—Buenos días ¿Está listo el desayuno? ¿Te ayudo en algo? —contesté, con el entusiasmo que me caracterizaba.

En lo que podía, me gustaba ayudar en los quehaceres del hogar, así como también a las demás personas, si necesitaban algo yo lo hacía con gusto, ya sea ayuda en trabajos o en cualquier cosa. Excepto dando consejos, era la peor para eso.

—No te preocupes, ya está listo. Quería avisarte que los tres chicos vendrán hoy en la tarde —informó con una sonrisa amable, me daba paz verla así.

Ella era una mujer de casi cuarenta años, piel pálida como la nieve, llena de pecas, así como yo, fui una copia exacta de ella, exceptuando mi cabello naranja que nadie sabía de dónde salió, porque mamá era castaña y papá también, sus ojos azules estaban entre cerrados, mirándome con ternura en su expresión, ella me amaba, estaba segura de eso.

Alto, ¿dijo tres chicos? ¡¿Hoy?! Aún no había preparado nada, ni siquiera había conseguido un cuaderno o pizarra para enseñarles cosas básicas del pueblo, nada. Mis ojos se abrieron más de lo común, ella notó mi expresión de asombro y preocupación al mismo tiempo, mis latidos empezaron a acelerarse por obvias razones, nunca había convivido con tantos chicos al mismo tiempo, me daba cierto pánico.

Colocó una mano en mi hombro, de manera que me transmitió tranquilidad, mamá era como una super heroína para mí, lograba calmarme con el simple hecho de abrazarme, tocarme y decirme: shhh, todo estará bien. Ella tenía ese super poder, no solo en mí, también en otras persona, era como si su voz fuera la de un ángel.

La miré, porque sabía que ella confiaba en mí, todos confiaban en mí, por primera vez se me encargó hacer algo sumamente importante, no planeaba fallarles. El solo tacto de su mano y sus ojos, me dieron la suficiente calidez que necesitaba para motivarme.

—Prometo esforzarme —hablé decidida en ayudar, formando un puño con mis manos.

—Sé que lo lograrás, confiamos en ti —respondió con ánimos en su tono.

Asentí, orgullosa de tener una buena madre. Empecé a pensar en las cosas que les enseñaría. Primero; lo básico, debían aprender a dormir en cualquier lugar, no solo en sus habitaciones de lujo, porque si tenían muchísimo dinero era obvio que sus comodidades eran inmensas. También deberían aprender a comer lo que haya en la nevera... No lo que ellos quieran. Iba a ser difícil, para ellos y para mí.

Cambiar su estilo de vida de un día para otro, era algo impactante, me sentía un poco mal por sus pobres almas al pensar en eso. Haría lo que pueda.

Mamá me invitó a desayunar, decía que papá ya estaba esperándonos en la mesa. Salimos con ese objetivo en mente, me preguntaba qué sería el desayuno, más bien, me sorprendía que hubiese desayuno, aunque; estábamos en temporada de cosechas, eso significaba neveras llenas. Miré de reojo, estaba servido en la mesa.

Huevos revueltos con salsa de tomate casera, ¿las gallinas ya habían puesto? Me emocioné, al fin cambió el menú y no era solo frutas o verduras.

—Buenos días Emy —una voz masculina me obligó a mirarlo.

Era papá, estaba escribiendo en unos papeles mientras comía, un hombre delgado, muy delgado y es que; ¿Quién no era flaco en el pueblo? Más bien, era muy extraño que alguien estuviera gordo. Detallé que llevaba puesto sus lentes, quería regalarle unos nuevos pero no lograba conseguir ni un centavo, los suyos estaban medio rotos, amarrados con alambres para que las patas no se soltaran y pudiera usarlos, el vidrio de un ojo estaba agrietado, pero decía que podía ver las letras. Por otro lado, papá ya casi no tenía mucho cabello, se notaba su calvicie, él tenía cuarenta y cinco años.

Emily y compañía [COMPLETA]Where stories live. Discover now