Abandono de Suramar, rumbo a Terrallende, previo al viaje hacia Argus

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La elfa Nocheterna se quedó boquiabierta de la sorpresa, frunciendo ligeramente el ceño en una muestra de desagrado. Khalan había agarrado de pronto su espada, arremetiendo contra ella, o más bien contra su arma, que empuñaba haciéndole ver que podía defenderse con ella. La verdad fue que el golpe, directo contra el metal, desequilibró a la mujer. Trastabiló, y no fue de espaldas al suelo simplemente porque el imponente elfo de sangre había medido el golpe como sólo los años de experiencia en combate pueden hacer.

- No estás lista, así que no puedes venir a Argus, Aranysra.

El ceño fruncido se frunció aún más, y sus labios se apretaron en un mohín de enfado, una mezcla caprichosa e infantil. Aranysra no estaba acostumbrada a no tener lo que quería, a pesar de que la vida de una Nocheterna da suficiente perspectiva como para acostumbrarse a sentimientos como el rechazo, pocas veces se lo habían mostrado. Se relajó un poco, a disgusto, y luego se sintió mal al ver que el rostro de Khalan no sólo significaba negación, si no también preocupación. Aranysra había tenido varios instructores de esgrima a lo largo de su vida, y se conocía los movimientos tan bien como bailar. En realidad, su manejo de la espada era más cercano a una danza de hojas, elegante y artificioso, estupendo y vistoso para exhibiciones con otros nobles Nocheterna. Totalmente inútil contra Khalan.

Khalan le había enseñado las bases de algo muy diferente, de cómo aprovecharse del peso del arma, del suyo propio, a atacar de una forma mucho más violenta. Tenía la esperanza de que Aranysra supiera ver sus ventajas y adaptar ambos estilos a uno suyo propio. Aunque empezaba a despuntar, aún quedaba lejos de perfeccionarlo. Y aunque participó en la revuelta como una guerrera más, lo que encontraran en Argus no podía compararse con los elfos leales a Elisandre o sus protectores de la Legión. Simplemente, era demasiado peligroso llevar consigo a alguien de quien estar pendiente constantemente. Así que el elfo le puso las manos sobre los hombros y trató de persuadirla, de cómo su ayuda también sería necesaria en Suramar en los días venideros, protegiendo a los suyos de los posibles infiltrados o ataques de la Legión mientras la situación se normalizaba. Y una vez lo hiciera, tenía mucho que ver fuera de Suramar. Había estado atrapada durante cientos de años, lo primero que viera al abandonar la ciudad no podía ser un mundo devastado por la Legión.

Quizá Aranysra simplemente sintió algo tan común y a la vez, tan inusual que la sorprendió. Puede que sencillamente no quisiera perder algo novedoso que había entrado a formar parte de su día a día tiempo atrás, la presencia de un ser exótico que había mostrado interés por ella, forzado por el deber o no. Quizá fuera algo más, potenciado por el aspecto tan diferente y, sin embargo, tan familiar como un elfo de otra raza. Sea lo que fuere, debía quedar atrás. Tenía claro que no tenía medios posibles para detener a Khalan, e interponerse entre él y su sentido del deber sólo causaría un daño irreparable. Aceptó, primero a regañadientes, y luego con una sonrisa triste y débil. En el fondo sabía que estaba equivocada, pero no quería claudicar al elfo bajo ningún concepto. Prefirió dejar caer que cedía en su empeño.

No hubo una despedida emotiva, ni tiempo para una. "El tiempo es esencial" decían los suyos una y otra vez, y ésta vez no iba a ser menos. Los preparativos debían cumplirse en tiempo, y todos debían estar listos para embarcar inmediatamente. A pesar de todo, ambos estaban preparados para ese momento, y se intercambiaron regalos antes de partir. Khalan le entregó una banda dorada con un rubí engarzado en el centro, que dejó sobre la frente de Aranysra. Los tonos de la banda contrastaban con el color oscuro de la piel de la Nocheterna, que sonrió al imaginar cómo destacarían los colores de Lunargenta sobre su rostro. En seguida notó que no era joyería sin más: era demasiado recia para ser una pieza de oro, pero notaba un leve encantamiento en ella que la hacía ligera al peso. Estaba claro que Khalan pensaba más en su seguridad que en regalar una mera decoración. Aquello era para protegerla. Y que hubiera dedicado tanto interés en esa muchacha cogió por sorpresa a muchos de sus compañeros.

El caso es que cómo consiguió aquello y cuánto le costó, es un misterio, pero Aranysra no escatimó recursos tampoco. Llamó a su sable de maná, y cuando estuvo a su lado, dejó una mano sobre la cabeza del animal, donde runas azules brillaban suavemente. Con la otra mano, deslizó los dedos sobre el pecho de Khalan, buscando. Tardó en encontrar una traza de maná, pero en cuanto lo hizo, fue absurdamente fácil entrar en ella y sintonizarla con su nuevo compañero. Aranysra sonrió, complacida, aunque le dedicó un consejo.

- Deberías hacerte mirar tu resistencia arcana.

Su familia, rica como era, disponía de más sables de maná. Podía disponer de otro, y el sable le haría un mejor servicio en combate que aquellos pájaros en los que montaba. Y sobretodo, aliviaría a esos pobres seres de tener que cargar con alguien como Khalan.

Antes de partir, se abrazaron. Khalan la cogió con fuerza, movido por su tendencia a encariñarse demasiado pronto con la gente. Ella hizo lo propio, aunque fuera por motivos más confusos que los suyos. Intentó hacerle prometer que volvería, pero no tuvo respuesta. Khalan no quería faltar a su palabra, y aunque sabía que caer no era una opción, sabía muy bien a lo que se enfrentaría. Así que Aranysra lo vió marchar, guerrero y montura sumándose al resto del grupo que abandonaba Suramar, mientras se preguntaba, tocando la diadema en su frente, si lo volvería a ver.

Probablemente no.

Khalan LlamargentaWhere stories live. Discover now