—¿Y Alan?

—Vino a buscarme para que fuera a la quinta con él y con los demás —me explicó, bostezando—. Alguien de mis compañeros lo invitó a él y a algunos más de Quinto C y A, por eso le molesto que yo no fuera. Así que... Le dije que si le decía algo a alguien le cortaría las pelotas. Creo que lo entendió —añadió después, de mala gana.

Supuse que estaría todavía enojado con él por la intromisión y no hice preguntas. Me dediqué a mirar un punto fijo entre las almohadas durante largo rato, hasta que él se arrimó a mí, me abrazó y me acarició el cabello como si fuese una niña pequeña. Tuve ganas de llorar otra vez, pero ahogué todo en su cuello y cerré los ojos.

Todo daba vueltas dentro de mi y me pregunté qué haría con mi vida de ahora en más. Tenía demasiadas cosas que resolver y, más que nada, en vez de solucionarlas, quería rendirme. Por primera vez en todos esos meses, luchando por recuperarme, por volver a vivir, quería desaparecer, no hacer nada y escapar de todo tal y como había escapado de casa.

En algún punto, mientras la mañana pasaba, me di cuenta de que eso era como morir. Rendirse, escapar, olvidar, dejar de luchar, era como morir. Al menos así lo era para mí, porque eso significaría dejar de robar energía, quedarme atrapada para siempre en la tierra y perder todo por lo que había trabajado en ese tiempo: amigos, familia, Luca y un posible futuro.

El miedo a estar atrapada y a no tener nada quitó todas esas ganas de rendirme de mi cabeza. Me levanté de la cama, separándome cuidadosamente de Luca, que se había dormido hacía rato, y fui al baño.

Me miré en el espejo, mi tatuaje que se escapaba por la camiseta de fibrana blanca; era grande, geométrico y con un significado que yo misma desconocía. Lo había ocultado durante mucho tiempo, sin pensar que realmente tuviera una conexión con él, porque no había elegido hacérmelo como las personas que se tatuaban por propia voluntad, pero ahora sentía que era diferente.

Me quité la camiseta y le pasé los dedos por encima. Si bien siempre había marcado las diferencias entre la Serena anterior y yo, la actual, más me daba cuenta ahora al mirarlo que ese era un símbolo de lo que yo era en verdad. La Serena anterior ya no existía, la que quedaba era la que se reflejaba en el espejo y el tatuaje era parte de eso. Era mi marca, mi sentido. Toda yo, mi personalidad, mis actitudes y decisiones, estaba atada a ese dibujo.

Bajé la mirada y marqué el punto final del tatuaje con el dedo índice, que terminaba al finalizar mis costillas. No iba a ocultarlo más. Era parte de mí, no pensaba negar más mi naturaleza cuando no tenía porqué hacerlo. La escuela se terminaba, mis padres ya sabían todo y fingir que era una niña normal no tenía sentido.

Cuando alcé la cabeza y miré mis ojos azules, me sentí decidida a no simplemente remar contra la corriente, a intentar adaptarme a la Serena antigua, sino a mostrar que ya no era la misma.

Luca se levantó como a las dos de la tarde

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Luca se levantó como a las dos de la tarde. Yo me había quedado sentada en el sillón, en el piso de abajo, viendo la televisión, mucho más tranquila. Aún no pensaba volver a casa, pero al menos estaba más decidida a no llorar por eso.

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