Parte 8

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VIII

Antes

La profesora Andersson no oculta su entusiasmo ante la propuesta de Ian de implementar sus ciudades subterráneas con la luminiscencia de los corales investigados por Lotta. Cree que juntos forman un tándem interesante y que su proyecto podría pasar al siguiente nivel de investigación, en donde académicos de renombre se unirían a evaluar las premisas, ofreciendo un juicio sobre su viabilidad.

―¿Lo cree en serio? ―pregunta Lotta, incrédula.

―Claro. ¿Qué te hace pensar lo contrario? Si la investigación continua adelante, es bastante probable que algunas eminencias quieran unirse y liderar el proyecto. Y podéis contar conmigo, porque seré la primera en ofrecer una valoración positiva en cuanto a vuestra capacidad resolutiva para que seáis parte activa del equipo de trabajo en cada uno de los pasos que se den a partir de entonces.

―Estamos hablando de algo muy importante...

Ian parece algo abrumado por el peso de la responsabilidad cuando la profesora Andersson les anima a no perder más el tiempo con ella y a continuar trabajando tan bien como hasta ahora.

―¿Te das cuenta de que te renovarían el visado si la profesora te pone buena nota?

Por supuesto que se da cuenta. Lo tiene en la cabeza todos los días al irse a dormir, cuando no puede evitar pensar que su suerte puede terminarse en cuanto la llegada de la primavera coincida con el final del último semestre.

Lotta, ajena a las cavilaciones de su amigo, vive con entusiasmo las semanas posteriores. Se levanta, sigue el programa nutricional que marca Cyhi y trabaja en el proyecto. En ocasiones, su enfermedad la obliga a pasar el día en la cama, con las luces apagadas, huyendo de la luz. Entonces Lotta siempre recurre a su hermana Sanna, que la llama e intenta cuidar de ella aunque se encuentren separadas.

―Siento mucho que Stefan se haya portado mal contigo, Lotta.

―No importa ―miente ella, porque le preocupa más la felicidad de su hermana que otra cosa.

―Es un idiota. Le he dicho que tienes razón en cuanto al tema del contrabando. Es ilegal...

―No es cosa mía, Sanna ―susurra Lotta, que no tiene ganas de hablar del tema pues la cabeza le duele por culpa de una exposición prolongada a la luz intensa―. Pero podéis meteros en problemas.

―Lo sé... Por eso le he dicho que no es buena idea lo de vivir juntos. Al menos, no todavía.

Lotta se alegra. Eso significa que podrá ir a su casa sin tener que aguantar las ideas existencialistas de su cuñado, propias de gente corta de miras.

―¿Vendrás el fin de semana? Podemos ir a patinar a la pista de hielo.

Lotta sonríe. Le parece una idea estupenda. Se arropa con el edredón y deja que el sueño la venza, después de despedirse.

Lotta patina y trabaja con Ian. Lotta va al cine con Julie, toma desayunos de bollitos de canela con Ian y se ríe cuando Cyhi le avisa de que ha ingerido demasiado azúcar. Lotta lee y halla maneras de mejorar los diseños de Ian. Los meses pasan rápido y la amistad crece. Incluso se ha acostumbrado al acento melódico del chico que hace que cada palabra suene como si estuviera danzando.

El invierno pasa y la nieve comienza a deshacerse. Es el momento más intenso del curso porque los exámenes están cerca. Los profesores tienen en cuenta las competencias de los alumnos más allá de las notas que saquen en ellos, pero suspender no es una opción para Lotta. Mucho menos para Ian. En unos días, su proyecto de reimaginación subterránea será analizado por los mejores docentes de Lund. Su destino está en sus manos.

Por eso, en el momento en el que recibe la carta del Ministerio de Extranjería, Ian entra en pánico.

Primero, sus ojos nerviosos la leen sin que su cerebro llegue a procesar la información. Después, se tumba en la cama y mira a su alrededor. Tiene una Unidad de Creación de Proteínas de Transición para él solo, como casi todos los habitantes del país. El Gobierno se ha ocupado de que esas máquinas parecidas a las neveras tengan un coste asequible como para que cualquier ciudadano medio pueda adquirir una. También tiene diversas extensiones personales verdaderamente útiles, como la pulsera multiestacional, que mide sus niveles hormonales, el azúcar en sangre y otros parámetros relacionados con la salud a través del sensor epitelial que le colocaron en septiembre, nada más llegar a la Universidad. Sabe que la polución, los cortes de luz y el agua no potable son la constante en su ciudad natal y no quiere volver. Pero la orden es clara:

«Inmediatamente deportado».

Coge el teléfono y marca, porque no es capaz de realizar una vídeo llamada para poner sobre aviso a Lotta. No podría ni mirarla a la cara.

―¿Ian? ¿Qué tal? Te estoy esperando en la cafetería.

―Ha surgido un asunto importante y he de volver a mi país ―miente. Porque Ian es incapaz de confesar qué hizo mal en el pasado.

―¿Cómo? ¿Y no puede esperar hasta que presentemos el proyecto? No puedo hacerlo sin ti.

Ian lo sabe, y le duele fallarle a Lotta. Ella siempre ha sido amistosa con él. Incluso, cuando apenas se conocían, le explicó cómo funcionaban las cosas en Lund y le regaló su primera taza reutilizable. La conserva como si fuera un tesoro. Pero no puede oponer resistencia a un mandato judicial.

―Lo siento, Lotta...

Cuelga. Es incapaz de mentirle más, así que desconecta el teléfono y se dispone a hacer su maleta para regresar al lugar de donde no debió salir.


Reimagina (Completa)Where stories live. Discover now