¿Por qué no? Se dijo. ¿Por qué no podía durar? Relaciones más disparatadas se mantenían aún, como la de Juan José y Ángela. Nadie que supiese cómo habían iniciado esos dos habría apostado un solo peso por esa relación, pero aquí estaban, dándoles una bofetada a todos los que creyeron que no se podría.

Se puso en pie y caminó hacia él despacio. Él la miraba recorriendo con sus ojos su cuerpo como una caricia, y cuando la tuvo delante, tragó saliva.

—Está bien —aceptó ella, respirando profundo, y poniendo sus manos sobre su pecho—. Dile, y que sea lo que Dios quiera —él no pudo resistirlo, y se inclinó a ella para besarla. Ana lo aceptó feliz y lo rodeó con sus brazos, besándolo tan profundo como podía, pegándose a su cuerpo y aceptando su dureza; pero otra vez él se detuvo. Esta vez miró el reloj y se encaminó a la puerta, poniendo distancia entre él y ella rápidamente. Ana se abrazó a sí misma sintiéndose vacía de pronto.

—Es tarde, mañana tú y yo trabajamos —ella asintió con un movimiento de su cabeza, mirándolo aún con anhelo, y Carlos se rascó la cabeza soltando un gemido—. Tengo que detenerme, Ana. Si no...

—Lo sé, lo entiendo —él volvió a mirarla, quizá preguntándose qué tanto sabía ella del tema. Pero sacudió su cabeza y se encaminó a la puerta. Ana lo acompañó hasta la salida. El frío de afuera le vino bien para despejarse un poco.

En el beso de despedida, tuvo más cuidado. Ella era adictiva.

Ana lo vio subirse a su auto, ponerlo en marcha e irse. Se recostó a la puerta cerrada apoyando su frente sobre la madera. Lo quería, ¡lo quería!

Las razones que le había dado a Fabián, las razones que gritaba su cuerpo, las razones que su corazón le repetía se habían juntado para llegar a una misma conclusión.

Tal como Ángela había dicho, había pasado del odio al amor.

Sonrió por lo trillado de la frase.

Ahora quería decírselo, pues sabía que lo haría feliz. Pero, ¿por teléfono? No; la primera vez que ella le dijera un "te quiero" a alguien, tenía que ser, por lo menos, en persona.


La reunión se extendió un poco. Carlos miró su reloj con cierto pesar e incomodidad, hoy no podría almorzar con Ana, tendría que comer algo rápido en la oficina y seguir trabajando hasta la noche. Miró uno a uno a los ejecutivos de Texticol, todos ellos gente capaz y con experiencia. Necesitaba urgentemente delegar responsabilidades y poder tener un poco de tiempo libre para sí. Había invertido bastante en la empresa los últimos siete años, así que ya era hora de poder relajarse, aunque fuera un poco.

—Bien, entonces eso es todo —dijo al fin, y cada uno levantó de la mesa sus archivos y papeles y salieron de la sala de juntas tan rápido como aguda era su hambre. Debió haberlos invitado a un almuerzo rápido, pero sabía que ellos preferían su tiempo de descanso que eso.

—Susana —la llamó. La anciana se detuvo en su camino a la puerta y lo miró solícita—. Necesito un favor tuyo. Se trata de Ana. Pídele por favor su pasaporte y toda la documentación necesaria para salir del país. Si tiene visa, que no lo creo, también.

—Ah... claro, claro —dijo Susana, sin agregar nada más, pero obviamente curiosa.

—Te pedirá explicaciones, pero no necesitas hacerlo, es sólo un asunto corporativo.

—Está bien. ¿Algo más?

—Sí. Cuando regreses de tu hora de almuerzo, tendremos que arreglar un asunto importante. Como ya sabes, compraré Jakob, y no quiero tener que dirigirla yo —ella lo miró un poco confundida.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioOnde histórias criam vida. Descubra agora