Prólogo

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Dicen que la electricidad te mata, que tocarla te daña, te quema por dentro. Pero lo que realmente te mata es el agotamiento mental de una vida de mierda. No me malinterpretéis, mi vida no es más ni menos mala que la de cualquier otro, tiene sus días, pero hoy era uno de esos días. De esos en los que expulsaría toda la energía acumulada en mi interior y destrozaría cualquier cosa que osase ponerse en mi camino. 

Era un día cálido, la primavera podía entreverse cercana, casi en el horizonte, y el sol acariciaba cada rincón al que podía acceder desde las ventanas del tren por las que se colaba. Y diréis: pues tampoco pinta tan mal día. La realidad es que la oscuridad la llevaba por dentro. Llegaba tarde a la universidad, ¡qué novedad! Mi mente era un revoltijo de pensamientos: entregas, prácticas nuevas, proyectos que me costaba entender... y sin sumar las cosas ordinarias a las que yo daba ligera importancia aunque no la tuvieran: aquel videojuego a medias, los capítulos finales de una serie que me moría por terminar y la montaña de cómics sobre mi mesa como el que iba leyendo. Mi propio caos mental. Enfrascado en aquellos héroes con vidas increíbles, intentaba calmar aquello que me consumía dentro. Ni siquiera el crush de turno me hacía demasiado caso, pudiendo sustituir perfectamente demasiado por ningún, pero no soy de los que pierden la esperanza facilmente.

Fuera de mis cascos, ya que soy de esos que se han acostumbrado a leer con música de fondo, se acumulaba demasiado ruido innecesario, un barullo atronador para ser tan pronto. Mi mente crepitaba, intentando concentrarse en lo que leía y, cuando había repetido el mismo diálogo varias veces el ruido cesó. El ruido y todo. El tren pareció parpadear, quedarse sin energías hasta que se apagó por completo, frenando de forma brusca e inesperada. Otro parpadeo y todo en marcha de nuevo. ¡A ver cuando cambian estos trenes!

El resto del viaje se produjo sin más percances, si es que el día no era uno en sí mismo. La estación estaba abarrotada y la gente subía las escaleras super lento, como siempre, y mis gritos mentales aumentaban su intensidad. Y más parpadeos, luces tintineantes. Pero lo mejor fue al pasar por los tornos de salida, cuando me acerqué se abrieron todas a la vez. Y de aquí a la locura: algunos se cerraban, otros se abrían, sin ritmo ni pauta alguna. Todos los presentes se notaban algo nerviosos y asustados. Respiré profundamente y pareció que con eso pararon, así que seguimos cada uno nuestro camino. Estaba siendo un día que hacía honor total a lo que yo llamo la suerte de Inhar. Y ese soy yo, que no me he presentado. Tiene gracia porque significa rayo de luz, pero también chispa. Totalmente adecuado para un día como hoy.

Subí corriendo por las escaleras mecánicas cuando estas se pararon bajo mis pies. Jadeos y quejas, ¿podían pasar más cosas? Ni que mi negatividad estuviese influyendo en todo lo de mi alrededor. Pero me recompuse y llegué hasta la parada de bus para perderlo en la cara, como a mí me gustaba. Y por un momento sentí vibrar la marquesina. Por suerte, o por desgracia, no llegó a explotar. Quizá miles de cristales arañando mi piel era lo que necesitaba.

Pasó otro autobús, petado de gente, y aun así subí sin más remedio que resignarme a ir apretado. Llegué con la clase empezada, como preveía, y me senté en uno de los puestos de ordenador libres, pero no sin sentir la mirada abrasadora de mi profesor. Y sí, soy programador, de videojuegos nada menos. Bueno, no lo soy aun, estoy en ello. Y diréis: ¿quién siente que su vida es una mierda estudiando algo como eso? ¡Seguro que es una pasada! Y no os equivocáis, es muy guay ver cómo consigues que unos monigotes se muevan, es increíble crear, pero cuando todo funciona correctamente. Ya os digo yo que estar durante horas escribiendo líneas de código y no conseguir resolver el problema cansa, más aun si lo que te apasiona es contar historias. Así que mejor diré que soy una especie de diseñador de videojuegos en proceso.

Y más clases y reuniones y sueño y por favor mundo párate que hoy me bajo, el pan de cada día vaya. Tampoco ayudaba haberme olvidado la comida en casa o que pocos profesores nos motivaran, ni un ápice de creatividad en las asignaturas de este año, todo tecnicismos aburridos y algoritmos. Sin embargo, ya estaba acostumbrado a todo esto, simplemente era un día más, pero tuve una conversación con mis amigos y fue lo que me apagó del todo. Sentados en la cafetería, no hacían más que comentar sus avances en la empresa en la que estaban como becarios o las maravillosas citas que tenían con sus parejas. Y tengo claro que hubo bromas y risas, siempre las hay, pero no era el día para escucharlas. Imaginad que la vida se para, que por más cosas que intentas nada avanza, que tu historia se estanca. Y todo esto en un caos mental que no se termina de aclarar. 

Quizá estaba empezando a volverme loco, pero empecé a creer ver cosas imposibles. Donde no había nada veía seres alados que al parpadear no estaban. Sonidos y cánticos impensables. Tuve la necesidad imperiosa de salir de allí, algo me agobiaba por dentro. Me levanté de la mesa apresuradamente, no escuché a nadie. Huí de aquella cafetería, de aquella facultad, de todo. Me aparté de la gente, me interné corriendo entre los árboles, las lágrimas abrasaban mis mejillas. Rabia, dolor e impotencia, no podía más. Aterricé de rodillas sobre la maleza del suelo. Mi mente relampagueaba y sentía mi vello erizarse. Cada poro de piel vibrante, electrizante. Y grité, mas mi voz no formó sonido alguno. La energía fluyó con el estruendo de un rayo, fue mi electricidad la que gritó. Una electricidad que me rodeaba, haces de energía azulada crepitando de un lado a otro, incluso danzando entre mis brazos. Chocando conmigo pero sin causar dolor alguno. No sabía qué estaba pasando. Mi respiración intentó volver a la normalidad, mi corazón aun latía extasiado, pero aquellos rayos parecieron calmarse y deshacerse como vinieron. Literalmente había liberado lo que tenía dentro y por alguna extraña razón me sentí mucho mejor.

—Por fin has desatado el poder que crepitaba en tu sangre —siseó una voz a mi espalda.

Al girarme pude observar a un pequeño ser agazapado sobre una de las ramas, de piel grisácea y pelo plateado. Extendió sus alas y planeo para mantenerse frente a mí, mirándome con unos misteriosos ojos dorados que parecían contarme todo sin decir nada.

—Es hora de que sepas la verdad.

—¿Qué verdad? —pude pronunciar atropelladamente—. ¿De qué estás hablando? ¿Acaso eres real?

El bichejo posó sus patas en el suelo y pareció emitir un sonido agudo, como si riera.

—Hay tanto que no sabes... —comentó con sorna—. Los seres feéricos somos tan reales como la vida misma, otra cosa es que nos ocultemos del ojo humano. Antaño nos tachásteis de demonios y malignos, sin entender que no todos somos dañinos o malvados. Dabais caza a lo que a vuestros ojos era monstruoso y cuidábais de lo bello, pero no siempre ha sido lo correcto. Sin ir más lejos, adoráis a los que llamáis ángeles cuando hacen apuestas con vuestras vidas y se alimentan de vuestros peores deseos. Así que se llegó a un pacto y usamos nuestro poder para pasar inadvertidos. Solo aquellos con nuestra sangre pueden vernos.

Hizo una pausa que duró lo que parecieron eones, y el silencio empezó a consumirme con extrañas ideas que me arañaban por dentro.

—¿Eso quiere decir que yo poseo esa sangre de la que hablas?

—No del todo, como pasa siempre en la historia, hubo relaciones entre nuestras razas y la vuestra. Así nacieron los mestizos, con cuerpo humano y sangre demoniaca que les permitía no solo ver nuestro mundo, sino canalizar la energía de distinta forma.

—¿Y yo soy uno de ellos? —no daba crédito a lo que estaba oyendo. 

No mentiré si digo que es algo que siempre había deseado, tener habilidades imposibles, pero nunca pensé que llegase a hacerse cierto, así que me costaba creerlo. No paraba de pensar que despertaría en algún momento.

—Tú, Inhar, eres uno de mis protegidos, hijo de la sangre lunar, y estás destinado a formarte como cazador de aquellos seres que alteran el bienestar de la humanidad. Tu madre fue una de las mejores, pero se retiró cuando se quedó embarazada de ti para cuidarte.

—¿Mi madre? ¿En serio? —no estaba entendiendo nada—. ¿Por qué nunca lo ha mencionado?

—Para protegerte, existen malnacidos que matan mestizos como tú antes de que desarrollen sus poderes para que no supongan un problema en el futuro. Pero no tenemos tiempo para explicaciones, sé que tendrás miles de preguntas, pero al desatar tu poder también has debido de llamar la atención de otros seres y es peligroso que nos quedemos aquí. Perdóname por esto.

Sin darme tiempo a contestar me clavó una de sus garras en la yema del pulgar derecho y dejó caer una gota de mi sangre al suelo. Un círculo brillante  se dibujó bajo nuestros pies y me noté caer, pero cuando volví a abrir los ojos tras el sobresalto pude observar que ya no estaba en las afueras de mi facultad. Un imponente edificio se alzaba ante mi mirada, de colores claros y brillantes, lleno de torreones y arquitectura imposible. Era asombroso.

—Bienvenido a la Academia Corazón Lunar, refugio y lugar de formación para futuros cazadores. Soy Lom'k, un guardián real, no como esos angeluchos perversos, y es hora de enseñarte tu legado —terminó acompañando la frase de un majestuoso gesto con su brazo que abarcó el horizonte.

Parecía que mi día no había sido tan malo al fin y al cabo, ¿o sí?

Academia Corazón LunarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora