Uno

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Viernes

     Eran las 3 am cuando el sonido de alguien llamando a mi puerta me despertó. Me asusté, no entendía qué estaba pasando. Miré por la ventana del segundo piso disimuladamente, pues era en donde mi cuarto se encontraba, y vi la silueta de una mujer dibujada en la nieve. La única luz provenía de la Luna. Podía escuchar que esa mujer estaba diciendo algo, pero no tenía idea de qué.

Tras pensarlo durante unos segundos decidí bajar y agarrar un cuchillo en la cocina y, finalmente, me dispuse a hablar. Al llegar a la puerta podía escuchar ya no palabras sino llanto.

- ¿Quién eres y qué quieres? -Dije lo más claro posible. El corazón me latía desmesuradamente en el pecho.

- Ayúdame, por favor -La mujer contestó, gritando desde el otro lado de la puerta.

- Si no respondes a lo que pregunté ahora mismo llamaré a la policía - Amenacé. Había dejado mi celular arriba, en la cama. Maldición.

- Sí, hazlo por favor, llámalos... Me han atacado, no sé ni en dónde estoy, yo sólo quiero ir a casa. Ayúdame, por favor -Cada palabra que esa mujer emitía parecía ahogarse profundamente en sus lágrimas.

- Aléjate de mi puerta y levanta las manos -Lo mejor sería verla para poder juzgar por mí misma. Al fin y al cabo, esta era la única casa que encontraría en varios kilómetros a la redonda.

Sentí que se alejaba unos pasos. Miré por el agujero de las llaves y no pude distinguir muy bien su silueta. Estaba demasiado oscuro como para hacerlo desde esta perspectiva.

- Estoy armada, si intentas algo te lastimaré -Le advertí.

- No, por favor... No me lastimes, por favor -Oí que comenzó a llorar con más ahínco.

Abrí la puerta lentamente luego de girar la llave, y allí estaba ella. Tenía una mancha de sangre en su ropa que caía desde su hombro izquierdo hacia el costado de su abdomen y una cara de pánico que me indicaba que alguien más se había encargado de lastimarla ya.

Alcé el cuchillo para que entendiera que no estaba mintiendo sobre lo de estar armada de todos modos y lentamente di un paso hacia afuera. Con rapidez encendí la luz del porche y me volví a meter en la casa. Ella sólo siguió llorando mientras veía el cuchillo en mi mano y el picaporte de la puerta aferrado en la otra.

Nos quedamos allí por al menos unos dos minutos hasta que me moví a un costado y la dejé pasar.

Ella dio un par de pasos hasta llegar a la mitad de la sala de estar y se volvió a mirarme. Cerré todo con llave, como de costumbre, y me volví a verla. Con el cuchillo aún apuntando en su dirección, caminé casi a ciegas hasta encontrar el interruptor de la luz de la sala, el cual no demoré en apretar.

Ella era casi tan alta como yo. Rubia. Joven.

- Por favor... Me duele -Dijo suavemente mientras llevaba una de sus manos hacia el hombro lastimado.

Dejé el cuchillo en la mesa ratona y finalmente me acerqué a ella. La sangre parecía ya casi seca del todo en la tela de su abrigo color rosa pálido. La miré a los ojos para recibir su permiso y comencé a bajar la cremallera del mismo y a quitarlo con mucho cuidado.

Estando más cerca me di cuenta que también tenía unos raspones en su frente. Nada serio, al menos, en comparación con su hombro. En esa nueva cercanía también noté el verde de sus ojos. Tan bello. Tan vibrante.

Volví a la cocina con aquella mujer a mis espaldas y la hice sentar. Tomé unas tijeras y corté su camisa blanca luego de explicarle que sería probablemente lo más práctico si quería que le curase el hombro.

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