Capítulo 2

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Adoro las vacaciones. Me levanto a la hora que yo quiero, hago lo que yo quiero y paso todo el tiempo que quiero con Catherine. De hecho, esa última es la más concurrida.

Todo el día estoy con Catherine. Ella es mi mejor amiga desde que tengo memoria, pues mi madre y la suya eran buenas amigas. Muchas veces, por el verano, salgo con su familia a la playa, y lo mejor es que, a excepción de su madre, éramos las únicas chicas en la preciosa casa junto a la playa, propiedad de su familia, pues Catherine era la única chica entre los cuatro primogénitos, todos hombres. Sin embargo, ese año aquello no fue posible por el trabajo de su padre, pero eso no impediría que nos la pasáramos genial ese verano.

Esa mañana, me levanté a las once de la mañanha, y arrastrándome fuera de la cama, llena de pereza, fui al baño a darme una ducha. Traté de ser lo más silenciosa posible pues no tenía ganas de que Carla me anduviera calentando el agua cual una madre lo hace con su hija de tres años.

Me vestí rápidamente con una blusa de manga corta y pantalones de mezclilla ajustados que me llegaban hasta la pantorrilla. Tomé la maleta negra, que estaba tirada en una esquina de mi habitación, y decidí no escapar por primera vez en la semana. Bajé por las escaleras, crucé la cocina y tomé una manzana de un canasto con frutas. Salí por la puerta trasera, avancé por el jardín hasta el garaje, donde se encontraba el chofer dentro del automóvil color negro. Entré por el asiento trasero después de tocar un par de veces la ventanilla junto al asiento del piloto y le indiqué que me llevara a casa de Catherine, dirección que el hombre sabía perfectamente, mientras le daba grandes mordidas a la fruta que llevaba en la mano.

Catherine vive en una gran casa dentro de un complejo con club de golf, gimnasio, canchas del deporte que se te ocurra y mil comodidades ridículas más. Su casa pertenece a un juego de al menos 20 idénticas, que rodean un precioso lago de agua tan cristalina que es casi increíble que sea natural.

Le agradecí al chofer por llevarme, baje del auto cargando mi maleta y fui al porche. Toqué el timbre con un código para que Catherine y su familia supieran que había llegado. Un toque largo, un corto, dos largos y dos cortos más.

La puerta se abrió inmediatamente, y Catherine tomó de mi brazo, jalándome dentro y arrastrándome hasta la cocina. Toda su familia se encontraba reunida y desayunando panqueques de mora azul.  Carter, Connor y Callum, de 18, 14 y 10 años respectivamente, me saludaron con un gesto un tanto amable.

Una de las cosas más graciosas de la familia de Catherine es que todos son iguales: hermoso cabello rubio, ojos grandes y azules y rasgos finos y con belleza. En mi propio criterio, la más linda era Catherine. Alta, delgada, de buen cuerpo y de brillante cabello lacio.

Catherine me empujó hacia una silla vacía para comer panqueques, aunque no debíaprobar nada pues me dirigía al entrenamiento de natación al que Catherine me acompañaría. Ella no nataba, pero aprovechaba para ver chicos lindos.

Aunque no tomé nada, esperé sentada a que todos terminaran de desayunar. Me levanté junto con Catherine y subimos a su automóvil, un deportivo rojo precioso y además su poseción más preciada. Me senté en el asiento del copiloto y dejé que Catherine condujera a la velocidad que se le antojara, por mucho miedo que me diera aquello. Ya estaba cansada de repetir que no condujera de forma tan rápida, pues lo hacía de forma espantosa. Permití que pusiera la radio a un volúmken nensorecedor y cerré los ojos.

Al llegar a la piscina pública, que de lunes a miércoles era utilizada para entrenamientos, ya habia comenzado el entrenamiento. El entrenador Miller, un hombre corpulento y de casi dos metros de altura, me dedicó una mirada furiosa y señaló a los vestidores. No lo dudé dos veces, corrí a los vestidores mientras Catherine se colocaba unas gafas de sol sobre los ojos y se sentaba en las gradas, a "disfrutar la vista", como ella solía decirle.

Rápidamente, me cambié a mi traje de baño y me coloqué la gorra plástica, acomodando mi alborotado cabello ondulado dentro de esta pequeña pieza de plástico. Por último, tomé mis goggles, para poder ver por debajo del agua, y una toalla blanca.

Al salir, lancé mi maleta al lado de Catherine, quien ni siquera se percató de mi brusco movimiento. Me dirigí a los bancos, nombre de aquellas estructuras metálicas para echarse un clavado antes de entrar al agua a nadar.


El entrenador mencionó apelliudos para asignar los bancos, y a mí me tocó el quinto. Subí a la plataforma inclinada con cuidado para no resbabar. Me coloqué los goggles sobre los ojos y esperé al chillido agudo del silbato para comenzar a nadar.

Cuando escuché el pitido, salté y caí al agua helada como si fuera una flecha. Ignoré la temperatura del agua y disfruté el contacto de este con mi piel. La natación era de la pocas cosas que me hacían feliz, que relamente me importaban y que logró distraerme desde la muerte de mis padres.

Todo iba bien. Nadaba con tranquilidad, brazeando con fuerza y pataleando en el agua con rapidez. Hasta que algo me frenó. Comencé a enredarme, y la incertidumbre me llenó hasta que me di cuenta que lo que me retenía era el plástico con el que cubren las piscinas por las noches. Alguien no lo había retirado correctamente, y ahora me tenía atrapada.

Movía los brzos y las piernas para salvarme, pero lo único que lograba era enredarme más. No podía gritar aunque lo quisiera, pues me quedaría sin aire más rápidamente. Comencé a oir gritos afuera del agua. Necesitaba respirar o todo se acabaría.

De pronto, todo se tornó negro.

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⏰ Last updated: Jul 26, 2015 ⏰

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Chico de Fuego (En Edición)Where stories live. Discover now