Entonces se oyó la voz agónica de Christine.

—¡No...! ¡Tengo miedo...! ¡Le digo que me da miedo la oscuridad...! Esa cámara no me interesa para nada... Es usted el que siempre me mete miedo, como a una niña, con esa cámara de los tormentos... Ay, es cierto que he sido curiosa... Pero ya no me interesa para nada..., para nada.

Y lo que yo temía por encima de todo, empezó automáticamente... De pronto quedamos inundados de luz... Sí, detrás de nuestra pared se produjo algo así como un incendio. El vizconde de Chagny, que no se lo esperaba, quedó tan sorprendido que a punto estuvo de caer. Y la voz encolerizada estalló al lado.

—Ya te decía que había alguien... ¿Ves ahora la ventana...? ¡La ventana luminosa...! ¡Allá arriba...! El que está detrás de esa pared no la ve..., pero tú vas a subir a la escalerilla doble. ¡Está ahí para eso...! Me has preguntado a menudo para qué servía... Ahora ya lo sabes... Sirve para mirar por la ventana de la cámara de los tormentos, pequeña curiosa...

—¿Qué tormentos...? ¿Qué tormentos hay dentro...? ¡Erik, Erik!, dígame que sólo quiere asustarme... Dígamelo, si me ama, Erik... ¿Verdad que no hay tormentos? ¿Que sólo son cuentos para niños?

—Ve a ver, querida, a la ventanita...

No sé si el vizconde, que estaba a mi lado, oía ahora la voz desmayada de la joven, porque estaba ocupado en contemplar el espectáculo inaudito que acababa de surgir ante su mirada enloquecida... Por lo que a mí se refiere, que ya había visto aquel espectáculo con demasiada frecuencia por la ventanita de las Horas Rosas de Mazenderan, sólo me preocupaba lo que decían al lado, buscando una razón para actuar y una resolución que adoptar.

—Ve, ve a ver a la ventanita... ¡Y ya me dirás! Ya me dirás cómo tiene la nariz.

Oímos el ruido de la escalerilla que aplicaban contra la pared...

—¡Sube...! ¡No..., no, subiré yo, querida...!

—Bueno, sí..., también yo lo veré, déjeme.

—¡Ay, querida..., querida mía..., qué amable eres...! ¡Qué amable por ahorrarme este esfuerzo a mi edad...! Ya me contarás cómo tiene la nariz... Si la gente sospechara la felicidad que da tener una nariz... una nariz completamente propia... nunca vendrían a pasear por la cámara de los tormentos.

En ese instante oímos con toda claridad por encima de nuestras cabezas, estas palabras:

—Amigo mío, no hay nadie...

—¿Nadie? ¿Estás segura de que no hay nadie...?

—Completamente segura..., no hay nadie.

—Pues entonces mejor... ¿Qué te ocurre, Christine...? ¿Qué te pasa? ¿No te encontrarás mal...? ¡Si no hay nadie...! ¡Baja..., baja...! Tranquilízate, si no hay nadie... Pero ¿qué te ha parecido el paisaje...?

—¡Oh, muy bien!

—Bueno, ya te encuentras mejor, ¿verdad? Eso está bien..., nada de emociones... ¿Y qué casa tan extraña, verdad, donde pueden verse paisajes como ésos?

—Sí, parece el Museo Grévin... Pero, dígame, Erik..., ahí dentro no hay tormentos... ¿Sabe que me ha asustado?

—¿Por qué, si no hay nadie?

—¿Fue usted quien construyó esa cámara, Erik...? Es muy hermosa. Decididamente, Erik, usted es un gran artista...

—Sí, soy un gran artista «en mi género».

—Pero, dígame, Erik, ¿por qué a esa cámara le ha dado el nombre de cámara de los tormentos?

—Muy sencillo. Ante todo, ¿qué has visto?

El fantasma de la óperaWhere stories live. Discover now