15. Todo fue historia

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—¡Es que yo no le hice nada! —juré—. Ella solo se ha dedicado a molestarme. ¡Sí, me intentaron violar, o me violaron, no lo sé! —grité, tapándome la cara otra vez—. No sé nada. Pero estaba bien antes de que ella empezara a molestarme.

—No te va a molestar más —prometió la directora—. Ni ella ni los demás alumnos.

Bajé las manos y la miré, bien alterada.

—No va a decirle esto a nadie, ¿o sí?

—No —me tranquilizó, alzando las manos—. No vamos a decirle a nadie. Ni Nora ni los demás alumnos te van a molestar más, sí. Pero quiero que me prometas una cosa —Me mantuve callada, a la expectativa. No sabía qué demonios iba a soltar y en qué iba a comprometerme. Ya solo me quería ir de allí y por un lado estaba dispuesta a prometer cualquier cosa con tal de largarme—. Vas a aceptar recibir un tratamiento psicológico.

Pensé que debía de haberlo supuesto. Mamá había ido a buscar secuaces a la escuela. Me quedé callada tratando de no soltar algún insulto grave o ponerme a revolear cosas porque más que a un psicólogo, me enviarían a un psiquiatra. Con internación.

Las profesoras esperaron, pero cuando vieron que yo no respondía, empezaron a enumerar porqué era bueno que hiciera eso. Que era lo mejor para mí después de lo horrible que la había pasado. Que no era bueno guardarse esas cosas, que era mejor poder desahogarse. Que era muy joven, que no tenía porqué pasar por todo eso sola. Que los psicólogos no eran malos, que esto, que lo otro.

Ya me sabía el discurso; ya sabía incluso qué tenía ganas de contestar. También sabía que, si decía que sí, me dejarían en paz. Pero también, en ese momento, me di cuenta de que si decía que sí tendría su apoyo, su contención, su vigilia. Estarían de mi lado, me protegerían de Nora.

—Si no, Serena —estaba diciendo la directora para aquel momento de mi epifanía—, lo mejor va a ser que durante un tiempo no vengas a clase. Y esto es algo que he llegado a hablar con tu mamá. Ninguna de las dos quiere que lleguemos a ese extremo, porque es quitarte de tu normalidad, de algo que mantiene tus días ocupados. Pero si no estás dispuesta a llevar un tratamiento, en las circunstancias actuales con el problema con Nora y tus compañeros, pensamos que será peor para tu bienestar.

Fruncí el ceño. Me limpié las lágrimas y traté de ponerme seria y menos sentimental. Muy rápido nos estábamos yendo para un sitio que no quería. Odiaba a Nora, bastante, pero no lo bastante como para perder el colegio. Bien podría estar tranquila sin ella a mi alrededor, pero la escuela era lo único normal que me quedaba. Mi amigas y Luca me esperaban todos los días, eran mi única fuente de alegría.

—No quiero dejar el colegio —contesté—. No quiero llorar en casa.

La preceptora me frotó el brazo.

—Todos queremos que estés bien y que vuelvas a ser la de antes. Que salgas adelante y por supuesto que no dejes la escuela —me dijo, con sinceridad—. Pero tampoco queremos forzarte.

Sorbí por la nariz y volví a limpiarme la cara.

—Voy a hacer un tratamiento —acepté, con desgano—. No quiero dejar la escuela.

La directora me sonrió.

—Serena, es lo que necesitas, y vas a tener el apoyo de todos. De tus docentes, de tus compañeros, de tu familia.

—De mis compañeros, no creo —susurré—. Me odian gracias a Nora.

—Vamos a trabajar en eso mientras tu trabajas en salir adelante —me prometió—. Pero, en cualquier caso, si es necesario que te tomes un receso y el psicólogo también lo considera, quiero que sepas que es lo mejor para ti.

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