimos tiempos y percibido su tensión. Aunque había querido decirle algo en varias oportunidades, vacilaba. Una tarde, mientras iba a ser un hospital en el mismo lugar, tenía que dar una conferencia, viola a Catherine, volvimos a su propio automóvil en una casa, cerca de ese pequeño hospital. Siguiendo un impulso, le indica por señas que se tuvo un lado de la carretera. —Quiero que hable ahora mismo con el doctor Weiss —le gritó por la ventanilla—. Sin demora. Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo tiempo, Frank le sorprendió su rotundidad. Los ataques del pánico y la ansiedad de Catherine son más frecuentes y duran más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella se cruzó al volante de su automóvil. El vehículo se hundía Aunque había querido decirle algo en varias oportunidades, vacilaba. Una tarde, mientras iba a ser un hospital en el mismo lugar, tenía que dar una conferencia, viola a Catherine, volvimos a su propio automóvil en una casa, cerca de ese pequeño hospital. Siguiendo un impulso, le indica por señas que se tuvo un lado de la carretera. —Quiero que hable ahora mismo con el doctor Weiss —le gritó por la ventanilla—. Sin demora. Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo tiempo, Frank le sorprendió su rotundidad. Los ataques del pánico y la ansiedad de Catherine son más frecuentes y duran más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella se cruzó al volante de su automóvil. El vehículo se hundía Aunque había querido decirle algo en varias oportunidades, vacilaba. Una tarde, mientras iba a ser un hospital en el mismo lugar, tenía que dar una conferencia, viola a Catherine, volvimos a su propio automóvil en una casa, cerca de ese pequeño hospital. Siguiendo un impulso, le indica por señas que se tuvo un lado de la carretera. —Quiero que hable ahora mismo con el doctor Weiss —le gritó por la ventanilla—. Sin demora. Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo tiempo, Frank le sorprendió su rotundidad. Los ataques del pánico y la ansiedad de Catherine son más frecuentes y duran más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella se cruzó al volante de su automóvil. El vehículo se hundía En mi caso, en un hospital, en un hospital pequeño, cercano a ese pequeño hospital. Siguiendo un impulso, le indica por señas que se tuvo un lado de la carretera. —Quiero que hable ahora mismo con el doctor Weiss —le gritó por la ventanilla—. Sin demora. Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo tiempo, Frank le sorprendió su rotundidad. Los ataques del pánico y la ansiedad de Catherine son más frecuentes y duran más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella se cruzó al volante de su automóvil. El vehículo se hundía En mi caso, en un hospital, en un hospital pequeño, cercano a ese pequeño hospital. Siguiendo un impulso, le indica por señas que se tuvo un lado de la carretera. —Quiero que hable ahora mismo con el doctor Weiss —le gritó por la ventanilla—. Sin demora. Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo tiempo, Frank le sorprendió su rotundidad. Los ataques del pánico y la ansiedad de Catherine son más frecuentes y duran más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella se cruzó al volante de su automóvil. El vehículo se hundía Le indico que se hiciera un lado de la carretera. —Quiero que hable ahora mismo con el doctor Weiss —le gritó por la ventanilla—. Sin demora. Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo tiempo, Frank le sorprendió su rotundidad. Los ataques del pánico y la ansiedad de Catherine son más frecuentes y duran más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella se cruzó al volante de su automóvil. El vehículo se hundía Le indico que se hiciera un lado de la carretera. 

—Quiero que hables ahora mismo con el doctor Weiss —le gritó por la ventanilla—. Sin demora. Aunque los cirujanos suelen actuar impulsivamente, al mismo Frank le sorprendió su rotundidad. Los ataques de pánico y la ansiedad de Catherine iban siendo más frecuentes y duraban más. Empezó a sufrir dos pesadillas recurrentes. En una, un puente se derrumbaba mientras ella lo cruzaba al volante de su automóvil. El vehículo se hundía en el agua y ella quedaba atrapada, ahogándose. En el segundo sueño se encuentran, en un cuarto totalmente oscuro, donde se encuentran las cosas, sin embargo, hay una salida. Por fin, vino a verme.

* * *

Durante mi primera sesión con Catherine, yo no tenía la menor idea de que mi vida era un punto de trastrocarse por completo, de aquella mujer asustada y confundida, sentada frente a mi escritorio, sería el catalizador, y que nunca volveré a ser el mismo 

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⏰ Last updated: Apr 14, 2019 ⏰

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