5. Algo pasa con Miguel

8 1 0
                                    

Miguel dormía en el sofá-cama de Fran mientras esperaba que sus amigos se dignaran a soltarle las esposas. Sudaba a chorros y tenía pesadillas con Lucifer atacándole. Jorge llegó por la entrada comiéndose un sándwich y golpeó a su amigo con el periódico enrollado que traía bajo el brazo. El seminarista se despertó sobresaltado y perdido hasta que su cerebro volvió a conectar recalando otra vez en la realidad. El agente literario fue hacia la terraza del ático y se asomó. Respiró hondo mientras sonreía y las migas de la boca se le caían. Se sentía un dios a esas alturas, en pleno piso octavo. Después de hacer el gilipollas volvió dentro a hablar con su amigo.

—Estoy harto de estas cadenas, Jorge. Jamás pensé que tú fueras a permitir que me encadenaran, ni a mí ni a nadie.

—Tienes que desintoxicarte, es por tu bien.

—¿¿Desintoxicarme de qué?? ¡No soy un drogadicto!

—No, pero casi. Sé que ahora no lo ves, pero cuando pases el mono de fustigarte y todos tus pequeños circuitos vuelvan a funcionar de nuevo, lo entenderás y además, lo agradecerás. —acto seguido le dio un beso en la cabeza y se fue a la cocina.

—Sé cosas que me ha contado Patri sobre ti que tú no sabes —gritó a lo lejos Miguel.

Jorge se frenó automáticamente. Miró para atrás. No veía capaz a su amigo de mentirle con algo tan importante. Caminó vehemente hacia Miguel y se sentó a su lado con mirada desconfiada. Éste tenía su mirada angelical de costumbre. Hubo unos segundos de silencio.

—Cuéntame.

El rostro de su amigo cambió completamente y sonrió maliciosamente mientras negaba con la cabeza. Señaló a sus esposas. Jorge sabía que podía hablar perfectamente con ellas puestas, pero el otro insistió en que le soltara para poder relajar el dolor que sentía en la muñeca.

—No hagas el tonto, ¿eh?

—Sólo dame un minuto que me recupere de las quemaduras.

Jorge accedió a quitárselas. Cogió el pequeño colgante de plata que ocultaba con el cuello de su camisa y extrajo una pequeña llave que llevaba colgada. La usó para abrir las esposas, cuando en ese preciso instante Miguel cabeceó la nariz de Jorge y éste cayó dolorido al suelo. El ex cura aprovechó para huir hacia la puerta. Su amigo se recompuso rápidamente e impidió, agarrándole por la cintura, que el enfermo corriera fuera. El fustigado no hacía más que querer salir y el abnegado luchaba con todas sus fuerzas para que no lograra escapar. Entre tanto forcejeo se estaban haciendo daño físicamente.

—¡Déjame salir! ¡Aún me quedan cien golpeos!

—¡Joder! ¡Puta Iglesia! —exclamó con asombro.

—¡Deja de escupir improperios hacia mi congregación! —no soportaba que su amigo no fuera capaz de aceptar y respetar su vida.

—¡Tu congregación somos nosotros! —gritó desesperado ya.

—¡No! ¡Me tenéis orinando en un cubo!

En ese preciso instante, Jorge se dio cuenta de la salvajada por la que le hacían pasar y bajó las defensas, y eso lo notó Miguel, aprovechándolo y golpeando la mandíbula de Jorge con el codo. Del golpe acabó cediendo y el religioso escapando por la salida.

Nunca habían visto correr así a Miguel, era impresionante. Bueno, en realidad, y en honor a la verdad, nunca habían visto correr a Miguel, así que estrictamente no sabían qué velocidad podían tomar sus piernas. Se equivocó de profesión, tenía que haber sido atleta, y precisamente eso era lo que no era Jorge. Corrió hacia las escaleras y vio a Miguel saliendo por el portal, ¡ya había llegado abajo! Jorge nunca supo qué pasó ese día, pero todo apuntaba a que había tenido una inspiración divina, o eso le dijo a Fran después de haberse fumado un porro cuando éste llegó y preguntó por él.

Tan sólo como tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora