Capítulo XXIX

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La marea arrastraba centenares de recuerdos en la memoria de Sadie, sentada a lo indio bajo el timonel y viendo pasar a los más de cincuenta piratas a bordo trabajar en el mantenimiento del barco. Muchos eran holgazanes y se conformaban con contar historias de una isla llamada Tortuga en la que tomaban a prostitutas bajo el poder y la magia del ron en el alma, leyendas de cánticos malignos de sirenas que atraían a los marineros más absortos e incapacitados, hundiéndoles las flotas y tomando sus cuerpos como adornos en sus criptas submarinas. Sadie se entretenía creyendo que las mujeres con colas en lugar de piernas existían en alguna parte del océano, la mitología había sido para ella una magnífica forma de pasar el rato, y gracias a que muchos de los presentes eran supersticiosos, ella pudo volver a sentirse como en casa durante un límite breve de tiempo. Las botas de Nathan tomaban terreno hacia su presa con un cubo en la mano y un trapo en el interior del mismo, dejándolo a los tobillos de Sadie, quien tuvo que alzar la mirada si quería mantener un contacto visual directo.

⸺Tener a mujeres en cubierta da muy mala suerte. Vengo a poner las habladurías a prueba ⸺dijo Nathan, con el kohl de los ojos restregado⸺. Te encargarás del trabajo sucio: limpiar la mierda en la madera, desliar redes de pesca, barrer meados y vomiteras.

Sadie arrugó las facciones en su rostro a través de una mueca nauseabunda.

⸺Quita ese careto, deberías agradecerme que tienes un pequeño lugar aquí. Además, has quitado la faena de muchos.

Nathan se empujó hacia adelante y bajó el torso, acercándose a ella.

⸺Adelante, zorrita. Limpia mi barco y sólo tal vez pueda permitirte algún capricho.

Con el pie, empujó el trapo y Sadie lo prendió, mojándolo en el agua recién sacada del mar. Nathan se mordió el labio y se fue, desapareciendo de cubierta con la dicha de que ya iba domando a la escuálida fierecilla. En voz baja, Sadie murmuró insultos dedicados a él. Jamás fue una maleducada sin modales, ni tampoco una niña desagradable, pero la Sadie de entonces ya no estaba presente, había sucumbido con William hace un par de días. A dos manos y braceando sin conocimiento, frotó y frotó teniendo que aguantar las burlas más sexistas, machistas y abominables. Lo estaba haciendo mal, pésimo a decir verdad. Y cuando creyó que no podía pasar algo peor que ser observada por una turba de hombres enfermizos, uno osó bajarse los pantalones y los calzones, orinando cerca de donde Sadie limpiaba.

⸺¡Lava esto, muñeca! ⸺espetó el ingenioso, mostrando un miembro colgante e hinchado⸺.

La niña apartó la mirada, pensando un plan para ver cómo demonios se acercaba sin tener que ver esa cosa a la vez que limpiaba. Entonces, un grito masculino proveniente de la garganta de tal individuo, cortó la juerga al apreciar en sus genitales una mano cerrada que prensaba los testículos: Enbawa; su mejor salvador. Siguió apretando y no soltó hasta notar un suave "click" que indicaba una posible lesión testicular severa. Amenazó con romperle el miembro entero si él o cualquiera de los espectadores se arriesgaba a hacerle algo indebido, recordándoles que Sadie era propiedad de Nathan a menos que él dijera lo contrario. La niña se llenó de un rubor ardiente en las mejillas y orejas a consecuencia de la impotencia de tener un "dueño" que la dirigiera como a un títere con cuerdas invisibles puestas en cada extremidad. Sin mirar a Enbawa, continuó limpiando de tan mala gana, que acabó rayando la madera.

⸺Quieta ⸺ordenó Enbawa, agachándose⸺.

Sadie le obedeció al instante. A él sí le respetaba.

⸺Esto es como un cristal. Si presionas, se revienta o desmejora. Créeme que Nathan conoce cada detalle de este barco. Mira, se hace... ⸺Enbawa colocó la mano encima de la de Sadie y la ayudó a buscar los movimientos exactos⸺. Así. ¿Lo vas encajando? Al final es como un puzle.

Kielhalen: Dulce Venganza (La Esclava blanca 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora