Jensen supone que es como cavar profundamente en los restos cenicientos de un incendio. Quiere sacar los escombros para encontrar lo que se puede salvar debajo, pero está seguro de que ambos sufrirán las quemaduras.

Si todo esto no se derrumba sobre ellos primero.

Sabe que no debería importarle. Regla número uno de este tipo de trabajo, después de todo, sin embargo, pasa demasiado tiempo en los días previos y posteriores a sus reuniones preguntándose qué es lo que hace funcionar a Jared. Si hay algo más que esa frenética energía que ha estado encadenada durante semanas hasta que Jared puede liberarla cuando está en presencia de Jensen. Si el fuego reprimido de Jared los empuja más que antes, ya que sigue corriendo hacia Jensen cuando están a puertas cerradas.

Y ahora mismo, se pregunta qué clase de lío se ha hecho consigo mismo con todos esos pensamientos.

—¿Te han plantado? —pregunta Tom mientras desliza un poco de agua fresca delante de Jensen.

Jensen tarda unos segundos en reunir una respuesta que no sepa tan amarga como su malestar. Cuando las palabras encajan, apunta con una sonrisa arrogante al camarero. —Tal vez sólo estoy aquí para ver tu simpática cara.

—En caso de que no te hayas dado cuenta —continua con la cabeza inclinada— Me pagan, te guste o no. No hay necesidad de coquetear.

Jensen se ríe, devolviéndole su bebida aguada a Tom. —Somos más parecidos de lo que crees, amigo.

—No me lo recuerdes —. Tom pone los ojos en blanco antes de limpiar la barra a su alrededor, perdiendo el tiempo en esta tranquila noche. —Así que, el grandote, ¿no?

Trata de ignorar el vuelco que provoca en su pecho el hecho de que Tom sepa lo que está causando el mal humor de esta noche. Pero fracasa espectacularmente y se concentra en tomar un sorbo de su bebida en lugar de responder.

—Estuvo aquí hasta tarde anoche. Parece como si hubiera tenido unos días largos. Como, realmente largos.

Cada palabra se desliza en el cerebro de Jensen, que lucha entre la preocupación reflexiva porque Jared haya tenido un día duro y el impulso de no preocuparse por las excusas. Es un negocio después de todo. Y preferiría oírlo de Jared en persona. Haber escuchado de su boca que esta noche habría nada para que así Jensen no hubiera tenido que pasar la última hora más o menos a solas con veinte dólares de bourbon. Podría estar en casa, bebiendo gratis, distrayéndose con algo más que un malhumorado camarero y capítulos repetidos de Seinfield reproduciéndose en silencio en la televisión.

—Podría averiguar el número de su habitación —dice Tom en voz baja.

Jensen le dedica una mirada extrañada, porque durante los últimos tres o cuatro años frecuentando este bar para encontrar nuevos clientes y para encuentros con otros habituales, Tom nunca había sido lo que se podría llamar complaciente.

Crítico y ácido, seguramente; no empático o útil aparte de para cambiar el canal si se le pregunta amablemente.

—Por si querías ver cómo estaba o lo que sea.

Sacudiendo la cabeza, Jensen se aclara la garganta. —No, hombre, no funciona así.

Tom se encoge de hombros y mira hacia arriba para ver los subtítulos de la comedia.

—Parece un tipo decente.

Jensen modula su voz de la forma más neutra posible para preguntar, —¿En serio?

—Tan decente como uno de tus clientes puede ser.

—Gilipollas.

Tom se ríe y se explica. —Da buenas propinas, pero no es arrogante. Le gusta hablar de lo que sea que haya en la tele, aunque divague mucho. Parece que no está acostumbrado a tener ningún tipo de conversación normal, pero realmente le gusta.

Domestic DreamsWhere stories live. Discover now