―No deberías hacer deporte con esas gafas puestas.

―No es tu problema.

El moreno se acercó hasta ella, la vio encogerse ante su presencia y se preguntó porqué una chica tan guapa como (...) reaccionaba así. Debería ser más extrovertida y alegre pero lo único que él veía era una muchacha tímida e insegura. Además, claro, de que no le gustaba estar con nadie.

―Hoy estás distinta ―observó el chico―. Estás más contestona.

(...) miró a otro lado, ¿acaso Aomine no tenía otro sitio o a otra persona a quien molestar? No, al parecer era ella.

―Estoy como siempre.

«Herida y dañada», añadió la chica para sus adentros.

Aomine le revolvió el pelo y la chica apartó su mano de un golpe. Antes de que siguiera molestando apareció el resto de la clase y el profesor. Comenzaron los ejercicios, (...) los realizo con dificultad.

Sentía que el pecho le iba a estallar.

―¿Puedo ir a la enfermería?

Recibió el permiso y se fue a la enfermería, pero alguien la siguió.

(...) abrió la puerta y suspiró aliviada al ver que no había nadie. Entró y se quitó la sudadera, suspirando al sentir el fresco en la piel. Odiaba tanto hacer ejercicio con esa cosa puesta, pero si no lo hacia los demás verían algo que ella escondía.

La chica se sujetó el estómago, antes de darse cuenta estaba vomitando y manchando todo.

«¿Otra vez sangre?»

Su estómago protestó cuando terminó de echar el contenido, había pensado que los días que echar sangre por la boca habían terminado. Pero no era así. (...) estaba sentada en el suelo, tapándose la boca con el dorso de la mano cuando alguien entró haciéndola dar un respingo.

Mierda, le habían pillado.

―¿(...)?

Ella tensó la espalda al reconocer la voz de Aomine. Genial, ahora él se aprovecharía del momento para joderla más.

―¿Qué quieres?

―¿Qué te ha pasado?

―No te importa.

―Estás de broma ―replicó el chico de ojos azules, (...) no tenía fuerzas ni para levantar la cabeza y verlo―. Has dejado todo perdido.

(...) recordó las veces que había escuchado a su madre decirle lo mismo cuando de pequeña estaba enferma del estómago y vomitaba sin tener tiempo de ir al baño.

«Eres una inútil, has dejado todo perdido de suciedad.»

―Lo siento.

Aomine se preguntó por qué se disculpaba. Se acercó a ella y entonces divisó algo en la parte descubierta de su espalda, era pequeña pero claramente se veía como una cicatriz. Le vio los hombros temblorosos y no supo qué decir. No era bueno con esas cosas y los débiles eran insoportables para él. Pero había algo en (...) que le decía que ella era de todo menos débil.

Se sintió mal al recordar todas las putadas que le había hecho sólo para «pasar el rato».

―¿Qué haces? ―preguntó (...) incómoda.

Aomine no respondió y la llevó en brazos hasta una de las camillas. (...) estaba tiesa como una tabla, pensaba que el moreno la dejaría caer el cualquier momento y se reiría de ella por creerlo alguien amable.

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