Capítulo 1: Introducción al apocalipsis

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Se levanta oscura, taciturna y muy tolerante; la noche parece no haber transcurrido y recién empieza el alba. Concomitante al sibilino sol, se despliegan las eternas nubes que se esparcen al igual que las hojas en un lago. Las casas abren sus ojos y puertas. 

Entrando en esa rocosa calle inglesa, las casas, igualitas todas, encierran un gran cúmulo de personas que se relacionan como espías. Millones de chicos clandestinos y perseguidos por el Ministerio se escabullen en cada habitáculo. Algunos duermen, otros se despiertan, pero todos yacen ahí, ansiosos y pensativos.  

Harry se despierta azuzado por el estruendo de un claxon. Se acomoda los lentes y se sienta en su cama con las manos presionando sus muslos. No recuerda cuando fue el último momento en que se despertó totalmente feliz y alegre. No recuerda el último momento que vio a Ginny ni a Ron. Hermione había caído como los demás: de Hogwarts quedaba McGonagall y Draco.  No le importaba los otros miles de estudiantes, profesores y otros miembros del mundo mágico que dormían a sus costados. Estaba solo; y con “solo” se refería a muerto. En el último ápice de la desgracia, pareció concebir que tal soledad se convirtiera en solipsismo: alucinaciones, rotaciones mentales, inescrupulosas sensaciones, deseos ambiguos; que lo alejaban y demolían sus relaciones. Cada segundo en su cuarto incrementaba su locura. 

—Harry, ya vamos a comer, ven.

Harry pensó recordar la voz de Ginny: “Tal melifluo tono y candidez rítmica. Su ligera voz era tan dulce que parecía un soplido caliente”. 

—Oye, la comida está lista.

Harry regresó. Se dio cuenta que Draco estaba en la puerta. 

—Ya voy

—Ya se acaba el pollo

Recordó el día que Draco lo salvó y le dijo un rotundo “Harry”. No fue dulce ni estruendoso, solo un simple “Harry”. Estaba al borde de la muerte con tantos hechizos contra él. Su protección se desmoronó y Draco, súbitamente y detrás de sus acechores, mató quince anarquistas al lanzarles el obelisco de Tukuntan. La sangre no le dejaba pararse y, herido, pensaba que sería mejor morir ahí, solo, como ya lo estaba. Cerró los ojos y pensó que todo iba a acabar. “Harry” fue lo primero que escuchó al despertar. 

Cuando ingresó al comedor, se sentó junto a Draco y le preguntó sobre las noticias. No entendía el por qué, pero solía hacerlo aun cuando sabía sobre la exterior hecatombe. Detestaba tales cuestiones y más que todo, detestaba leer el periódico, sin embargo, solía verlo con la intención de conocer algo, aunque engañoso, que le recuerde Hogwarts. 

Milagrosamente, una foto movible señalaba a Hogwarts en un pequeño rincón del diario. “Vuelven a atacar colegio Hogwarts” es el encabezado. No se trataba de nada más que de algunas muertes de pocos estudiantes a manos de algunos de los anarquistas. Harry visualizó un renglón de improviso por la R mayúscula. Vio el “Robert” y se decepcionó. Chupó poca leche, masticó un pan y se fue a su cuarto. El ruido fue sorprendente, pero nadie se inmutó; todos sabían cómo eran sus reacciones y se cansaron de buscarlo. Todos excepto Draco, que casi instantáneamente después de la partida de Harry, lo persiguió un poco molesto. 

—Maldito, Dumbledore, maldito

Harry tiró un hechizo fuerte a su ropero y lo hizo añicos. Sin embargo, no le importó porque rompía todo a su alrededor. No detestaba a Dumbledore, se detestaba así mismo por detestar a Dumbledore. Entre este juego de odios la razón primaba en la muerte de su exdirector. Harry lo admiraba y sabía que igual se iba a morir. Sabía que era un excelente político y eso, pero no le había educado en nada a lo que venía.

Después de la muerte de Voldemort, muchos mortífagos murieron y muchos huyeron, pero no fueron los únicos. Los ministros regresaron y  se dieron cuenta que los mortífagos también querían perpetuarse en el poder. Asesinaban a los civiles y a los que postulaban para entrar en el Consejo. Los jueces fallecían con pociones peligrosas y en la desesperación se mataban a cualquiera que fuese sospechoso. Corolario inmediato: se dispuso de sospechoso todo el que había  participado en la Guerra de Las Varitas. Esto incluía a Harry y a sus amigos. De uno en uno se empezaban a matar cada estudiante de Hogwarts; y también, de uno en uno, empezaban a ingresar ex mortífagos al poder. Sin embargo, como lo malo desorganizado no puede ser exitoso por convención natural, el anarquismo decaía. En pleno desliz, Morgan, un enjuto, pero poderoso mago negro lejano a los mortífagos, lideró la Guerra de las princesas; y victorioso en esta, controló este Parlamento de manera violenta, pero organizada. No existía contradicción en este tipo de poder. Es más, Harry lo veía muy acertado e inteligente, pero también perverso; no obstante ¿qué tenía de malo un “manodura” en estos momentos? Pues, en estos instantes, Harry seguía en la mira de los más buscados, junto a todos sus amigos que vivían en esa casa mágica. El anarquismo ya no era de los mortífagos, sino de los policías, con algunos ex mortífagos dentro; y ese grupo de terroristas anárquicos que atacaba muggles y magos día a día.

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⏰ Last updated: Aug 24, 2014 ⏰

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