—Ni se me ocurriría, eres muy mal bebedor.

—Sí, ya.

—Gracias por la fiesta.

—Ni lo menciones. Al fin terminó —Ahora, Juan José se rio a carcajadas. Siguieron hablando, como habían aprendido a hacer. Ciertamente, eran más hermanos ahora de lo que nunca fueron en su niñez, o adolescencia.


—No se preocupe por nosotros, señora Judith —decía Ana sonriendo incómoda—. Dormiremos bien en la misma habitación.

—¿Estás segura? ¿Son cuatro! —Ana sonrió, preguntándose qué diría si le dijera que en el pasado siempre fue así. Que eran tan pobres que llegaron a dormir tres en la misma cama. La habitación que le ofrecían ahora tenía dos camas, lo bastante amplias como para que dos durmieran en cada una.

—Estamos bien, muchas gracias, y perdone las molestias —Judith se alzó de hombros, sin insistir, y le indicó que en el armario había toallas y sábanas. Luego de cumplir con su tarea de anfitriona, salió.

—¡Mira aquí! —dijo Paula, abriendo uno de los cajones—. ¡Álbumes de fotos!

—¿Fotos de Carlos y Juanjo? —preguntó Silvia, tomando el álbum de manos de Paula.

—Ay, ¡qué lindos eran! —Sebastián se sentó en su cama mirándolas, considerando si tenía suficiente curiosidad como para salir de la cama. Decidió que tenía más sueño que curiosidad, pues se tiró sobre la almohada y se cobijó sin molestarse en quitarse la ropa. Ana caminó a él y le quitó los zapatos y el cinturón, como solía hacer cuando estaba niño, y sonrió con ternura.

—Todos los niños son lindos —comentó.

—Ah, pero estos dos... yo me los comería. ¡Qué ricura!

—¿Por qué tiene la señora Judith los álbumes aquí?

—Seguro no tiene dónde más guardarlos —supuso Paula.

—¿No tenía dónde más? ¿Has visto el tamaño de la casa? ¡Es enorme! ¡Habríamos podido dormir cada uno en una habitación diferente y aun así sobrarían!

—Sí, pero no habría sido nada cortés de nuestra parte —contestó Ana—. Al día siguiente, habrían tenido que cambiar las sábanas de todas esas habitaciones.

—No veo el problema, igual, habrían sido los empleados, no ella, la que las cambiara.

—Dejen de hablar de esa manera —las reprendió Ana—. Recuerden que yo fui una "empleada" hace tiempo. No es nada bonito que se expresen así de uno—. Paula y Silvia se miraron la una a la otra en silencio, y siguieron mirando las fotos. Como Ana no les vio intención de acostarse de una vez, lo hizo ella al lado de Sebastián, dándoles la espalda a sus hermanas y a la luz que tenían encendida.

Sí, ella había sido una empleada de servicio hacía unos años. Había trabajado para los Riveros, los padres de Ángela. Sabía lo que era tener que limpiar una casa luego de una fiesta o una cena como la que acababan de dar Carlos y Judith, sabía lo que significaba tener huéspedes. Sus manos se habían acostumbrado desde hacía mucho tiempo a lavar y fregar vajillas donde una sola pieza valía lo que su semana de trabajo. Desde niña.

Cerró sus ojos cuando a su mente vinieron recuerdos poco gratos, se recordaba a sí misma inclinada sobre un suelo de baño limpiando, recogiendo la suciedad de otro, y teniendo que asumir que era lo más normal del mundo, porque tus jefes también eran humanos, y obviamente también iban al baño. Era invisible para los señores, en la mejor de las ocasiones. La señora Eugenia, la madre de Ángela, era más o menos fácil de complacer, sólo tenía un poco de manía por el orden y la limpieza; Ángela era como otra sirvienta más de sus padres, pero sin la libertad de poder irse cuando finalizara el día, así que ella no daba trabajo. El señor Orlando Riveros, en cambio, era harina de otro costal.

Tus Secretos - No. 2 Saga Tu SilencioWhere stories live. Discover now