Preludio II - Fragmento 2 de 2

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Ansió poder decirle que no, que aquel sentimiento inesperado, tan inexplicable e irracional, que le había atrapado la noche de su encuentro, sólo había sido una ilusión pasajera. Que la distancia había enfriado la pasión que despertó en él y emborronado su recuerdo. Que con el paso de los días la añoranza, el amor hacia su persona, no se había vuelto más fuerte y doloroso ni más enconado en su corazón. Habría querido escupirle a la cara que no le amaba, que nunca le había amado, dar parte de su existencia por retroceder en el tiempo y marcharse cuando tuvo ocasión, dejándole atrás sin remordimientos ni pesar, aquel día en que le ofreció desembarcarle vivo y libre en una isla a cambio de un poco de placer. Pero era incapaz de mentirle, de mentirse a sí mismo.

Cerró los ojos y las lágrimas que el dolor del golpe había hecho brotar de sus ojos rodaron por su rostro como guías de otras que nacían del desamor.

Ante el triste silencio de Kert, el Capitán sacudió fastidiado la cabeza.

—¿Qué se supone que tengo que hacer yo con este crío llorón?—preguntó.

—Yo he cumplido, patrón —Pravian se dirigió a la escalinata que descendía a la cubierta—. Lo querías de vuelta si era de fiar. Pues ahí lo tienes. Morirá por ti. Matará por ti y el día que no le sea posible, el mismo se rebanará el cuello. —Y mostrando la doble hilera de puntiagudos dientes antes de desaparecer escaleras abajo, añadió—. Y en estos asuntos yo nunca me equivoco, patrón.

Ireeyi observó suspicaz el cuerpo desfallecido de Kert. Alargó la mano y sus dedos afilados y rudos dibujaron surcos en la sangre fresca al recorrer la mejilla y descender hasta la mandíbula.

—Mírame —ordenó.

Los párpados de Kert se alzaron a medias, dejando entrever un par traslúcidos iris.

—¿Tú qué dices? —inquirió el Capitán, guiando los dedos hacia la garganta—. ¿Eres leal a mi causa? ¿Todavía quieres convertirte en uno de mis soldados?

El joven entreabrió los ensangrentados labios, pero Ireeyi se adelantó a sus palabras.

—No pierdas el tiempo asegurando que me amas —le advirtió, cerrando la mano alrededor del esbelto cuello y presionando hasta sentir el pulso latir contra su palma—. Reales o no, tus sentimientos me son indiferentes, únicamente te hacen débil a mis ojos.

—Y aún así... —musitó. Le temblaron los labios y el corazón cuando añadió—. Os amo.

Tiró bruscamente de Kert y enfrentando de cerca su rostro, dijo:

—Qué poco apego parece que le tienes a tu vida —susurró; con cada palabra, los dedos del Capitán se fueron clavando en la tibia carne—. Has llegado hasta aquí. Puedes sentirte satisfecho. Es ahora cuando vas a comenzar a arrepentirte de haberte encaprichado de mí. Tus días en el Reina del Abismo, comparados con los que te esperan en mi barco, te van a parecer una fiesta.

El joven inhaló inquieto, ávido por llenar los pulmones de un aire que la garra del Capitán, aferrada a su garganta, permitía circular a duras penas. Asió la muñeca de Ireeyi, pero no intentó forzarle a  liberarle.

—Al menos estaré a vuestro lado —acertó a decir con voz quebrada.

La mirada del Capitán se volvió turbia. Sus pupilas, semejantes a pulidas piedras negras, escrutaron amenazadoras el rostro congestionado del joven. Intensificó un poco la presión de su mano y, como respuesta, los dedos de Kert soltaron la muñeca y se alzaron lentamente hacia el rostro de Ireeyi. Aunque desconfiando de las intenciones, no evitó el gesto y dejó que las frías yemas acariciaran sus mejillas, que con tembloroso pulso rozaran sus labios.

Océanos de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora