Capítulo 43

894 166 143
                                    

Fuego

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Fuego. Es lo que sentí cuando nuestros labios se rozaron. Una combustión violenta, instantánea, en la que cada molécula de mi cuerpo comenzó a incendiarse.

Nahuel experimentaba lo mismo, podía sentirlo, pues su cuerpo ardía al contacto.

Si aquello no era química, no sé qué era.

La atmósfera comenzó a abrazarnos y la luz del febo crepuscular acompañó nuestro propio declive hacia el suelo, hacia un improvisado lecho de tela y hojarasca.

Sentí su cuerpo firme sobre el mío, cada corpúsculo de su piel rozándome en aquellos sitios donde la ropa no interfería. El cálido tacto de una de sus manos recorriendo la curvatura de mi pierna desnuda, pues el vestido se había levantado en la caída, mientras la otra se enredaba en mis cabellos, armando bucles con los dedos.

No podía pensar. El sentido de la razón, el juicio, me habían abandonado dando vía libre a los instintos.

Llevé mis manos hacia su espalda, levanté su remera y descubrí un sendero de piel tersa por donde mis yemas se deslizaron con ansias, al tiempo que mi lengua exploraba de forma minuciosa su boca, hambrienta, deseosa por extraer cada gota del elixir de sus besos, hasta la última pizca de la esencia de su tibio aliento.

Mordí sus labios y él dejó escapar un jadeo que logró estremecerme.

Sin quererlo, mis garras empezaron a brotar incrustándose en su espalda.

Otro jadeo. Ah...Su boca abandonó la mía súbitamente, resultando su ausencia casi dolorosa. Casi. En seguida sus labios se posaron en mi cuello, donde imprimieron besos húmedos y cándidos.

Quien gemía ahora era yo, y no podía detenerme, deseaba más de eso, lo deseaba a él, quería que...

—Mordéme—supliqué de forma inconsciente y fue entonces cuando lo sentí parar.

De manera brusca comenzó a apartarse. Se puso de pie y yo me incorporé observando cómo su cuerpo temblaba. Un fino vello de color caramelo cubría su cuerpo, pero poco a poco estaba desapareciendo, lo mismo que sus garras que se estaban retrayendo.

Lo último que alcancé a vislumbrar antes de que Nahuel pronunciara sus primeras palabras, fue una pequeña flama que se extinguía en sus pupilas dejando sus orbes de nuevo oscurecidos, como un manto de negra obsidiana.

—Perdóname Iru. Debés pensar que soy un monstruo. ¡Dios! No debí...—sus balbuceos acompañaban el frenético movimiento de sus manos, que buscaban ocultar su rostro.

Sin pensarlo me levanté de forma ágil y fui a su encuentro, ubicándome justo frente a él, a escasa distancia. Entonces, tomé sus manos y busqué sus ojos, frustrando sus intentos evasivos, obligándolo a mirarme.

—No sos un monstruo, sino un Lobizón...Igual que yo—confesé, transformándome parcialmente para que Nahuel pudiera ver mi verdadero ser.

La expresión absorta del moreno permaneció en su rostro unos momentos.

LobizonA #CheArgentinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora