Entró a limpiar la habitación. Había una buena cantidad de sangre. Las toallas estaban empapadas, el sofá tenía una gran mancha. También había charcos en el suelo. Amontonó las toallas y las llevó escaleras abajo, regreso con un cubo y una esponja para limpiar la sangre del suelo. Parte de ella había caído en las alfombras, esas serían difíciles de remover. Así que solo por esto armaron tanto alboroto. Sangre. No tenía nada de especial. Olía a metal, era pegajosa y odiaba tenerla en las manos.

No podría hacer nada con el sofá. Tendrían que destruirlo. Tal vez podría encender una hoguera y quemarlo. Si tuviera una varita mágica, podría desaparecerlo, pero aquellos tiempos habían quedado atrás.

Los elfos subieron para ayudarla a sacar el sofá y a bajar la alfombra enrollada. Pasó dos horas limpiando la sangre de la alfombra y luego tuvo que servir la cena. Draco no estaba en su asiento, pero el profesor Snape se quedó. La señora Malfoy tenía los ojos hinchados y rojos de tanto llorar. No hubo conversación alguna y casi nadie comió. Podrían tener un banquete esta noche, pero Hermione sabía que los elfos estarían demasiado alterados para comer. Le tocaría a ella y a Stina comer todo lo que pudieran.

Hermione comió todo lo que pudo e incluso llenó su pequeña reserva. Para su sorpresa, Draco la llamó. Subió a la habitación de Draco. Estaba tumbado en la cama sin camisa. Pudo ver sus heridas por todo el pecho y el vientre que se estaban curando. Estaban empezando a cicatrizar, pero aún parecían estar en carne viva. Tajos de un intenso rojo que contrastaban con su blanca piel.

—Deberías ir a acostarte, madre. Estás alterada.

—¿Cómo voy a dormir si estás herido? —dijo, estaba a punto de echarse a llorar de nuevo. La tensión seguía haciendo que su voz sonara aguda y nasal.

—Estoy bien, madre. Acuéstate. La Sangre Sucia cuidará de mí.

La señora Malfoy se percató de su presencia y miró de nuevo a Draco.

—Ve a descansar —continuó—. Te veré por la mañana.

Después de un momento, asintió y salió de la habitación.

—No es muy buena con las heridas —le comentó a Hermione cuando su madre se hubo marchado—. Cuando era pequeño, llamaba a todo el personal de San Mungo cada vez que me cortaba con papel. Tendrás que untar esa pomada en las heridas.

Hermione se sentó en la cama y tomo un trozo de algodón. Él no reaccionó cuando ella tocó una de las heridas. Debía de estar tomando algún analgésico. Tenía los ojos más vidriosos que de costumbre, como cuando bebía demasiado. Draco suspiró y se echó hacia atrás, puso el antebrazo detrás de su cabeza. Las heridas seguían cicatrizando y el ungüento estaba ayudando al proceso de curación. La mayoría de las heridas estaban en su lado derecho del cuerpo.

—Hubo una explosión. Fue golpeado por metralla.

—No esperaba que supieras esa palabra.

—Hemos aprendido muchas palabras últimamente —dijo con amargura, observándola mientras le limpiaba las heridas—. Era algún tipo de arma. El hombre que estaba adelante, tenía la pierna destrozada —continuó Draco. Hermione sospechaba que estaba un poco orgulloso de sus heridas.

—Minas antipersona —dijo Hermione—. Nunca se usaron aquí.

—Se utilizan ahora.

Esto era nuevo para Hermione. Eran medidas bastante extremas por parte del ejército muggle.

—Padre está furioso —continuó—. No sabía que los muggles tuvieran tal variedad de armas. Parece que cada día nos topamos con algo nuevo. Hemos tenido bastantes bajas.

Hermione no dijo nada. Desde luego, no iba a dar información que pudiera ayudarlos.

—Pero estamos aprendiendo a buscarlas y destruirlas con bastante rapidez. Las armas muggles no son rivales para la magia.

«—Yo no apostaría a eso —pensó Hermione.»

—Es bastante difícil buscar algo que no puedes ver —mencionó.

—Son bastante fáciles de encontrar si sabes qué estás buscando. Tráeme un whisky.

Hermione contuvo su reflejo de discutir y se acercó a las botellas. Se reprendió a sí misma por sus pensamientos, lo habría regañado si hubiera sido Harry o Ron. Él no era su amigo, de hecho, lo odiaba. Necesitaba recuperar algo de distancia. Al menos él no la tocaría esta noche. Fuera cual fuera la poción que lo mantenía relajado y sin dolor, se aseguraría de que no fuera capaz de tener intimidad.

Volvió a la cama y le tendió un vaso grande de whisky.

—¿Hubieras lamentado que me muriera? —preguntó, de nuevo recostándose en la cama.

Hermione no contestó, pero empezó a limpiar las heridas de nuevo.

—Contéstame —le ordenó.

—No —dijo ella sin levantar la vista. Sentía la tensión de los músculos bajo sus dedos. Cuando por fin lo miró, él estaba mirando algo al otro lado de la habitación. Permaneció callado durante un rato, pero Hermione se dio cuenta de que le pesaban los ojos. La poción reponedora de sangre estaba curando el déficit, pero su cuerpo aún había sufrido un traumatismo. Probablemente dormiría hasta mañana. Se le cerraban los ojos y se quedó tan quieta como pudo por si volvía a despertar. En cuanto se durmiera, Hermione se iría. Estuvo sentada cinco minutos antes de levantarse de la cama. Colocó con cuidado una manta sobre su piel expuesta y se dispuso a marcharse.

—Quédate —le oyó decir mientras se dirigía a la puerta. Hermione entrecerró los ojos, molesta, pero volvió a la cama como le habían ordenado. La hizo meterse bajo las cobijas de tomar su varita y apagar las luces.

Estaba tan cansado que roncaba ligeramente. Ella nunca lo había oído roncar y eso solo alimentaba su fastidio. Estaría mucho mejor si pudiera volver a su propia cama. Hacía ya bastante tiempo que no dormía en su habitación. Quizá se cansaría pronto de ella. Tal vez una experiencia cercana a la muerte lo impulsaría a conseguirse una novia y la dejaría en paz.

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Notas: Editado.

Naoko Ichigo

El lento deshieloWhere stories live. Discover now