-¿Qué vamos a hacer con el hombre?- preguntó Oscar.

-¿Es su padre?- añadió Claudia.

-No, ni siquiera era el hijo de ella- respondió María.

-Podemos irnos, sin mirar atrás, o buscar respuestas que nos ayuden un poco a darle sentido a esto- sugerí.

Tocamos la puerta del baño pero no hubo respuesta, temí que se hubiera quitado la vida. Abrimos la puerta, con armas en mano como medida de precaución. El tipo estaba en el rincón, apestaba y tenía la mirada perdida, como en shock.

-Levántate- dijo María con voz firme, pero no hubo reacción. Le trajo un vaso con agua y dejó unas galletas sobre un plato cerca.

Tal vez teníamos problemas para tenerle compasión, yo los tenía, al ver los moretones en el rostro de María y el espíritu de Oscar destrozado. Quizá lo que más me dolía era que la situación no me dejaba rendirme. Tenía ganas de irme, mudarme a las montañas o regresar a mi ciudad desierta y volver a mi utopía, pero no podía dejarlos así.

-¿Qué vamos a hacer con él?- preguntó Claudia- Si está en shock podemos aprovechar e irnos, definitivamente no nos vamos a quedar en esta casa. Y está el asunto del niño-

Necesitaba un poco de tiempo para analizar, las mujeres lo vigilarían acompañadas de los perros, Oscar buscaría provisiones y yo fui a la habitación donde vi la radio.

El aparato era de otro modelo, pero tenía una mejor señal, pensé en llevármela, aunque ya no sabía cómo entraría en nuestra mudanza, meter algo en los autos ya necesitaba la habilidad de un juego de tetris. Y el niño complicaría las cosas, sin embargo aunque nadie lo dijo, no podríamos dejarlo ahí. Tampoco era posible que lo lleváramos a un orfanato, si ni siquiera sabemos cuántas personas más existen en este mundo.

Bebíamos un café por la tarde cuando el hombre se levantó. Oscar tomó un arma y le apuntó, su mano temblaba y no hubiera sido la mejor defensa, así que la tomé yo. Estaba húmeda del sudor, Oscar me miró y esbozó una media sonrisa. El hombre se sentó en la mesa.

-¿Mataron a todos aquellos que están en el establo?- pregunté

Bajó la mirada.

-Lamentamos lo de tu esposa- añadí

-No era mi esposa

-Lo sabemos, solo queríamos ser respetuosos

-¿Por eso trajeron a los coyotes?

-No. En general ahora los animales tienen mayor libertad, sin humanos que los restrinjan, si vinieron una vez, quizá regresen, no deberías quedarte aquí.

-¿Y me voy a ir con ustedes?

-No, eso no. Sin embargo no somos unos... ¿monstruos? Como tú, y no queremos irnos sin asegurarnos de que estás bien.

-Lo que quieren es saber ¿Por qué? ¿No? Porque atraemos a inocentes pendejos como ustedes para robarlos o matarlos. El mundo es grande y como lo dijiste, ahora nadie te puede detener. ¿Qué pasa? ¿Ustedes no han matado? En estos días eso es imposible, en algún momento pasará, y apuesto que con ustedes ya sucedió.

Pensé en los días anteriores y nuestro mal juicio con las personas.

-No, no lo hemos hecho y no sucederá, lamentamos lo de tu...amiga...pero sabes muy bien que no fue nuestra culpa.

Oscar tenía la mirada fija en el piso.

-Fue un accidente que pudiste evitar.

Alfonso dio un golpe en la mesa. Mantuve la calma pero estaba muy asustado.

-Si la vida después del virus no los ha cambiado, lo hará, lo hará.

Tenía la inquietud por saber cómo era su vida antes, si era verdad lo que proclamaba o tan solo quería asustarnos. También era mi necesidad por buscar lo mejor en las personas aunque estaba en presencia de un ejemplo claro que no correspondía a ello. En mi distracción Alfonso se abalanzó a Oscar y comenzó a golpearlo, el joven no se defendía. Al instante dejé el arma e intenté separarlos, María le entregó el niño a Claudia, tomó un sartén y lo golpeó hasta dejarlo inconsciente. Del esfuerzo la mujer se quedó hincada y se tocaba el pecho. Oscar se levantó, aún disperso por los golpes, ayudamos a María a levantarse y se sentó en una silla, estaba muy agitada y le dimos un vaso de agua.

Encerramos al hombre en una habitación, cerramos con seguro pero lo quitaríamos al irnos.

El resto de la tarde llevamos con carretas pedazos de ganado y otros animales hacia el establo, que prendimos en llamas, cuyo colorido se fusionó con el atardecer. Llevamos provisiones a los autos al llegar la noche, abrimos la puerta donde el hombre estaba inconsciente y salimos. Recorrimos por dos horas después el pueblo, no quisimos apartarnos de la ruta de playa, tan solo queríamos estar lo suficientemente lejos para estacionarnos y dormir.

30 días después del fin del mundo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora