Capítulo 1

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Caminaba solitaria por la calle. Las grandes gotas de lluvia manchaban el pavimento y empapaban la enorme gabardina que traía puesta de forma que sentía el peso de la tela que me arrastraba hacia abajo. Tenía que tallarme el rostro constantemente para quitarme las gotas de la frente y las mejillas, así las gotas no nublarían mi vista.

Llegué al enorme portón de metal pintado con pintura negra brillante, con grecas como pequepñas flores formadas con el mismo metal. Mi primer instinto fue acercarme a la entrada y empujar el portón, pero al ver que este no abría, caminé irritada a la caseta.

—¡Soy yo!— Toqué dos veces la puerta con los nudillos y el portón se abrió automáticamente. Entré a la propiedad Colombo, avanzando por el sendero de piedras enormes que me llevaron directamente al gigante porche. Me acerqué a la gran puerta de madera blanca y  toqué un par de veces con fuerza, golpeando la madera con una manija dorada que sostenía una cabeza de león del mismo color. No pasó ni un minuto cuando la puerta se abrió.

—¡Fia!— exclamó furiosa una mujer canosa al abrir la puerta, quien me tomó por la manga de la gabardina y me jaló con brusquedad hacia dentro. Los tacones altos de mis zapatillas resonaron contra el suelo de mármol del recibidor cuando estaba a punto de caer a causa del jalón.— ¿Dónde diablos estabas?

—¡Judith!— traté de imitar el tono de voz de la mujer.— Tranquila, estaba con Catherine.

—No tenías por qué escaparte de esa forma— sin avisar, Judith comenzó a quitarme la gabardina y se apresuró a colgarla en un perchero antes de darme la oportunidad de escapar a mi habitación—. Ni siquiera contestabas el teléfono.

—Lo dejé en mi habitación— mentí y apoyé mi mano en su hombro para quitarme los zapatos y dejarlos tirados a mi lado—. Deja de regañarme tanto.

—¡Carla!— gritó Judith y en nada de tiempo llegó una muchacha claramente más joven, con apariencia nerviosa y rostro asustadizo.— Prepárle la tina a Fia.

Carla se apresuró al cuarto de baño de la planta alta y yo la seguí de mala gana, subiendo las escaleras de puntillas y con ridículos saltitos para no dejar un rastro de agua a mis espaldas, pues según Judith eso dañaba el suelo.

El cuarto de baño en donde normalmente me duchaba estaba conectado a mi habitación y a un gran vestidor, así que pasé a este último por mi pijama. Regresé al baño y Carla estaba inclinada hacia la tina.

—Ya está, señorita Fia— dijo con timidez alejándose de la bañera con una sonrisa amable—. Si necesita algo más llámeme.

Cuando salió del cuarto, me quité la ropa y temblé al percatarme de la sensación del frío de mi piel y el calor de la habitación. Me apuré a entrar al agua y me sentñe en la bañera, enjábonando mi pálida piel y mi oscuro cabello.

Verás, cuando tenía catorce años mis padres fallecieron en un viaje de negocios. Nunca se encontraron los cadáveres. Así heredé la fortuna de la familia Colombo, proveniente de Italia. Sin hermanos y con todo a mi alcance, ¿qué esperaban todos que fuera a hacer a los diecisiete años?

Muchas veces escapo de casa, la mayoría de las veces sin chofer, cosa en que Judith insistió en contratar. Todos están esperando a que, saliendo de la universidad, dirija la empresa de mi padre, que por ahora está en manos de unos de sus socios. Sin embargo, yo no quiero eso. Serviré para muchas cosas, pero menos para los negocios.

Salí del cuarto de baño con mi pijama y el cabello húmedo envuelto en una toalla sobre mi cabeza. Bajé a la cocina, donde una tazaq de chocolate caliente y una canasta repleta de pan dulce ya me esperaba. Judith no paraba de observarme con reencor, y yo no hacía más que darle pequeñas mordidas a una gran variedad de panes. Cuando terminé con la canasta de alimentos y dejé todo a mi alrededor esparcido con migajas, le di las buenas noches a todos los trabajadores de la casa y subí a mi habitación a dormir.

Al estar en mi habitación, me envolví en las suaves sábanas y me acurruqué abrazando una esponjosa almohada. Cerré los ojos tratando de dormir, pero al final, después de unos diez minutos, me harté y me destapé con una patada al aire. Las sábanas cayeron al suelo, y retorcí la almohada y me acosté boca abajo, aún sin éxito de caer dormida.

Lo único que odio del verano es el sofocante calor. Estaba tan abochornada que me terminé levantando a encender el aire acondicionado, pero al mover  unos botones me di cuenta que no funcionaba. Solté un bufido y cuando pensé en pedir agua con hielos, algo me detuvo y giré la cabeza hacia el balcón.

Algo me atraía a él, así que avancé hasta este, cuyo barandal de piedra pulida era tan amplio como para poder sentarme sobre él. Ante mí había una vista preciosa que rara vez disfutaba. Normalmente usaba el barandal para escapar de casa (técnicamente todos los días), pero era raro que lo usara para descanzar y tomar aire fresco.

Afuera de mi habitación hacía menos calor por las corrientes de aire helado provenientes del bosque, y mi extraña lógica me dictó que sería más probable que se me enfriaran los pies sentándome en el barandal. Aunque también era probable que Judith me gritara desde abajo y me amenazara de muerte.

Así que me senté y no recibí ni más aire frío ni una ronda de gritos. En cambio, recibí la vista del bosque, que se extendía hacia el horizonte, de un color verde encantador y adorablemente frondoso. Sentí tanta cercanía a este que casi olvidé que lo único que nos separaba era la reja de metal, suficientemente altqa para no recibir la desagradable visita de venados y ladrones.

Algo me llamaba a ir hacia el bosque, como si estuviera hipnotizada. No podía dejar de verlo. Pero todo se tornó aterrador cuando divisñe una luz nanaranjada en medio del bosque. ¿Una luz?

No, fuego.

El mpánico me consumió y fue como si hubiera recibido un golpe bajo. Caí de espaldas y golpeé el duro suelo de piedra. Me levanté rápidamente, y cuando estuve a punto de entrar a advertir sobre el incendio, pero me detuve en seco y giré la cabeza para ver el fuego. Me di cuenta que no se propagaba.

Me tomé por el barandal de la terraza y me incliné hacia adelante, resistiñendome a la gravedad, que me empujaba hacia abajo. Era de lo más extraño que el fuego no se propagaba, ¿qué eso no es común en los incendios forestales?

Era como si aquello fuera una amplia hogara, pues no tocaba nada a pesar de estar rodeado completamente por árboles. Estaba bastante confundida, pero sin más, me fui tambaleándome de miedo hacia la cama y me tumbé ahí, quedándoe en silencio, abrazando mi almohada y titiritando.

Ya no tenía calor, me había helado de miedo. Pero al menos estaba segura de algo.

Iría al bosque la noche siguiente.




Chico de Fuego (En Edición)Where stories live. Discover now