Después de terminar las actividades en el liceo, Autsuki se marchó sin despedirse de nadie. Se fue a casa junto a su hermano, donde se sintió aliviada de presiones. Su casa era humilde, sin mucho para entretenerse, pero era lo que menos importaba.

A la mañana siguiente, en la escuela, todo estuvo fuera de lo normal, todas las jóvenes de la escuela estaban totalmente arregladas, con su imagen cuidada lo mejor posible, todo ello por el chico nuevo, incluso al entrar al aula de clases, las amigas de Autsuki se colocaron en los asientos traseros, sabiendo que Autsuki siempre solía escoger los asientos delanteros y como si las cosas no pudieran empeorar más, el popular Ruske casualmente tenía las mismas preferencias por lo que quedó justo a su lado, era lo último que ella quería que sucediera. Además de estar totalmente sola, esa compañía era lo último que podía disfrutar, pues el joven era tan extraño que no lo podía percibir normal.

Ninguna chica se le había acercado hasta los momentos, debido a su fría personalidad, lo cual resultaba bastante extraño, ya que normalmente los niños atractivos, solían ser populares y muy abiertos a los demás. Pero en el caso de Ruske era algo diferente, era muy cerrado y misterioso.

Al tercer día de clases, Ruske se había hecho famoso de la noche a la mañana pues no había nadie en el colegio que no hablara de él, especialmente porque está vez cargaba un pequeño libro de cuero negro y todo el mundo se preguntaba ¿Qué era lo que leía?

Todo resultaba cada vez más extraño para Autsuki, y a la hora de entrar al salón de clases, sin decir nada, Ruske se sentó en su mesa y permaneció estático y mirando el pizarrón, fue en fracciones de segundos que ambos hicieron contacto visual y a los segundos, la mente de Autsuki comenzó a ver distintas imágenes de ambientes que nunca creyó ver, pasaban tan rápido que no pudo precisar ninguna, y al acabarse todas, su mente quedó en blanco y empezó a sentir mareos. La cara se le había puesto pálida y comenzó a ver las cosas girar, se colocó en posición de descanso con la mejilla puesta en la mesa de madera. Volvió hacia Ruske y este estaba en la misma posición que ella, con el rostro oculto. Autsuki no entendía lo que pasaba, y a los minutos, su corazón comenzó a latir fuertemente, justo en el instante que el mareo se le quitó. Alzó la cabeza y miró a la profesora que revisaba los cuadernos preparándose para irse. No podía explicarse absolutamente nada.

Esa noche, Autsuki despertó con un sueño reciente en su cabeza. Soñó que simpáticos y encantadores hombres habían llegado a su escuela y comenzaron a supervisar el lugar, provocando interés y admiración por donde pisaban. El despertador no había sonado y faltaban cinco para las cinco de la mañana, pero la joven ya no tenía más sueño, quedando tendida de lado pensando en diversas cosas. También se preguntaba por el motivo de la llegada de ese chico tan extraño y diferente.

Una vez más, a las seis de la mañana debía alistarse para marcharse a la escuela, a pesar que las cosas parecían cada vez más extrañas, pero Autsuki seguía ignorando todo. No quería saber nada de lo que estaba sucediendo. Pensó en ese extraño sueño que había tenido antes de despertar, lo presentía cerca, sabía que algo iba a pasar y que la llegada de Ruske no era simple coincidencia. No sabía por qué sentía todo eso, y es que siempre podía pensar en cosas irrelevantes que al final terminaban sucediendo sin saber por qué las presentía.

La hora de descanso era un completo caos, todo el mundo posaba sus ojos en el chico nuevo, como si se tratara de un artista famoso o de revista, pues Ruske parecía sacado de una película, era realmente raro y de físico fantástico. Sus cabellos eran un poco puntiagudos y terminaban en su nuca, pareciendo artificial de lo perfecto que se veía, además de los flequillos negros que caían en su frente. Pero eso a Autsuki no le importaba, pensaba que tal vez podría ser una forma de engañar u ocultar algo, simplemente no podía dejar presentir todo muy extraño.

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