—Sí, yo también, no me había dado cuenta —le dijo Flor—. Yo ya me siento medio rara, se me mueve todo un poco y tengo el estómago revuelto.

—Sos como el pajarito, ¿viste? Ahora traigo unas mantas —le dijo el Buda y se fue para el dormitorio. Enseguida volvió con dos mantas de polar, una violeta y una gris. Le dio la violeta a Flor.

—Ay, que suavecito —le dijo Flor, mientras se la pasaba por la mejilla—, me encanta.

—¿Viste lo que es?, es una locura. Tengo un frío polar yo, como la manta —le dijo riéndose y se tapó.

—Yo también, aunque ahora estoy un poco mejor.

—Qué linda música, ¿qué es?

—El disco se llama Música para aquietar la mente, de Eckhart Tolle. El tema se llama... a ver, espera que me fijo —le dijo Flor—. Uh, se me re complica leer, se me mueve toda la pantalla. Esperá —le dijo y alejó un poco el celular—. Escuchá: 'Umbral entre mundos', nada es casual, ¿no? A veces pienso que no decidimos nada —le dijo entre risas.

—Me encanta, es muy angelical. Ekchart Tolle me suena, ¿quién es?

—Es escritor. Súper conocido, es el de 'El poder del ahora'.

—¿Lo leíste?

—Sí, deberías leerlo, te va a gustar. El tipo cuenta que un día tuvo una epifanía, que se dio cuenta que dentro de su cabeza había una voz que le hablaba todo el tiempo, y entonces se preguntó: si hay una voz que me habla todo el tiempo, ¿quién es el que escucha?, ¿cuál de los dos es el verdadero Yo?, ¿el que habla o el que escucha?

—Zarpado. Claro, nosotros tenemos como lo más normal del mundo que haya una voz dentro nuestro con la que hablamos todo el día, ¿no?

—Si te lo ponés a pensar, es de locos. Entonces el tipo entendió que esa voz es la voz de la mente y llega a la conclusión de que en realidad nosotros no somos nuestra mente, pero que todo el tiempo pensamos que somos esa voz, ¿entendés? Y dice que si prestás atención a esa voz, está todo el tiempo juzgando, comparando, haciéndote creer que siempre necesitas más no importa cuanto tengas —El Buda asintió con la cabeza—, y que si empezás a distinguir esa voz te empezás a liberar de ella de algún modo.

—Puesto así pareciera que la mente es algo perverso. Con la meditación yo trato de aquietarla, pero nunca la vi como una enemiga o como la portadora de esa voz.

—¿Vos viste Terminator? —le preguntó Flor.

—Sí, obvio —respondió el Buda, sorprendido—, pero hasta la dos nomás... Quiero ver como metés Terminator en esta charla.

—Está bien que no hayas visto las demás, no valen la pena, con la uno alcanza igual para esto, aunque la dos es la mejor, la que tiene el tema de los Guns. Ahora vas a ver como engancha con esto. ¿Viste que los Terminators habían sido creados para servir al hombre, pero después toman el control y se pudre todo no?

—Sí, ¿entonces...?

—Bueno con la mente pasa lo mismo. La mente debería estar para servirnos, una herramienta, como una computadora. Pero es tan sofisticada y astuta que nos terminó dominando y nos somete a su voluntad sin que nos demos cuenta. Hay una peli basada en un libro de la mina de la saga de Crepúsculo que se llama 'The Host', en el que la autora muestra esto pero de una manera más Hollywoodense, como que se nos metieron unos aliens en la cabeza que son esa voz y nos manejan. La peli es mala, no la veas —El Buda abrió grandes los ojos—. Entonces —siguió Flor—, el tipo del libro habla también entre otras cosas que la mente te hace vivir todo el tiempo entre el pasado y el futuro, y en la medida que te hagas consciente de eso, empezás a estar más en el momento presente, más tranquilo, sin tanta ansiedad. Es muy bueno, te lo voy a regalar para que lo leas.

—Dale, gracias —le dijo el Buda—, y esperá, ¿qué tiene que ver el tipo y el libro con la música que estamos escuchando?

—Nada, hizo una recopilación de música tranqui y le puso 'Música para aquietar la mente' con su nombre. Se ve que tenía que pagar la matrícula de la facultad de sus hijos y se le ocurrió hacer eso —dijo Flor y los dos se rieron.

—Se me cierran los ojos —le dijo el Buda—, los voy a cerrar un rato. Cualquier cosa me avisas, ¿sí?

—Dale. Yo también voy a cerrarlos. Me siento medio flojita —le dijo Flor, y se quedaron en penumbras escuchando música.

La ingravidez se fue apoderando de a poco del cuerpo del Buda, al punto tal de no registrar ningún contacto con el sillón en donde estaba sentado. Flotaba como un astronauta en el espacio. La sensación de bienestar y calidez lo remontaron al útero materno. La oscuridad era total, salvo por dos entradas de luz que él reconoció como sus ojos vistos desde su interior. 'Cuanto espacio que hay acá adentro', reflexionó. 'Pensar que del otro lado se desarrolla toda mi vida y acá hay todo un mundo de paz y tranquilidad. Debería venir más seguido', y quedó flotando en medio de la inmensidad de su ser, sin nada que hacer, sin nada en que pensar, disfrutando de su existencia.

Flor, con los ojos cerrados, empezó a reconocer que unas voces le hablaban. No eran ni masculinas ni femeninas; ni jóvenes ni ancianas; ni graves ni agudas. Eran unas voces de infinita dulzura que le decían: 'queremos mostrarte algo, pero para eso necesitamos de tu consentimiento para que abandones el cuerpo por un momento'. Flor les respondió con el pensamiento que sentía temor por su bienestar físico y les preguntó si eran buenos. Pensó que podría ser como en las películas en que los policías están obligados a responder si se les pregunta por su identidad, que existiría algún código de ética universal. 'Tu cuerpo físico no corre ningún peligro y solo van a ser unos instantes en la manera que ustedes conciben el tiempo' —le respondieron—. 'Nosotros somos seres de amor y no tenés nada que temer'. 'Siendo así, tienen mi consentimiento' —les respondió Flor—, y en un instante se encontró flotando en el vacío del espacio. Una pincelada salpicó la espesa negrura con puntos de brillantes colores que se fueron acercando hasta transformarse en millones de galaxias. La visión era de un realismo contundente y se iba desplazando de un lugar a otro solo con su intención. Formaban nubes de colores violáceos y anaranjados. Hacerse consciente de su lugar en toda esa inmensidad le dio una perspectiva que hizo que sus preocupaciones y temores se desvanezcan. El sentimiento de agradecimiento de Flor fue infinito, como el espacio que la rodeaba. Su cuerpo, a distancias siderales de donde ella se encontraba derramó un par de lágrimas. Le preguntó a las voces si había algo que ella pudiera hacer como retribución.

—¡Sí! —respondieron— El amor son los ladrillos con los que está construido el universo, y cada vez que experimentes amor, estarás ayudando a expandir sus fronteras —le dijeron.

—¿Ustedes quiénes son? —les preguntó Flor.

—Nosotros somos Los Señores —respondieron.

—¿Los Señores de qué? —volvió a preguntar.

—¡Los Señores! —respondieron ellos y la visión del universo se fue desvaneciendo mientras Flor recobraba la sensaciones físicas. Movió primero los dedos del pie y después los de la mano. Se quedó unos segundos más con los ojos cerrados escuchando la música que sonaba a su alrededor y después de unos minutos finalmente los abrió.

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