Voy a decírselo.

En este momento, cuando tomo la decisión de hablar por primera vez con un amor de tren, sus ojos se clavan en los míos y me devuelven mi intensidad multiplicada en el reflejo de sus oscuros iris. Un escalofrío me recorre el cuerpo al tiempo que aparto la mirada, en un ridículo intento de disimular el largo rato que llevo observándola sin apenas pestañear. No sé qué pensará ella, ni si imagina que llevaba ya rato mirándola. Lo que sí sé con seguridad es que ahora es el progenitor quien no me quita ojo a mí, y dudo que sea yo un amor de tren para él. El vagón se detiene, y ni padre ni hija hacen el más mínimo ademán de bajarse. Respiro aliviado y aprovecho el trajín de personas accediendo al tren para mirar fugazmente a mi chica, que parece entretenerse realmente con el movimiento de los pasajeros.

Cuando reanudamos la marcha, observo sorprendido que uno de los dos chavales que viajaban a mi izquierda, ha sido reemplazado por una nueva pasajera, joven y hermosa. Tiene todo para ser uno de mis más intensos romances de tren. Por unos segundos me olvido de la muchacha con la que llevo viajando ya más de una hora, y recorro de arriba abajo a la chica, desde luego con mucho más disimulo que el macarra primigenio que aún conserva su sitio. Una cara hermosa y unos ojos claros que se pierden en la inmensidad de su smartphone, refugiado en unas manos rematadas en carmín. Un jersey rosa abrigado y unos vaqueros que guardan unas piernas cruzadas, de cuyo final tratan de esconderse abochornados unos calcetines blancos deportivos. Calcetines blancos... ¡Casi iguales que los míos! Sin encaje, con la marca bien visible, pregonando que millones de personas como tú visten lo mismo. ¡Qué desfachatez!

Decido regresar, considerablemente indignado, a la chica inicial. Es entonces cuando, al desviar de nuevo mi mirada hacia mi lado del vagón, descubro en ella el mismo gesto de ridículo disimulo que protagonicé yo minutos antes, girando su cuello con una brusquedad imposible de ocultar.

¿Qué ha sido eso? ¿Una simple mirada? ¿O significaba algo más? Llevamos casi una hora y media viajando uno frente a otro, a menos de un metro de distancia, es normal que de vez en cuando sus ojos se posen en el chico raro que no para de escribir. Pero aun así... No era una mirada cualquiera. No sé exactamente qué buscaba decirme, pero había un mensaje. Una expresividad silenciada por la costumbre de no hablar de sentimientos, o de cosas más profundas que el clima o el trabajo, y menos aún con desconocidos. Pero no, no podía ser. Ella era distinta, fuerte y audaz, como sus

calcetines. Ella jamás dejaría de explorar el mundo solo por convencionalismos. Entonces... ¿Qué podía ser?

Al alzar la vista de nuevo me estrello de bruces con la respuesta. Los ojos del padre se clavan nuevamente en mí, y en el momento en que coinciden nuestras miradas, este señor no hace ningún ridículo gesto o ademán de desviar la suya. Al contrario, la mantiene fija hasta que soy yo quien la aparta otra vez. Aquel mensaje sí que ha sido, como mínimo, claro y conciso: "Apártate de mi hija."

¿Ah, sí? Conque esas tenemos... Me encanta el amor prohibido, y aún más el hecho de hacerlo en las narices del obstaculizador. Comienzo a mirar a la chica con una intensidad que grita: "te quiero, llevo una hora y media pensando en ti, soñando que te levantas, te sientas a mi lado y apoyas tu cabeza en mi hombro, fulminas este aroma a cerrado y desidia con tu perfume, entierras este ruido de motor cansado con tu risa y despiertas mis músculos entumecidos al apretar mi mano entre las tuyas."

No sé exactamente qué aspecto tendría mi rostro, pero esto es lo que me concentraba en decir con todo mi lenguaje corporal, al tiempo que tenía cuidado de que el mensaje no fuera interceptado por las fuerzas enemigas.

Llevo un rato sin escribir, pero lo que ha sucedido tengo que compartirlo con el papel. No puedo arriesgarme a guardar semejante recuerdo en algo tan endeble como lo es la memoria humana.

Tras varios intentos en los que mi encriptado telegrama se estrellaba contra el perfil derecho de su rostro, absorto en el verde paisaje, obtuve respuesta. Sus pupilas se empotraron contra las mías con violencia, como dos magos enfrentando los rayos de colores de sus varitas en una película. Así nos mantuvimos un breve instante, aguantando nuestros chorros de luz que se despedían con una fuerza salvaje y reconcentrada desde lo más hondo de nosotros hasta colisionar en el aire. Estoy seguro de que en aquel espacio entre nosotros se formó un calor real y tangible, tal era la fuerza de nuestra expresión. Como pactado, nos retiramos al mismo tiempo, sabiendo que las nuestras eran miradas prohibidas. Cuando volví al disimulo de mi cuaderno, el corazón

me latía acelerado. Había sido tan intenso como el contacto físico real. Dirigí una mirada de soslayo a mi compañera y la descubrí tan agitada como yo, acurrucada en el sillón dándole prácticamente por completo la espalda a su padre, quizá para que no lo notara. En ese momento sus ojos despertaron de nuevo para mirarme de reojo y me sonrió. ¡Lo había sentido ella también! Le devolví la sonrisa, velada con mi mano para no levantar sospechas, y nos preparamos para el siguiente encuentro.

Y así viajamos, haciendo el amor con la mirada de la forma más salvaje que podíamos, en cualquier posición, hasta acabar extenuados, apartándonos por un instante el uno del otro, simplemente cogiendo fuerzas para buscarnos otra vez, deseando llegar de nuevo a un éxtasis de colores pintarrajeado en el aire y que nos arañaba desde dentro, tan real como el amor.

Finalmente, llega el momento que ambos temíamos y cuya existencia nos negábamos. Ceremoniosa, quizá para que yo me percate, comienza a desperezarse como si llevara horas sumida en un sueño del que no quisiera despertar. Siento que la mejor despedida es darle este cuaderno con el que sienta siempre que fue mi novia de tren, con quien viajé unas horas maravillosas y la que hizo de aquel trayecto un tiempo feliz."

Mi tío bajó las maletas de la repisa sobre los asientos y se adelantó hacia la puerta cargando la más pesada, mientras yo le seguía con el equipaje más ligero. Pasé a tu lado, resuelta a no mirarte, porque no estaba segura de ir a ser capaz de apartar los ojos de ti, de admitir que sería la última vez que sentiría aquello. Prefería evitar la despedida para irme con la sensación de que volveríamos a encontrarnos furtivamente en el viciado aire de aquel vagón. Entonces sentí un roce en mi mano, un tacto acartonado que no supe identificar hasta que bajé la vista y lo vi: un bloc naranja que hubiera reconocido entre un millón, me acariciaba la mano ronroneando con su gusanillo de alambre. Lo agarré con fuerza, lo introduje apresuradamente en mi bolso y traspasé la puerta del vagón, con la engañosa sensación en el estómago de haber olvidado mis pendientes o una chaqueta en el asiento. Yo sabía perfectamente lo que me estaba "olvidando" allí. Lo que no sabía es lo que me llevaba oculto en el bolso, como una especie de preciado objeto de contrabando.

Cuando llegué a casa, arrojé las maletas en cualquier sitio y corrí hasta el cuarto de baño enmascarando la urgencia real que sentía. Abrí el bolso temblando, con la absurda idea de que tu cuaderno no estaría allí, que se me habría caído en algún transbordo o que en realidad había soñado todo lo sucedido, que había sido otro envite más de mi imaginación. Pero no, allí estaba, testimonio inmortal de nuestro delicioso crimen.

Lo leí y releí mil veces, apoyada contra el armarito del lavabo, hasta que mi tío golpeó la puerta un poco alarmado para saber si me encontraba bien. Después, en mi habitación, continué bebiéndolo a escondidas, ocultándolo bajo el colchón, como una alcohólica avergonzada. A veces me río pensando cómo pudiste llenar ocho cuartillas con tu minúscula letra y no se te ocurrió apuntar un número de teléfono, una dirección, un nombre. Otras veces en cambio lloro, reprochándome duramente que quizás tuve al alcance de mi mano al hombre de mi vida durante cinco horas, y lo dejé escapar.

Así que decidí que tenía que hacer algo. Pensé que vestir a diario aquel tipo de calcetines y exhibirlos no sería suficiente y por eso tienes en tus manos este relato ahora mismo. Mi nombre es Alicia Setién Gómez y soy de Soria. Si no eres quien busco, pero crees en sensaciones maravillosas que sin razón alguna te transmiten algunas personas, (llámalo amor, magia o cómo quieras), por favor, habla de este relato a tus amigos. Quizá así algún día él y yo volvamos a viajar en el mismo tren.

CalcetinesWhere stories live. Discover now