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–Lilia... ¿Recuerdas mi nombre?

Con el pasar de los minutos y al no recibir una respuesta de mi parte, él parecía llenarse de más desesperación cada vez que pasaba un segundo más, hasta que una lágrima solitaria rodó por su mejilla perdiéndose entre su cuello y su clavícula, salió de la habitación y unos par de minutos después entró un médico acompañado de dos enfermeras, me hicieron tenderme en la camilla otra vez y me llenaron de preguntas, luego me sacaron un par de tubos de sangre y las enfermeras se retiraron para luego entrar más personas a la habitación. Esta vez parecían no ser médicos ni enfermeras, había entrado ese chico otra vez, traía sus hermosos ojos azules rojos y llenos de lágrimas que amenazaban con caer, pero no venía solo, un chico que parecía de su edad, de cabello negro liso y ojos color miel, le tocaba su hombro como si intentara entregarle consuelo a pesar de traer la misma expresión que su amigo, como si estuviera sintiendo el mismo dolor y lo comprendiera mejor que nadie; junto a ellos había otro chico, era idéntico al que estaba tocando el hombro del chico guapo, pero tenía el cabello y los ojos de diferente color, también había una pareja, lo sabía porque estaban tomado de la mano. Todos tenían la misma expresión, caras llenas de angustia, pena y desesperación, ojos rojos de tanto llorar y lágrimas que se esforzaban por no dejar caer, no entendía, no sabía cuál era la causa de su sufrimiento y por alguna razón, al verlos así, yo también me sentí desolada y triste.

El médico me reviso los ojos con aquella molesta luz de la que no me sabía el nombre, me miraba con extrañeza, con cautela, como si quisiera mirar a través de mí y de mi compleja mente. Sus manos esta vez se dirigieron a comprobar mi pulso y mi presión, al parecer algo extraño estaba pasando conmigo, sin embargo, parecía que yo era la única que no sabía que era. Justo unos minutos después de que el médico terminara de checarme, otro hombre de bata blanca entró a aquella concurrida habitación, hizo exactamente el mismo procedimiento que su colega, pero luego, comenzó el interrogatorio.

–Lilia... ¿Sabes por qué estás aquí?

–...

–Tranquila. Puedes confiar en mí y en estas personas. Solo contenta a mis preguntas y ya luego podrás descansar. ¿Sabes por qué estás aquí?

–No lo sé.

–Bien. ¿Sabes qué día es hoy y de qué año?

–No.

–¿Recuerdas tu nombre y tu edad?

–Él me llamó Lilia ¿No es ese mi nombre?

–Sí, así es. Tu nombre es Lilia, Lilia Simmons. Lilia ¿Sabes dónde vives?

–No lo recuerdo.

–Bien. ¿Reconoces a alguna de estas personas?

–...No.

Mis respuestas negativas parecían haber roto en trizas el corazón de esas cinco personas en la habitación. Al parecer algo realmente malo estaba pasando conmigo, algo que nadie podía controlar ni detener, ver caer las lágrimas de esas personas sin ningún consuelo me llenó el corazón de tristeza, tanto fue mi dolor de verlos llorar, que también dejé caer lágrimas, yo también estaba triste, mi pecho también dolía, pero no sabía porque esas personas eran capaces de hacerme sentir de esa manera, que tan especiales o importantes podían ser en mi vida para que yo sintiera la grandísima necesidad de estrecharlos entres mis brazos y detener su llanto de alguna manera, no sabía de donde venía ese impulso, no sabía si esas personas eran importantes para mí, no sabía de qué manera estaba relacionada a ellos y el no saberlo me estaba llenando de desesperación. El médico iba a salir de la habitación cuando agarré su mano e hice que se detuviera. Todos me miraron con extraña expresión, como si aquello que había hecho fuera raro ¿Era extraño que yo tendiera mi mano para detener a un hombre? El primer médico que me había revisado también me miraba con extrañeza, como sí que yo tocara a ese hombre fuera contra todo pronóstico, fue entonces que me di cuenta de que mi cuerpo estaba temblando, algo dentro de mí se sentía extraño, como si me sintiera desprotegida e indefensa, como si sintiera un gran e inexplicable miedo. Aparté mi mano de un tirón y la puse frente a mí, temblaba notoriamente y no podía hacer que se detuviera, esa extraña e incómoda sensación no se iba, sentía ganas de llorar, de tirarme al suelo y llorar, pero no sabía porque mi cuerpo me alejaba de esa manera de las personas, quizá era una manera de protegerme, pero ¿Protegerme de qué? ¿De qué me podía proteger el mantener mi distancia de los hombres? ¿Es que me había pasado algo que me había hecho desconfiar de todos?

FragmentosWhere stories live. Discover now