Aquel cuento...

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27/11/2018

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Aϙᴜᴇʟ ᴄᴜᴇɴᴛᴏ...

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¿Recuerdas aquel cuento que narraba la historia de una pobre princesa encerrada en una torre que se hallaba terriblemente custodiada por un salvaje y temible dragón? Dragón que luego aquel increíble caballero y príncipe azul derrotó para salvar a la princesa...

La recuerdas, ¿verdad? Aquella hermosa e indefensa princesa de cabellos sedosos y mirada asustadiza. Yo sé que la recuerdas...

Y sé que también recuerdas lo equivocado que estaba aquel narrador cuando contó la historia a su manera. O quizá no fuera él el equivocado, si no los que llegaron después a interpretarlo. Porque te puedo asegurar que ahí, desgraciadamente, nunca llegó a haber el dulce final feliz que tanto esperábamos.

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Con un cepillo fabricado a base de ramas y hueso, una joven muchacha peinaba sus para nada sedosos cabellos, frente al reflejo de un charco de agua. Tironeando hasta arrancar los nudos decidió incorporarse en su sitio para asomarse a la ventana y observar el horizonte, a grandes metros de altura en aquel inmenso torreón de piedra.

A lo lejos, sobre días de distancia, podía vislumbrar el reino del que en su día había huido con las manos no tan vacías. Si cerraba los ojos casi podía sentir los gritos de su padre cuando decidió desaparecer de palacio. Si agudizaba el oído casi podía discernir las quejas y el sentimiento de vergüenza ajena de un pueblo nunca honesto, ni amable, ni siquiera generoso...

Pero al respirar el aire pudo saborear entre sus labios el aroma de un nuevo día, el arrullar de los pajaritos al cantar, y el rugir de una bestia al despertar. Su encantadora bestia.

La joven princesa llevó su vista a la humilde cama de heno donde unos ensoñadores ojos del color del otoño le pedían un beso. Se aproximó sin más miramientos para concederle a su amor ese dulce deseo.

—Buenos días dragoncito.

—Buenos días pequeña princesa. —Respondió sacándole la lengua en un gesto burlón, a lo que su compañera infló los mofletes.

—No seas mala, no soy tan pequeña.

—Claro que lo eres, una pequeña y rebelde princesa.

La muchacha se le tiró encima sobre la cama y rió divertida para volver a besar sus labios, en un acto de lo más pagano a los ojos de un reino olvidado.

El fuerte aleteo de una bandada de pájaros fue la primera advertencia que las dos muchachas ignoraron al principio. Pero el portazo y los pasos sobre la planta baja detuvieron su alegría por un instante que pronto se convirtió en minuto.

Se miraron extrañadas por el nuevo sonido en un lugar que se encontraba habitado únicamente por ellas. Hasta que la puerta de aquella habitación, si es que a la humilde y destartalada morada así se le podía denominar, se abrió con fuerza. Tras ella tres guardias de la compañía real... Creo que no hace falta contar el resto.

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Aquella princesa una vez libre regresó a palacio acompañada del caballero y príncipe al que nunca podría llamar hermano El «salvaje dragón» fue asesinado en la misma torre para evitar problemas futuros, salvando al reino de su temible presencia.

Y en las lejanías de aquel inhóspito lugar un joven brujo, que todo lo podía ver y que todo lo podía oír, fue quien decidió contar una historia diferente a forma de sátira. Una historia que se convirtió en leyenda y pronto en cuento de hadas y princesas. Un cuento que, sin embargo, nadie logró interpretar como lo que realmente era.

Y yo era aquella princesa

No hubo dragón malvado, no huno príncipe azul y... No hubo princesa feliz.

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