—No es algo que un caballero ande diciendo, de todos modos.

—Ah, fue en la cama —eso le produjo tos. Ana estaba disfrutando—. Anda, dime. Recuerda que nada puede hacer que te odie más.

—Sí, eso es un alivio.

—¿Y entonces? —apuró Ana. Carlos hizo una mueca. Estar aquí y conversar así era casi un sueño. De alguna manera, él siempre había sabido que las cosas entre los dos podían ser así— Estaban en la cama y...

—Y dije tu nombre. Eso hice—. Ana se quedó pasmada. Su boca se cerró de golpe, y cuando se dio cuenta de que no estaba respirando, parpadeó y buscó el oxígeno. Gracias a Dios por el instinto de supervivencia.

—Eso sí que es una auténtica canallada. Yo te habría matado allí mismo.

—No, la verdad, es que presiento que eso ella me lo perdonó. Lo que no pudo perdonarme es que además al día siguiente yo... terminara la relación.

—¿Qué? ¿En serio? —Ana frunció el ceño poniendo su cerebro a pensar a toda máquina, recordando cada cosa que ella le dijera en su anterior conversación—. Eso la deja muy mal puesta a ella —dijo al final.

—¿En qué sentido? —preguntó él.

—Bueno, ¿cómo va a perdonarte semejante cosa?, y cuando tú haces lo que se supone que debes hacer, terminar, ¿ella explota? ¡Debió explotar antes! ¡En esa cama, por ejemplo! Ah, claro —dijo de repente Ana, cambiando su tono de voz. Carlos la miró intrigado, pero ella no dijo nada.

Aquello era demasiado personal de Isabella, pues intuía que su actual resentimiento en realidad era contra sí misma, primero por no haber podido retener a Carlos, ni aun cuando de eso dependía el futuro de su familia; y segundo, por haberse visto obligada a perdonar la peor ofensa que le podían hacer... para al final quedar con las manos vacías, de todos modos.

Ella, de veras, tenía razones para odiarlo.

Lo sentía por Isabella, profundamente, pero ahora todo tenía sentido, pues sólo se había interesado en saber más de ella cuando escuchó su nombre, pues ya lo había escuchado antes, ¡y de qué manera! Y luego, las cosas que había hecho y le había contado eran en parte para conocerla, tal como había dicho, y en parte para conseguir que ella odiara a Carlos. Sólo que había provocado el efecto contrario.

Miró al hombre que tenía delante, y encontró qué él la miraba a ella. La luz le daba perfectamente, creando una especie de halo a su alrededor, con su cabello oscuro y ojos de color tan fascinante.

Realmente él era guapo. Para dibujarlo. Tenía la misma nariz y estatura de Juan José, pero eran diferentes en todo lo demás. Mientras Juan José era más despreocupado y risueño, Carlos se tomaba todo en serio, y pocas veces hacía una broma.

Tal vez con ella podía bromear si lo pinchaba un poco, pensó.

El mesero trajo los platos, y Carlos miró el suyo alzando sus cejas.

—¿Pedí esto?

—Lo pidió tu ex. Si no te gusta, bueno, ya sabes qué hacer— Carlos la miró entrecerrando sus ojos. Isabella era más del tipo light, vegetariano, pocas calorías. Miró el plato de Ana con añoranza, había carne allí. Suspiró resignándose, y tomó los cubiertos.

—¿Por qué esperaste a que yo llegara para comer? Si lo que te urgía era que pagara la cuenta, no era necesario esperarme.

—Mmm, haces muchas preguntas. No creas que esto significa algo especial, sólo creí cortés que comieras parte de lo que estabas pagando, y no me gusta comer sola. Eso es todo.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora