El Bosque Oscilante

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Por Esteban Quintero Echeverry

Para la Luna

Con una facilidad impresionante el filo de la espada cortó la cabeza del demonio que habitaba en la fría oscuridad de la cueva, ubicada en la parte más espesa del bosque Oscilante. Así lo llamaban los habitantes de Morek, un pequeño poblado aislado del resto de la humanidad, ya que el viento mecía las copas de los altos árboles de un lado a otro, casi como saludando al anciano pueblo en la lejanía.

Desde hace más años de los que se pueden recordar en Morek nadie se había vuelto a arriesgar ingresando al aterrador bosque, pues quienes lo hacían, jamás regresaban y las risas, incontrolables, guturales y asquerosas provenientes de la montaña, viajaban con el viento y helaban la sangre de la gente del lugar.

En ocasiones desaparecían niños del pueblo durante la noche, sucedía más o menos cada uno o dos meses y había quienes aseguraban que una bestia alada era vista volando pesadamente a la luz de la luna, con una criatura inerte en las garras, directo hacia el bosque y ese era uno solo de los horrores que lo habitaban, pues se comentaba que entre los grandes árboles moraban más bestias demoníacas.

Aquel día el viento trajo algo más que solo aire, un lamento gutural arremetió con fuerza contra las ventanas de las pequeñas casas del poblado y el hedor putrefacto que traía consigo impregnó el cuerpo y la ropa de las personas.

—Lo hizo —se decía a sí mismo el gran patriarca observando con gran terror la enorme montaña boscosa, mientras en la lejana espesura un cuerpo alado caía de rodillas, tan negro como el rincón más oscuro del infierno y su cabeza con grandes y negros colmillos rodaba por el suelo.

Empuñando la larga espada que refulgía de colores con los tenues rayos de sol que alcanzaban a filtrarse entre las ramas de los árboles, Luna caía de rodillas, aturdida por el estertor de la montaña y el olor insoportable. Sus negros rizos se movían con el viento, cubriendo parcialmente su rostro, dejando entrever sus brillantes ojos y las hermosas pecas que los acompañaban en la nariz y las mejillas, su belleza contrastaba con el lúgubre entorno.

Una chispa dolorosa se le metió en el brazo, allí donde las garras del demonio de la cueva habían desgarrado la piel hasta el músculo —¡Maldito! —gritó Luna con dolor:

—¡Solo era un niño! —La cabeza del demonio giró sobre sí misma para observar su rostro y sin mover la boca y casi riendo, dijo:

—Me encanta la carne de los niños, tu pequeño hermano no estaba nada mal, el maldito chilló como un cerdo mientras le abría la panza con mis garras.

Un alarido de la más pura ira salió de Luna con lágrimas iracundas, levantó la gran espada y la clavó en la cabeza cercenada del oscuro ser. Los ojos de la bestia se tornaron blancos y apagó poco a poco su risa, estaba muerto.

El olor se intensificó y los árboles a su alrededor se llenaron de oscuras formas semihumanas, que la observaban desde las sombras. Mientras aquellos seres aguardaban, una de las formas salió de la oscuridad y comenzó a acercarse a ella, primero caminando y posteriormente acelerando su marcha, tomando cada vez más velocidad. Aquel demonio antropomórfico era azul y media por lo menos dos metros y medio de altura, sus pasos resonaban por el bosque mientras emitía un grito de furia; a toda velocidad se abalanzó sobre ella y justo antes de caer, Luna aceptaba su destino, era el momento de morir, miró con rabia al enorme demonio y lanzó un grito furioso, dispuesta a pelear hasta la muerte con lo último que le quedaba de fuerzas y la sangre que aún conservaba, lo haría con sus propias manos llena de una ira guerrera. En ese mismo momento el sonido lejano de un trueno surcaba los cielos y algo caía a una velocidad increíble entre los árboles, no podía verlo claramente, pero sabía que se acercaba. De repente el objeto se estrelló contra la bestia infernal arrancando su vida al instante, era una espada y los dioses la enviaron para ella.

Luna observó al cielo agradecida, se levantó con esfuerzo y el brazo aún sangrando, el dolor era intenso, soltó su espada y arrancó del cadáver a la enviada por los dioses, los demonios ocultos en las sombras comenzaron a gritar desesperados y una sensación entumecedora le recorrió el brazo, la herida se estaba curando rápidamente y un aura brillante envolvió su cuerpo.

La rodeaban por lo menos un centenar de figuras salidas del averno, que gritaban de terror y enojo, saltaron a la vez hacia ella y solo consiguieron rebotar contra el manto de energía divina, observó el centenar de rostros deformados mientras sonreía con determinación. Una simple venganza se había convertido en una misión divina.

Comenzó a blandir la espada plateada, larga y con filo en ambos lados, la blanca empuñadura tenía el símbolo de los dioses hermosamente tallado cerca de la base de la misma.

La carnicería había comenzado y el arma sagrada atravesó, cortó, decapitó, destripó, apuñaló y las afiladas garras no pudieron provocarle ni un rasguño a Luna, hasta el último de los infernales cayó frente a sus pies, en muecas de dolor entre sangre roja y negra, el clamor de la montaña enmudeció, dejando solo un eco perdido en el horizonte.

La protectora del bosque se arrodilló de cansancio con las manos y la vista apuntando al cielo, con un profundo suspiro clavó la espada en el suelo y sollozó sobre la oscura sangre acompañada de sesos de demonio que acababa de derramar, esto no le devolvería a su hermano, ella lo sabía bien y los dioses también lo sabían.

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⏰ Last updated: May 14, 2019 ⏰

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