Capitulo 1: El sueño

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José Carioca

...

Una melodía suave pero precisa se podía oír por toda la preparatoria.

Tanto maestros como alumnos en general decidieron no darle importancia; sin embargo, hubo alguien que hizo lo contrario.

Se podía oír esa suave pero precisa melodía: desde los altavoces de la prepa, hasta las radios cercanas a cierto salón de clases. Ese salón de clases resultó ser el Salón de Música.

Desde la esquina de una ventana, parecía que nadie estaba tocando nada, pues si uno se ponía atento y escuchaba claramente aquella melodía, ni las guitarras ni los tambores, ni los violines ni las tarolas, ningún instrumento a excepción del Gran Piano estaba siendo tocado.

Una vez te fijabas, podías ver nada más a un tipo de gorra roja con camisa amarilla, y lo que parecían ser unos pantalones de mezclilla. Fijándose uno mejor, parecía tener el aspecto de...

—¿¡Un cotorro verde!?—exclamó aquella única voz que realmente se había interesado en saber de dónde provenía la suave pero precisa melodía.

De repente, aquél cotorro verde dejó de tocar el piano por un par de segundos, y decidió voltear a ver hacia la ventana.

Fue ahí cuando lo volvió a ver.

Cruzando las miradas, el cotorro verde logró visualizar la apariencia de un gallo rojo. Lo interesante a la vez que peculiar de este gallo era que parecía tener una cresta rara, como si lo usara más como cabello que como una cresta natural.

Se quedaron viendo el cotorro verde y el gallo rojo por un par de segundos, segundos que pasaron a minutos, los cuales después pasaron a horas.

—¿Quién eres tú, y porqué me suenas familiar?—preguntaron al mismo tiempo el par de aves, haciéndose quedar aún más atónitos de lo que ya estaban.

Lo más extraño de esa situación era el hecho de que, aún sin el cotorro verde tocando la melodía, se podían oír los bajos y las guitarras de aquella canción.

—¿¡Qué acaso conoces también 'Tico Tico no Fubá', ave rara!?—se exclamaron nuevamente al mismo tiempo, pero esta vez parecía que iban a romper el hielo.

—¡Deja de decir lo mismo que yo estoy diciendo, por favor!—volvieron a exclamar al mismo tiempo.

—¿¡Por qué me repites!?—le exclamó de una manera un tanto brusca el gallo rojo al cotorro.

—¡No, que acaso usted, me está repitiendo!—le respondió de la misma manera el cotorro verde al gallo rojo.

—¿¡Me quieres arremedar!?—dijeron al mismo tiempo los dos, descongelando instantáneamente aquel hielo que parecía iba a ser eterno.

Decidieron dejar de hablar, y los dos, al mismo tiempo, abrieron la ventana del Salón de Música, aún con esa suave pero precisa melodía sonando por los altavoces escolares.

Mientras que el gallo rojo entró directamente por la ventana, el cotorro verde decidió voltearse de manera educada delante del Gran Piano, e ir hacia la ventana por la que había entrado aquel gallo de cresta peculiar.

—¿¡Quién te crees que eres para arremedarme!?—nuevamente, repitieron al mismo tiempo el cotorro verde y el gallo rojo.


—¡Dímelo ahora, por favor!—exclamó el gallo rojo

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—¡Dímelo ahora, por favor!—exclamó el gallo rojo.
—¡Si no es molestia, dímelo ya!—exclamó el cotorro verde.

—¿¡Sabes qué!?—, decían al mismo tiempo los dos cuando dejaron de mirarse frente a frente para voltearse en polos opuestos,—¡A la cuenta de tres, decimos nuestros nombres completos!

—3,2,1..—contaba el gallo rojo.
—1,2,3..—contaba el cotorro verde.

—¡Ahora!—exclamaron los dos al mismo tiempo, cuando decidieron tomarse una pausa de lo tanto que se habían estado gritando entre los dos.

—¡Mi nombre es..!—gritaban casi pico con pico las dos aves, hasta que cada quién dijo su nombre.

...

—¡¡Panchito Romero Miguel Olivero Francisco Quintero González, el tercero!!—le gritaba en la frente el gallo rojo al cotorro verde, el cual parecía haberse dormido,—¡Y recuerda, sólo Panchito para los cuates!

Me desperté de la nada.

Aún seguía en el jet privado de Rico McPato, el cual parecía aún ser manejado por su asistente personal, cuyo nombre no me pude aprender en el momento en el que abordamos.

—Esto.., ¿¡José, José Carioca!?—seguía exclamándome Panchito en mi cara cuando de pronto me di cuenta de algo,—Oye.., ¿¡Tierra llamando a Zé!?

Había tenido de nuevo ese mismo sueño.
Volví a soñar cómo fue que nos conocimos Panchito y yo.

El problema no es que odie ese sueño. Al contrario, lo aprecio mucho, por alguna razón que aún no he descubierto. El verdadero problema es que ya era la tercera vez que volvía a soñarlo en el mismo día.

De repente, Panchito me arrebató mi sombrero, y cuando parecía tenerlo en sus manos, volvió a ver mi cabeza y notó que aún seguía ahí.

—Disculpe, mejor amigo de Donald del que nunca supimos su existencia hasta ahorita, pero... ¿Se encuentra bien?—me preguntó el sobrino de Donald de gorra roja mientras volvíamos en el viaje.

Parecía ser que sólo me quedé dormido por 15 minutos, pero se sintieron como horas en mi cabeza. No fue sino hasta que, después de recuperarme de aquél sueño tan raro, lo recordé.

Me volví a dejar llevar por mi magia; la magia negra que corre por mi sangre.

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⏰ Last updated: Mar 06, 2019 ⏰

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La música que guía a las estrellasWhere stories live. Discover now