El Frío de la Tierra

291 46 27
                                    

Ochako sentía todo el cuerpo entumecido, la caída había sido tan dolorosa que tuvo que quedarse un momento en el suelo, respirando lentamente hasta que sus músculos dejaran de doler. Estaba en un lugar oscuro, húmedo y por consecuencia frío; tendida sobre el sucio suelo de algún lugar en la tierra, con la mitad de su  túnica empolvada de marrón—como si la sangre no fuese suficiente—y los pies descalzos. Lentamente, se incorporó buscando ubicarse en aquel apestoso espacio inútilmente, pero la castaña pudo reconocer una luz de esperanza. Literalmente, más allá de los contenedores de basura pegados a la pared y los restos de deshechos que la rodeaban, podía divisar una luz amarilla como el sol de su Señor. Esperanzada, buscó con pesar salir de allí, con pasos lentos y pesados que por alguna razón tintineaban con cada movimiento.

En su infortunio halló un mundo muy diferente; el resplandor del sol que bendecía la ciudad tocó su despeinado cabello y el calor del suelo le besó los pies. Pronto, el sonido de cientos de vehículos que parecían jugar una carrera por quién desaparecía primero en la avenida le llenaron los oídos, Ochako llevó las manos a sus sensibles tímpanos—acostumbrados a la quietud y silencio del cielo—, encontrándose aturdida por las bocinas y los aceleradores. La castaña respiró hondo y se animó a levantar la cabeza una vez más para esta vez observar a los humanos que pasaban frente a ella.

En un principio, el ángel se creyó invisible pues nadie volteaba a mirarla, pero lo cierto era que los humanos estaban demasiado concentrados en su rutina para observarla. La mayoría de las personas pasaban frente a ella concentrados en pequeños rectángulos que traían en sus manos, Ochako se preguntó qué sería aquello que parecía tan importante recordando que alguna que otra vez vio desde el cielo a su amado usarlo; una que otra persona caminaba con sus hijos, escuchando atentamente las historias de los pequeños sobre su día en la escuela, reconoció en ellos el lenguaje que había escuchado pronunciar a su querido humano y no pudo evitar que una chispa de esperanza se encendiera al saber que estaba en su lugar en la tierra, que quizá podría encontrarlo. Pero, ¿por dónde podría buscarlo? Incluso cuando reconocía aquella ciudad no tenía idea de a dónde ir.

Consideraba sus opciones bajo el sol de la tarde nipona mientras la gente aún caminaba frente a ella. Sólo las almas solitarias con gusto por su alrededor se percataron de la presencia de Ochako, pero no llegó a despertar grandes reacciones de interés. No es que fuera su culpa, ella no sabía que buscaba tampoco, no entendía que debería hacer ahora que estaba y nadie le ofrecía ayuda tampoco, quizá por su apariencia tan deplorable, ¿debería pedir socorro ella misma, entonces? pero no sabría cómo explicarse a sí misma. Parecía un fantasma allí de pie, bajo el amparo del sol que ya había logrado que la piel de sus hombros descubiertos se tornase rojiza, seguía observando a la gente pasar, muy en el fondo de su corazón esperando encontrar sólo a una persona; quería encontrarlo a él, su humano más especial.

Lógicamente el chico no apareció y por fin se animó a alcanzar una tímida mano a una mujer elegantemente vestida que pasaba.

—Disculpe...

La pelinegra se asustó un segundo, deteniéndose para observar a Ochako quien ahora pudo notar que la mujer sostenía un aparato rectangular contra su oreja izquierda, ella alejó su dispositivo un minuto y se dirigió al ángel.

—No tengo nada para darte, lo siento.

Ochako la observó a los ojos un momento, oscuros ojos negros que la juzgaban.

—Yo no...

La pelinegra no se molestó en escucharla, continuando su camino y hablándole de nuevo al dispositivo, murmurando algo sobre el gobierno incompetente y los pobres. Ochako la observó marchar y decidió intentar esta vez con un joven que frente a ella, pero la reacción fue la misma.

Give me Love [Izuocha]Where stories live. Discover now