—Claro que no, Kate. No tenemos 5 años— sonrió— Pero la verdad es que no. No hay nadie que me guste en este momento— contesto con total sinceridad— ¿Y a ti?

—A mi tampoco— volví a mentir, un poco defraudada de algo que ya sabia. Justo en ese momento timbro mi teléfono. Me sentí salvada y conteste sin importarme quien era— Hola Carl— agradecí en el fondo su llamado.

—Hola ¿Qué tal Kate? ¿Qué estas haciendo? — preguntó.

—Estoy comprando algunos materiales para las clases de cerámica.

—¿Haces cerámica? No lo sabia.

—Yo tampoco.

—¿Que?

—¿Que? — repetí su pregunta.

—Estas rara. ¿Te sientes bien? — volvió a indagar confuso ante la incomprensible conversación.

—Si, si— respondí adelantándome a Alan para que no escuchase de lo que hablábamos, aunque el parecía totalmente desinteresado en nuestra charla. Pude comprobarlo al ver que no paraba de buscar lo que veníamos a comprar— Bueno, no. La verdad es que un poco no— corregí en mi respuesta anterior.

—¿Necesitas ayuda?

Quien iba a pensar que aquellas clases que eran una escapatoria a él me iban a terminar llevando a rogarle que me salvase de la única persona de la que nunca jamás huiría— ¿Si?

Escuché su risa a través de la línea— Estas muy extraña hoy. Iré a buscarte a ver si te falta azúcar. Dime en donde te encuentras.

—Estoy cerca de mi universidad, en una tienda de materiales artísticos que se llama 'La Casa de los Pinceles'.

—Vale, llego en un momento— terminó la llamada de inmediato. Un par de minutos después, no mas de 10, llego a la tienda. Yo había salido del establecimiento al terminar mis compras, pero Alan seguía adentro buscando cosas que le llamaban la atención. Siempre era igual cada vez que íbamos a algún lugar artes.

—¿Qué haces aquí? — Le pregunté sorprendida. No podía creer que en tan poco tiempo estuviese allí.

—¿No me pediste que viniese?

—Si, pero... No esperaba que llegarías tan pronto. ¿Cómo es que estas aquí en apenas un par de minutos?

—Tu padre me dijo que estabas en la universidad. Pensé en sorprenderte, pero teniendo en cuenta que estabas aquí, he tenido que salir del campus de economía para buscar de nuevo el coche y venir a recogerte. Quiero llevarte a una cita.

Alan apareció detrás de nosotros, acababa de pagar sus implementos y traía con él una bolsa inmensa— ¿Lautner? Que sorpresa— sonrió y se acerco a nosotros para saludar al recién llegado.

—¿Qué tal Brown?

—Genial. ¿Vienes a buscar a Kate para una cita?

—Exactamente, amigo— sonríe Carl con  su cara amabilidad y me siento retorcer las tripas ante la situación— ¿Te importa si me la llevo conmigo?

—Que va. Siempre y cuando a ella quiera.

Agotada me despedí de mi amigo y subí en el coche. Estaba en blanco después de la ultima hora. Me abroché el cinturón y me ahorré cualquier charla con Lautner hasta que llegamos a la pastelería a la que fuimos la ultima vez. —Tienes mala pinta ¿Peleaste con Alan?

—¿Que? — le mire confundida. recibiendo su pregunta un segundo después— Ah, no. Que va. Jamás.

—¿Entonces? ¿Por qué luces tan agotada?

—Cosas de la vida Lautner, cosas de la vida.

—¡Vamos! ¿Enserio no me lo vas a contar?

—No me gusta darle armas al enemigo— agarré la carta y comencé a buscar que comer. Tal y como él había dicho necesitaba una carga extra de azúcar en el cuerpo para animarme— ¿No vas a parar de mirarme insistentemente?

—No hasta que me cuentes que sucedió— dijo, inclinándose sobre la mesa con los codos apoyados en ella y su cara sobre sus manos.

—Me rechazo indirectamente. ¿Contento? — respondí sintiendo como se me aflojaba la garganta contra mi voluntad.  Parecía arrepentido de preguntar con tal insistencia.

—Lo siento. 

—No pasa nada.

—¡No! Digo, que lo siento por él ¿Acaso esta ciego? ¿Cómo puede alguien ser capaz de rechazarte? — me sonríe.

—Ahórrate los cumplidos Lautner, no estoy de animo para bromas.

—No bromeo— me tomo de las manos— Pobre alma descarriada, pobre cabra loca— dijo pesaroso y no puedo evitar reírme de su actuación. Me vuelve a sonreír y me da un ligero beso sobre la mano derecha. Siento como se me acelera el pulso y se me enrojecen las mejillas. Me suelto del agarre— ¿Ya sabes que vas a pedir?

—Si— digo, aclarando la garganta para recobrar la compostura— un trozo de esponjoso de chocolate.

—Como ordene la princesa.

Estamos ComprometidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora