Busqué sus ojos, pero no pude decirle nada. Ahora que las dos no estábamos en una situación crítica, decirle lo que en verdad pensaba de ella era un poco extraño e incómodo. Yo le había jurado mi odio demasiadas veces y muchísimas más había asegurado que no éramos ni seríamos amigas. Sentí las cosas jamás serían iguales entre nosotras y que ya no podría mantener ese juramento.

—¡Nos vemos mañana! —saludó, refiriéndose a la fiesta de graduación.

Cerró la puerta del auto y la naturalidad con lo que lo dijo me hizo sonreír una vez nos pusimos en marcha, camino a casa. Sí, nos veríamos mañana, porque siempre habría uno.

Mis padres no hablaron durante el corto trayecto y papá directamente me cargó fuera del auto. Cuando me dejó en la sala, estiró su mano hacia mí, ofreciéndomela, sin mediar palabra. Levanté la cabeza, perpleja, hasta que entendí lo que pretendía. Me estaba permitiendo tomar su energía vital.

Apreté los labios, no muy segura sobre eso, porque jamás había deseado tocar a mis padres de esa manera. Era una de mis cosas prohibidas, podía hacerles mucho daño.

—Serena. —Mamá se puso del otro lado y también me dio la mano. Los dos me miraron con ansiedad, con preocupación, pero con mucha entrega y amor. Harían cualquier cosa por mí, quizás incluso todo lo que yo tuve que hacer la noche anterior para salvar a Edén y a diez chicas más de un destino espantoso—. Está bien, hija.

Contuve las ganas de llorar y tomé sus manos al mismo tiempo. Mis temores resultaron infundados, porque a pesar de mis heridas, después de lo que había hecho con Nora, mi control era excelente. Me alimenté lo necesario para curar un poco más mis heridas y los solté cuando empezaron a bostezar de forma excesiva.

—Deberían acostarse.

Mamá sacudió la cabeza para espabilarse. Por supuesto que se sentía muy cansada.

—Nada de eso —me dijo—. Una ducha, cambio de vendas y tú te vas a la cama.

Sin embargo, esta vez fue necesario que los dos me ayudaran a llegar al baño, porque papá no podía por sí mismo. Me asistieron para quitarme la ropa y revisaron mis vendajes. Comprobamos que ambas heridas estaban mucho mejor y ya no eran una cuestión de peligro. Eso, lamentablemente, no quitaba que molestaran y ardieran bajo el agua caliente de la ducha.

Lo soporté en silencio y cuando salí del baño, más respuesta, con ropa limpia y seca, escuché que ninguno de los dos se sentía bien como para ir al trabajo y cocinar. Pidieron una pizza y almorcé en mi cama, sintiéndome desconectada totalmente del mundo. Ya no tenía celular, Luca no tenía celular, Nora tampoco.

Pero estábamos vivos, al menos.

Y tenía una laptop, al menos.

Me entretuve durante la tarde con eso, convenciéndome, con el paso de las horas, de que estaba bien; yo estaba bien. Empecé a expurgarlo de mi sistema hablando con Luca por Facebook, contándole a Edén que estaba a salvo y leyendo los parloteos intensos de Caroline sobre el vestido horrible de Cinthia. Incluso me reí. Ahí, en mi cuarto, abrigada con mis sábanas y el sonido de mi música preferida, la noche anterior iba quedando enterrada en un mar de cenizas. Empecé a crear un límite en mi memoria para ahogar todo el pasado en un cúmulo de imágenes grises.

Todo tenía que ver con el asesinato sí. No el mío, el suyo. Yo ya había matado antes, sin tener las intenciones, y no había sentido culpa alguna. No tenía culpa ahora, claro que no. Estaba muy segura de que lo que había hecho era lo mejor que podía hacer por la humanidad. Pero, sin dudas, empuñar un cuchillo y sentir cómo él se destrozaba bajo mis manos era algo que hubiese quebrado a cualquier persona normal. Era probable que sintiese el peso del arma en mis manos para siempre y, sin embargo, yo me las miré, reflexionando sobre todo aquello que matarlo había significado. Además de ser lo más espantoso y duro que alguna vez habría hecho, era mi venganza, mi alivio, mi salvación.

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