La Dama entre las nubes

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    En lo más alto de una montaña dos damas guerreras intercambiaban miradas.

-<<ojos fríos>>-, pensó Marissa-<<, ojos fríos, que ven a través de mí-.>> 

Las heridas que mostraban eran signo de un intenso combate, aunque ya casi no le quedaban fuerzas, una de ellas, la que llevaba por armas una daga curva y un arco blanco tallado en forma de alas de cisne, lanzo una flecha, y el resplandor iluminó todo el lugar.

-El mismo sueño otra vez-susurro Marissa, una joven aprendiz de herrero- la arquera con la estrella en su cuello.

Hace algunas semanas que tenía estos sueños; una niña abandonada en una iglesia en una noche lluviosa, mientras las campanas de alerta retumbaban en el cielo, una joven parada sobre una colina, su largo cabello ondeando al viento mientras contemplaba una ciudad arder en llamas, una feroz batalla entre las nubes en la que hermosas mujeres con relucientes armaduras blancas batían sus alas cubiertas de luz mientras se enfrentaban a horribles criaturas que parecían hechas de sombras, y cuyos ojos resplandecían como la forja del viejo herrero. A pesar de no conocer a ninguna, sospechaba que se trataba de la misma persona, una chica de cabello negro, oscuro como la noche, y un lunar en forma de estrella en su cuello el cual portaba con orgullo.

-¿Quién será aquella chica?- dijo Marissa mientras terminaba de ponerse las enormes botas de hombre las cuales eran su único calzado-,<<bueno, quizá algún día lo sepa.>>

Su cabello era corto, y por ello no reparaba en peinarse, nunca había envidiado a las damas de la ciudad con sus hermosas cabelleras y sus peinados trenzados de manera elaborada, así que el estado de su cabellera no le preocupaba sobremanera, sin embargo de vez en cuando alguno que otro nudo a causa del descuido la obligaba a tomar el cepillo. Se levantó de su montañita de paja y trapos viejos que, dependiendo de su animo, llamaba cama en algunas, y en algunas otras nido,  y se dirigió a un tazón lleno hasta la mitad, del cual tomó un poco de agua entre sus manos para lavarse la cara.

-Pecoso y sucio, ¡como de costumbre!- exclamo con cierta alegría fingida mientras miraba su reflejo en el agua.

Marissa no podía entender estos sueños ni el motivo de su frecuencia, pero no les daba importancia, tenía otras cosas en que pensar, el trabajo era duro como el acero que forjaban, y su maestro lo era aún más. Quitándose el camisón que usaba para dormir, tomó del espaldar de una robusta silla de madera, un pantalón de cuero curtido, y una camisa que, si no la hubiese visto en mejores días, jamas habría creído que solía ser blanca, se vistió rápidamente y bajó las escaleras de lo que llamaba "habitación", que no era más que un pequeño ático en un rincón de la cabaña de madera vieja, pero a ella le gustaba, el techo tenía una gran ventana, que le permitía ver el cielo por las noches. Por alguna, razón siempre que miraba las estrellas se sentía feliz.


-El desayuno, niño- dijo el herrero, señalando un trozo de pan sobre la mesa-.Siéntate y come, tenemos mucho trabajo hoy.

-Siempre tenemos mucho trabajo hoy- refunfuño entre dientes la niña, que aunque bien sabía su sexo, no parecía importarle a aquel hombretón con manos grandes como jamones.

  -"Hombres, mujeres, el acero los corta a todos por igual"- lo había oído decir en ocasiones donde ella se quejaba por llamarla niño.  


El viejo era robusto, su cabeza semi-calva relucía dando la bienvenida al sol, los pocos cabellos que le quedaban, formaban una especie de herradura gris al rededor de su cabeza, la piel bronceada al calor de las llamas de la forja le daba un tono cobrizo, tenia el brazo derecho mas musculoso que el izquierdo, un detalle común entre los de su profesión. La juventud se le escapaba poco a poco, era visible, pero no estaba dispuesto a envejecer de buena gana. Era, en todo sentido de la expresión, un hombre duro como el acero, pero gentil, y con un buen corazón.

Issa no tenia familia, y aquel viejo tosco cambiaba su semblante a uno aun mas sombrío cuando la niña trataba de averiguar mas sobre sus propios orígenes. 

-<<Solo una vez>>-pensó al recordar ese momento-, aquella única vez en la que el alcohol lo hizo demasiado despreocupado como para permitirse responder.

-<<Dijo que yo era un regalo>>-continuó en su mente, mientras observaba de reojo al viejo herrero-<<, dijo que había venido del cielo.>>


El pan estaba duro y viejo, como de costumbre, y la compañía de Tollard no era mucha mejoría. Aquella cabaña era todo lo que tenían por hogar, y el viejo herrero había pasado tanto tiempo entre forjas y martillos, que no sabía cómo tratar a las personas, incluso hablaba con las espadas y armaduras cuando creía que la niña no estaba cerca. Aveces, Marissa podría jurar que había oído a alguna contestarle, pero terminaba convencida de que solo era su imaginación, se decía que en la antigüedad, los Dioses gobernaban esas tierras con amor y sabiduría, pero un día, una hechizera conjuro espantosas criaturas, horrores inimaginables que casi acaban con todo lo que se llamara vida.

-Hoy irás a la capital, niña. Necesito que lleves este yelmo al ayudante del rey- dijo Tollard entregándole un paquete envuelto-, toma el caballo y ve... ¡Pero donde lo pierdas te las veras conmigo!

-Si maestro, iré enseguida- dijo en voz baja con la vista hacia el suelo, tratando de disimular su emoción, con miedo de que al verla muy contenta con esta tarea, el herrero pudiese cambiar de opinión.

 Pocas veces podía conversar con alguien que no fuese el viejo Tollard, y puesto que no muchos viajeros llegaban hasta ese lugar tan apartado, Issa aprovechaba cualquier oportunidad para explorar, su inagotable energía y su curiosidad eran rasgos propios de la juventud.

Despues de preparar el caballo, y asegurar las alforjas, apunto la nariz hacia el camino, y  así, cabalgando, Issa partió rumbo a Eriolmirr, la capital del Reino, ansiosa de ver una vez mas las grandes torres de la Fortaleza Real, así fuese a leguas de distancia.

Magia de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora