Capítulo 2- Oscuridad

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Si Liza hubiera esperado a que Audrey le entregara la carta de su padre sin pedírsela, seguramente habrían pasado años para poder leerla. No era que Audrey tomara a su difunto y amado padre como a una amenaza; sin embargo, cualquier cosa que pudiera afectar a su hermana lo más mínimo, era rápidamente desechada o, en el caso de la misiva, apartada. 

  —Audrey, ¿existe una carta de papá para mí? —preguntó Liza, sin ápice de inquina y con la mera intención de seguir el consejo de su hermana Karen a la hora del desayuno.

La Duquesa de Somerset dedicó una mirada inquisitiva a Karen quien levantó los hombros aparentando no saber nada del asunto. 

  — Si te pregunta por ella, será mejor dársela para que la lea —  convino Bethy en su inconmensurable candor.  

— Sí, por supuesto — se levantó Audrey de la mesa, haciendo que todos los caballeros presentes la imitaran en una señal de respeto y educación    —Liza, acompáñame. 

 Liza aligeró su paso delicadamente pueril tras los pasos estudiados y elegantes de su tutora hasta llegar al despacho que ella y Edwin compartían en Chatsworth House. 

Observó como Audrey abría una caja cubierta con piedras de gran valor de la que sacó un sobre con el sello de los Cavendish. 

— Esta es — le hizo entrega del papel sellado.

— Huele a papá.Huele a ese perfume que solía usar él. Hecho con hierbas de España, ese país que visitó de joven.

— Sólo tú podías darte cuenta de ese detalle —quebró por unos instantes sus frías pupilas  —  te dejaré sola para que puedas leerla con la intimidad que mereces  — accedió Audrey, cerrando la puerta del estudio tras ella y dejando, por primera vez, a Liza sola en una estancia que no fuera la suya propia tras el día del incidente. 

Liza se deleitó con las notas olfativas del papel, transportándose a esos días que pasó acunada y mimada entre los brazos de su progenitor. Realmente lo amó, y lo amaba. Su siempre afable y considerado padre, no merecía menos. No importaba que ya hubieran pasado casi ocho años desde su muerte, para ella todavía estaba presente.

Rasgó el sello guardando en su memoria el sonido de ese momento y retiró la carta que había en su interior.

Liza,

Tu carta está en la casa de Hamptons que dejo a tu nombre, ve y búscala allí.Di a tus hermanas que no es necesario que te acompañen. Lleva el servicio necesario contigo.

Anthon Cavendish, Duque de Devonshire .

Liza se levantó con esas dos líneas en la mano y fue en busca de Audrey, la cual se había quedado en el otro lado de la puerta esperándola.

    — ¿Y bien? — demandó la Duquesa de Devonshire esperando a una afectada Liza a la que consolar. 

    — Tengo que ir a la casa de Hamptons y no es necesario que me acompañes —repitió todo cuanto había leído de su padre, dejando a Audrey boquiabierta y, por extraño que pareciera, desencajada.

    — ¿Có...cómo? —  tartamudeó por primera vez en su vida sin poder creer que Liza estuviera demandando tal cosa. 

— Sí, es lo que papá me ha dicho en la carta. Mira —  mostró el contenido del mensaje a una incrédula Audrey. 

— No, pero no puede ser. No puedes estar sola...

— Es lo que papá quería Audrey —  resonó Karen desde detrás llevándose una mirada para nada afable de su hermana mayor.

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