—Es muy personaje —dijo—. Siempre con la sonrisita y el guiñito... pero no te engañes, hace su trabajo. Y lo hace muy bien. A mí ha logrado sacarme cuánto ha querido y más. Y no me gusta, te lo aseguro. Parece demasiado interesado en Vanessa para mi gusto. —Negó con la cabeza—. Las partes en las que aparece ella son a las que más atención les presta. ¡Y no es que esté celosa, eh! Ni muchísimo menos, pero me hace sentir un poco incómoda. En fin... ¿te importa si me doy una ducha?

Aproveché que Daniela entraba en el baño para mensajearme con mi madre y con Ana. Aquella era la primera vez que pasaba tanto tiempo alejada de mi madre y lo notaba. Echaba de menos sus cosas. Su mala leche por la mañana, su manía obsesiva con el desorden, el olor de la comida a mediodía, las duchas eternas... incluso echaba de menos sus "besitos". Por suerte, ella siempre estaba ahí, con el teléfono en la mano para responder a mis mensajes. Ana, por el contrario, debía estar ocupada.

Una hora después Rosa nos vino a recoger y pusimos rumbo al laboratorio, donde nos separamos. Prometimos hablar más tarde y comer juntas, y así lo hicimos. Eso sí, no solas; Miguel se unió a nosotras.

Fue un día extraño. Estaba cansada después de la escapada nocturna del día anterior, seguía con el estómago revuelto y, en general, me dolía todo, pero incluso teniendo la posibilidad de quedarme descansando en casa tras una cortísima sesión con el doctor Delgado, decidí salir. Él me recomendó que recuperase fuerzas. No dijo abiertamente lo que ambos sabíamos, que venía de resaca y que me había pasado por el forro las normas, pero aquella mañana no se mostró especialmente satisfecho conmigo. Le molestó mi falta de compromiso, aunque por suerte, lo camufló lo suficientemente bien como para no enturbiar nuestra relación. Dijo que prefería verme al día siguiente, cuando estuviese más descansada, y llamó a Rosa. Una hora después y sin tan siquiera haber pisado el apartamento, me encontraba ya en el paseo marítimo aprovechando el anochecer.

La brisa marina me ayudó a recomponerme. Paseé tranquilamente entre la gente, escuchando una larga pista de música de The Muse, y disfruté de las vistas hasta alcanzar el saliente al final del cual se encontraba el faro. Lo observé durante unos segundos desde la distancia, viendo como el cielo se encapotaba a su alrededor, y me adentré en el camino de piedras que lo conectaba con el paseo. Me sentía tan absurdamente atraída por aquel tranquilo lugar que ni tan siquiera me importó que estuviese vacío.

No me importó nada.

No debería haberme acercado, lo sé. Últimamente, me sentía observada y anochecía rápido, pero, sin embargo, fui. ¿El motivo? No lo sé, supongo que me apetecía. Quería probarme a mí misma. Fuera como fuese, la cuestión es que bordeé el edificio y tomé asiento en las rocas, de cara al mar. Subí el volumen de la música...

Y el peso de una mano sobre mi hombro me hizo dar un brinco de pura sorpresa. Volví la vista atrás, donde la sombra de alguien se alzaba sobre mí, y me levanté con rapidez. De hecho, lo hice con tanta velocidad que incluso uno de mis pies resbaló. Perdí el equilibrio y a punto estuve de caer. Por suerte, de nuevo sentí el peso de la mano aferrarse a mi brazo para sujetarme. Su dueño me sostuvo con fuerza y tiró de mí hacia el camino, donde al fin pude asegurar los pies sobre tierra firme.

Me quité los auriculares y alcé la mirada hacia el tipo. Para mi sorpresa se trataba de un chico joven, de no más de veinticinco años, alto y delgado, vestido con tejanos y un abrigo negro. Tenía el cabello castaño claro y ondulado, con algún que otro rizo, y los ojos marrones. Su piel era clara, son sonrisa agradable... y había algo en él que por alguna extraña razón me resultó familiar.

Muy familiar.

—¡Cuidado! —exclamó con un llamativo acento andaluz—. ¡Casi te caes!

—Ya, ya, me he dado cuenta... —Guardé el teléfono y los auriculares en el bolso y lo cerré con la cremallera—. Pero solo porque me has asustado. ¿Por qué me has cogido?

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